«La banalidad del bien». Vuelve Jorge Freire con uno de los ensayos del año.

La banalidad del bien

La banalidad del bien. Escrito por Jorge Freire en 2023 y editado por la Editorial Páginas de Espuma.
150 páginas de reflexiones que valen su peso en oro. Me llamó la atención este ensayo según salió publicado. Dice Freire que habla de «un mundo banal, porque hay bienes, pero no hay bien». Me parece un libro probablemente concomitante con mi propio análisis del mundo actual —no en todo, claro—, y que por sesgo de confirmación me apetece leer.

Mi edición es esta del enlace.

La banalidad del bien: Ensayo en seis partes.

Es un libro que habla de la subversión. La que sustituye las virtudes que como sociedad nos habíamos dado, por discursos sobrepolitizados, tan dopados de eslóganes como vacíos de acción y de virtud.

El autor se muestra preocupado. Recalca la banalización de los valores compartidos, convertidos en verborrea. Y nos deja reflexiones —brillantes y numerosas— dignas de enmarcar:

«Cuando el bien no se sustancia en la vida buena no queda sino buenismo»

Y expone:

«la banalización de la vida pública, y para ello aborda la corrupción de la moral pública en asepticismo, entendido como un ansia de pureza que esteriliza la disidencia, y analiza la sobrepolitización como una variante de la sofisticación: si el ciudadano hiperactivo, sometido a los bandazos de la hiperpolitización y a consecutivos estados de alerta, es la caricatura del ciudadano participativo, la campaña permanente es la banalización de la democracia deliberativa»

Es un libro muy apegado a la actualidad. Se ponen ejemplos hasta con criptomonedas. Bien está que lo sea porque está haciendo una crítica a la sociedad de nuestros días.

Vas a necesitar un buen diccionario para leer este libro. Internet también. Está lleno de referencias en las que, si quieres profundizar, toda ayuda será poca.

El texto es una catarata de ejemplos. Se proponen numerosos casos de bien aparente frente a bien real. Cada muestra es un refrendo de su tesis: el bien no se predica, sino que se practica, y vivimos en un mundo que funciona justo al revés.

Predica, pero no da trigo.

«MacAskill había contratado a varias empresas de publicidad para promocionar su libro, a razón de doce mil dólares por mes, pero nada le dio tanta repercusión como el hecho de anunciar en The Daily Show, célebre programa estadounidense, que donaría la mitad de los beneficios: estruendoso fue el aplauso del público, copioso el aumento de las ventas. Por decirlo con Nietzsche, alababa el desinterés porque recogía sus frutos.»

¿Lo ves?

El Bien como bien de consumo. La moral fabricada en serie. La ética como adorno que no se termina sustanciando en obra alguna.

Se insiste mucho en la coherencia. Sin ethos no puede haber ética posible. La riqueza de su análisis es total. Se detiene no poco en la perversión de los términos. Por ejemplo, humanismo. Nos explica que el humanismo es una bandera que suelen enarbolar determinados grupos humanos para enfrentarse a otros por razones humanitarias. No abarca nunca el total de la humanidad, siendo un término genérico.

Por eso insiste en el discernimiento. El valor no se puede aprehender. Requiere ser puesto en escena, lo que se conoce como virtud.

Jorge Freire hace una propuesta erudita. Caramba no te vas a leer el libro a velocidad bestseller. Sin embargo, a su ritmo es un page turner: no se puede parar de leer, pero se lee despacio, muy concentrado, con la mente trabajando intensamente. Prueba esa experiencia.

Para refrendarse acude a voces como Nietzsche, Peano… Y es que su idea es que los principios que rigen una sociedad tienen que llevarnos a la virtud, es decir, si al ponerlos por obras no desembocan en ciudadanos más virtuosos, no son buenos principios. Se nos invita como sociedad a juzgar al árbol por sus frutos y no por su tronco.

Sin embargo, también sabe ser accesible. Hay un comunicador nato bajo la piel del filósofo. Utiliza ejemplos muy visuales y muy eficaces, que hasta te pueden arrancar una sonrisa, como el caso de las magdalenas bañadas en lejía. La cita «los feos, para las feas» de una concursante de First Dates (pág. 43) roza la genialidad por su oportunidad en el encaje con el texto. Filosofía con dosis de erudición y con referencias de cultura pop. Muy bueno, Freire.

Es una denuncia constante al postureo metafísico de nuestra sociedad. Una polis más preocupada por la etiqueta moral que le puedo colgar a este o aquella que por la bondad de lo que se ejerce.

La banalidad del bien. Portada del libro escrito por Jorge Freire y editado por páginas de Espuma

Tiene tantas reflexiones buenas que no sabría cuál destacar. Me encanta la idea de resonancia de Hartmut Rosa, magistralmente explicada por Freire en este libro. Resonancia como capacidad de «sincronizarse con el mundo sin apropiarse de él» y te pone de ejemplo un gato electrónico que ronronea cuando se lo pides y el de un gato real, que lo hace cuando le da la gana y por eso, nos gustan más los reales, porque producen una emoción que no puede producir darle a un botón.

La estructura sigue ese patrón. Concepto, ejemplo prosaico. Magnífico porque Freire ha conseguido un libro con altura de pensamiento pero que puede leer casi todo el mundo.

El autor busca —me lo parece— adeptos a su tesis. La recalca tanto que la vas a entender sí o sí. Freire quiere que no hagamos reflexiones metafísicas sobre la luz, y que en vez de eso, miremos las cosas que ilumina esa fuente luminosa, que de mirarse directamente nos dejaría ciegos. Que prestemos atención a las acciones antes que a la palabrería.

Despertar la sociedad de la agatología narcisista no será fácil. El texto de presentación del libro recalca que Freire es —para el medio El Cultural—: «uno de los diez filósofos jóvenes cuyas reflexiones marcarán el pensamiento y los debates de las próximas décadas». Al leerlo, —además de que no sé por qué tienen que ser diez y no nueve, u once—, me doy cuenta de que es un pensador brillante, que además sabe comunicar. Aprecio, sin embargo, que va muy a la contra de los signos de los tiempos —lo que le honra y lo eleva de categoría a mi parecer— y no sé yo si los poderes fácticos dejarán crecer una figura que les canta las cuarenta. «Vivir es ver volver» decía Azorín.

¿Más cosas que aprender con este libro? Nos dice:

«La desesperación consiste en ponerle plazos a la realidad; eso seria como impedir que la realidad nos sorprendiese, cuando la esperanza, en esencia, consiste en esperar que la realidad se sorprenda a sí misma.»

Esto se aborda cuando se analiza el pulso actual de nuestra sociedad. Se dice que el bienestar no es estar en casa con salud y viendo series de Netflix, sino que eso es la válvula que impide el estallido social porque: «Millones de personas se saben contingentes y sustituibles». El ritmo actual de la sociedad nos hace vivir en perpetua interinidad, faltos de estabilidad y de toda seguridad.

Se invita a mirar el mundo con balance. Ni la oscuridad total del pesimista ni la luminosidad ausente de sombra del optimista. Ambas, luz y oscuridad, llevadas a la totalidad ciegan. La realidad aparece entre claroscuros.

Una de las ideas centrales del texto:

«La miseria psicológica de nuestro coetáneo responde a la banalización de la fortaleza de carácter en molicie.»

El desprecio y el aprecio. Otro capítulo singular. Dice Freire que el pecado del desprecio es el de España, no la envidia. Apreciamos despreciando «para tu edad no estás mal». Desde el desprecio, funcionamos en precario.

Se dice que vivimos la era de la empatía. Término sobreutilizado que, como todo lo que aparece por doquier, ha devaluado. La empatía está convertida ahora en una mera sensiblería narcisista. Se dice: el psicópata lo es porque no tiene empatía. Se plantea un argumento así de simple y ya está entronizada la empatía como lo opuesto a la psicopatía. A más empatía menos locura, mejor persona. Se desmonta: el torturador tiene empatía con el sufrimiento de su víctima, a más sufre ésta más disfruta él. Y se ponen ejemplos para demostrar que la empatía (toda forma de Bien) tiene que manifestarse en obras concretas. Por ejemplo, hacerse selfies junto a un mendigo para demostrar lo sensible y lo bueno y empático que eres visibilizando al mendigo, no sirve al mendigo para nada. No le estás ayudando, ni dando trabajo o procurando techo. Es un narcisismo que utiliza la empatía, pero no la compasión (padecer con), a fin de ser promocionado como «bueno» inter pares.

Se nos previene contra el sentimentalismo vacuo. Pueril y fatuo. Muy de moda en el pensamiento único que trata de imponerse en nuestro tiempo. Contra ese mal, Freire dice así:

«La empatía no nos hace mejores personas. Es sabido que el comandante nazi Rudolf Hess lloró de emoción en una ópera que llevaban a cabo prisioneros de un campo de exterminio. Probablemente, esa experiencia fue una válvula de escape de la presión de sus acciones. En último término, es una idiotez considerar que somos mejores por albergar emociones. También Eva Braun mostraba un amor desmedido y una clara adora- ción por Adolf Hitler. Negar estos hechos evidentes supone caer en un relato simplón en función del cual hay, por un lado, personas malas y frías y, por otro, personas buenas rebosantes de sentimentalidad.»

La tercera parte habla de la abolición del conflicto. En este apartado se ataca la creencia de que es posible la abolición del conflicto, pues recordando a Heráclito, sabemos que éste es inmanente. Consuetudinario al ser humano. Entonces, ¿por qué albergamos esta idea? Porque se ha llevado a la vida adulta una sensibilidad pueril. Adolescentes de cuarenta años se pasean con una idea Disney del funcionamiento del mundo.

El mejor de los mundos posibles. Esta idea de Leibniz, muy bien desmontada por el Cándido de Voltaire, es abordada también por Freire:

«Curiosa manera de eliminar el conflicto es perseguir, señalar o condenar al ostracismo a quien se salga de la norma»

En este apartado atiza a la escuela Narciso. La educación positiva entendida como la abolición del obstáculo genera para mañana adultos con molicie, blandos, que a la primera de cambio se derrumban.

Se atiza también la interpretación sentimental de la realidad. “Si lo siento, es verdadero”, afirma nuestro tiempo, sin mirar que los sentimientos y las emociones devuelven una mirada distorsionada de la realidad o cuando menos, muy subjetiva. Si a mí me ofende, entonces es ofensivo, tengas tú o no la intención de ofenderme. Y eso por sí solo, justifica escraches, abucheos y ostracismo. Si un individuo siente que un libro de hace doscientos años le ofende, automáticamente es ofensivo y lo cancela, por mucho que hace doscientos años aquel autor/a no supiera una palabra de conceptos y morales de hoy y por tanto no pudiera albergar intención de ofenderlos.

Pero, dice Freire, no combatiremos el sentimentalismo negando los sentimientos. El ser humano se relaciona con el mundo a través de los sentidos, vivimos una realidad sentida, no lógico-matemática, y por eso «soslayar el papel que los sentimientos juegan en el paso del juicio a la acción».

En la cuarta parte se habla de honra. De honor. Se denuncia que, elementos como el propio honor, la honra o el orgullo son denostados pero se fomenta una competitividad malsana para que por algún lado se cuele y canalice la pasión humana.

Nos habla de una sociedad mimética. Nos mimetizamos con las influencias de nuestra época. De ahí, habla del papel relevante —que no honorable— de los referentes de nuestro tiempo.

Qué nos dice sobre el mérito. Que hemos en la sociedad de hogaño, nos hemos olvidado de la meritocracia. Nos señala pros y contras acerca del concepto: la meritocracia cerril puede no tener en cuenta que algunos parten con desventaja. Sin embargo —considerando las prerrogativas necesarias— la meritocrácia debe ser misericordiosa pero ante todo meritocrática. Donde no hay meritocracia aparecerá el nepotismo. Y nos dice que antaño, las élites disfrazaban su éxito de mérito y esfuerzo mientras que ahora, con procacidad se pavonean sin disimulo entre holgazanería y espíritu bonvivant.

En la quinta parte trata una preocupación que parece constante. La sobreexposición, sobreexplotación y sobreabundancia de la política, vacía de contenido a la política. Dice Freire: «si todo es política, nada es política». Habla también —quizás sea la parte literariamente más brillante— del control del Estado sobre la opinión pública: escritores que escriben como los alumnos de educación infantil, sin salirse de la pauta. Habla de ciudadanos más preocupados de salir guapos en la foto que de ejercer un pensamiento mínimamente crítico. Y habla del hombre y mujer de a pie como de esos chivatos del sistema de pensamiento único. Individuos tan absorbidos de su propia opinión que el régimen de pensamiento único no necesita del ejercicio de la vigilancia y la censura, pues sus postulados han calado tan adentro del pueblo, que el propio pueblo los protegerá del disidente. Brillante reflexión.

La sexta parte se dedica a la pureza. La pureza es ejercida en nuestro tiempo. «En una fortaleza sitiada toda disidencia es traición» se dice citando a Fidel Castro a rebufo de San Ignacio de Loyola.

Y siempre denunciando con valentía:

«Abundan los fariseos que, en expresión de Ferlosio, construyen la bondad propia con la maldad ajena».

Y de nuevo muestra preocupación por las redes sociales. Por el uso y abuso de estas.

Pero las redes son apenas un flotador. El agua sobre la que flotan está hecha de narcisismo, cronificación de la adolescencia —esto lo añado yo de mi cosecha— e intolerancia. Nos hace reflexionar Freire en cierta forma de intolerancia que está naciendo al abrigo de las sociedades autoproclamadas como tolerantes. Y esto es paradójico, porque este propio libro está llamado a ser, cuando no cancelado, —como se diría a la americana—, sí al menos soslayado. No veremos al establishment cultureta aplaudiendo este ensayo. Sencillamente porque no le dora la píldora sino que les levanta las enaguas.

Un puzle de seis piezas con definiciones propias muy interesantes.

No es un libro para masas. No es un ensayo superficial, sensiblero y de clicbait como impone el ROI de las grandes editoriales. Es una gozada para deleite de quienes tengan la voluntad de leerlo; la perseverancia de pensarlo y la apertura suficiente y valiente para mirarse y mirar nuestro tiempo.

Un azote inmisericorde a la ideología woke. Más que a ella, a su carácter imperativo, absolutista e intolerante. Un toque de atención a una sociedad adormilada a base de pantallas.

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

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