“Los extraordinarios casos de monsieur Dupin”
Edgar Allan Poe. Incluye tres cuentos:
✅ Los crímenes de la rue Morgue
✅ El misterio de Marie Rogêt
✅ La carta robada
Los extraordinarios casos de monsieur Dupin
Edgar Allan Poe (1845)
Colección Millenium. Las 100 joyas del milenio. Diario El Mundo. (1999)
Traducción de Domingo Santos
No es una obra única exactamente. La edición la crea combinando el personaje “C. Auguste Dupin” con las historias de este detective, escritas por Poe. Dupin es un personaje creado por el autor, que aparece en tres de sus cuentos: “Los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt” y “La carta robada”. Estos relatos son considerados precursores del género de detectives y presentan a Dupin resolviendo misterios intrigantes utilizando su agudo ingenio y razonamiento deductivo.
Los extraordinarios casos de monsieur Dupin
«Los crímenes de la calle Morgue»
Dupin y su amigo narrador investigan un brutal asesinato en París. La víctima y su hija fueron asesinadas en una habitación cerrada desde el interior, aparentemente sin explicación. Dupin resuelve el misterio, revelando detalles ingeniosos y sorprendentes.
Este texto comienza con un exordio interesante. A guisa de introducción de monsieur Dupin (su Sherlock Holmes, Hércules Poirot, o padre Brown), —esto es, uno de esos sagaces personajes decimonónicos que construyen un altar al pensamiento positivista resolviendo casos complejos por el método deductivo—, comienza explicando las cualidades psicológicas analíticas. Usa su aplicación en juegos como las damas o el ajedrez entre otros y compara de manera connotativa, la resolución de crímenes con una partida entre malhechor e investigador. Además de introducir el carácter principal del protagonista, ya deja ver ese espíritu decimonónico, donde la ciencia está en boga, la psicología aparece como un inagotable manantial de material literario y el razonamiento todo lo alcanza.
Un relato de importancia universal. Con Dupin, Poe da inicio a un trayecto que seguirán Holmes, Poirot, el Padre Brown…
Poca broma. El personaje literario que apareció antes entre los mencionados es C. Auguste Dupin, creado por Edgar Allan Poe. Dupin hizo su primera aparición en «Los crímenes de la rue Morgue», publicada en 1841. Sherlock Holmes, creado por Arthur Conan Doyle, debutó más tarde en «Estudio en escarlata» en 1887. El Padre Brown, creado por G.K. Chesterton, apareció por primera vez en «Historias del Padre Brown» en 1910, y Hércules Poirot, creado por Agatha Christie, hizo su entrada en «El misterioso caso de Styles» en 1920. Incluso el Joseph Rouletabille de Gaston Leroux aparece en 1907 con «El misterio del cuarto amarillo» probablemente pináculo del género. Todos geniales, pero todos posteriores a Poe.
Ahora bien, es un relato que provoca dudas al lector. Lleva el método deductivo y analítico más allá de lo creíble, aunque no de lo imposible. Pero es admisible. Es casi imposible que pueda darse una solución como la que halla Dupin. Cuánto más no lo será deducirla o siquiera imaginarla. Pero no es menos verdad que si reducimos la literatura a escenarios prosaicos en nombre de la credibilidad quedaría deslucida.
Yo diría que lo superaron. Agatha Christie y A.C. Doyle sobre todo sublimaron el género del Who did It? Pero Poe lo inventó. Creó algo que antes no había contemplado la literatura. No es un dato menor. Doyle y Christie, qué duda cabe que Chesterton y Leroux también, fueron magníficos perfeccionistas que lo superaron. Pero Poe fue genio, porque no seguía ninguna estela.
«El misterio de Marie Rogêt»
Inspirado en un caso real ocurrido en Nueva York, Poe utiliza a Dupin para resolver el misterioso asesinato de una joven llamada Marie Rogêt. Aunque el caso nunca se resolvió en la realidad, en la historia de Poe, Dupin utiliza su aguda lógica para llegar a una conclusión basada en evidencias limitadas.
El caso real ocurrió como dijimos en Nueva York. La chica se llamaba en la vida real Marie Rogers, —aquí Marie Rogêt— Apareció muerta flotando en el Hudson —aquí en el Sena—. El relato de unas sesenta páginas es un trasunto de todo aquello, pero aquí se plantea la hipótesis de su solución, lo cual ya hemos dicho que no sucedió en la realidad.
De nuevo narrador personaje. Es el amigo de Dupin quien narra la historia. Una suerte de escudero del sagaz protagonista.
El positivismo. Un cientificismo forense hace de Allan Poe un precursor de series como CSI. Lo que oyes. Por ejemplo, entra en unas disquisiciones científicas de nivel para explicarnos por qué un cadáver en descomposición tardará más o menos días en flotar. Estamos en los albores de la pericia forense tal como la conocemos hoy. En una forma no tan tecnologizada pero desde luego tampoco primitiva a juzgar por los razonamientos de que hace gala el protagonista, Dupin.
En este relato aprendemos la importancia de la razón. Al menos, la que se le daba en el siglo XIX y que a nuestro tiempo parece tan disipada. Aprendemos también la necesidad de pensamiento crítico, ya que todas las elucubraciones detectivescas que hace Dupin en este relato las obtiene de una lectura crítica de lo que sobre el crimen publican los medios de comunicación. Uso de la razón y pensamiento crítico. Dos valores que conviene rescatar para nuestro tiempo de un clásico como este.
«La carta robada»
Dupin es llamado por el Prefecto de Policía de París para recuperar una carta comprometedora robada. A diferencia de un caso común de robo, la carta se encuentra en manos de un ministro astuto. Dupin demuestra que la solución a menudo es más simple de lo que parece, destacando la importancia del ingenio sobre la fuerza bruta.
Este relato es más breve que los anteriores. Dupin resuelve el caso exponiendo que la solución más sencilla es a veces la acertada. El mejor lugar para esconder algo es a la vista de todos.
En sus cavilaciones, Dupin atiza a sus contemporáneos. Hace una crítica del método científico como un corsé falto de flexibilidad e inoperante cuando la solución requiere dosis de imaginación y creatividad. Las sacrosantas matemáticas descienden de su pedestal. Su dignidad de lógica suprema se reduce aquí a ser la lógica de la cantidad y la forma. Con tan neta y nítida definición, Poe desmitifica la fascinación por el álgebra, que se presenta como una más de las formas de la Lógica.
El ladrón es matemático y poeta. Ha engañado a todo el mundo usando no habilidad lógica sino su creatividad. ¿Estará Poe vindicando el valor del poeta frente o sobre el científico? ¿Nos estará gritando desde el siglo XIX que las letras —y no sólo las ciencias exactas—, siguen teniendo un lugar operatorio en el mundo para resolver problemas?
En resumen, Poe crea un nuevo género. Un esquema narrativo donde al principio se presenta un crimen y todo el relato desemboca en la solución. A ella se llegará gracias a la proverbial habilidad de un hombre para el empleo del método deductivo. Poe, además, se prodiga en esconder, en tan sencillo esquema, las más altas disquisiciones filosóficas. Las esconde a la vista de todos, tal como hace el ladrón de la carta. Genial.