Por qué leer «El estafador» de John Grisham

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El estafador.
John Grisham.
2012
Mi libro es una primera edición de 2014 de editorial Debolsillo
397 páginas.

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Un buen primer libro para quien empieza con Grisham. Ágil, breve e interesante.

Malcolm Bannister, negro, de cuarenta y tres años, condenado por un delito que dice no haber cometido es el protagonista de esta novela que transcurre a toda pastilla, como suele suceder —aunque no siempre— con el mejor Grisham. Bannister es además el narrador en primera persona de la novela en un amplio porcentaje de las páginas, apareciendo un narrador en tercera persona en algunas secuencias —las de la investigación policial, por ejemplo—, para mantener esa velocidad de crucero muy alta que se exige a todo libro con aspiraciones comerciales.

Cumple el quinto de sus diez años de condena. Lo pillaron colateralmente, por ser el abogado de Barry «el sobornos», a saber, un mafioso implicado en asuntos relacionados con terrenos inmobiliarios. Está en una cárcel de baja seguridad. En ella, aunque distante, hay otro abogado al que acusa de no haber hablado a su favor en determinado momento habiéndole exonerado de todos los cargos y contra el que manifiesta un odio notable y lógico.

Bannister ha perdido a su esposa. Seguramente su hijo ya no le recuerde. El relato, contado en primera persona por el propio Bannister necesita pocas páginas para mostrar la fractura personal, familiar, laboral, social y a todo nivel que supone entrar en prisión.

Lejos de esa prisión Raymond Fawcett aparece asesinado. Junto a él, una ayudante mucho más joven que él. El promiscuo Fawcett, es un veterano juez que instruyó, varios años atrás, una causa que versaba sobre la licitación de una extracción minera de uranio tras la que había miles de millones de dólares de intereses.

¿Qué tiene que ver ese asesinato con el protagonista? ¿Quién y por qué ha matado al juez? ¿Qué sabe de eso Bannister, que lleva más de cinco años encarcelado?

El caso es que hay mucha presión en el FBI. Han asesinado a un juez y eso no puede cocinarse a fuego lento. Incluso hasta ofrecen la apetitosa suma de —100.000 dólares— a quien aporte información. Bannister, —preso popular por ejercer de abogado de cabecera y bibliotecario de sus compañeros, cliché ya conocido en otros personajes como el Andy Duphreyne de Stephen King en el relato “Rita Hayworth y la redención de Shawshank—, acude al director de su prisión de baja seguridad con una proposición: sabe quién ha matado al juez.

Por esta vereda avanza la historia. Muy atrapante y contada muy rápido por esa prosa ágil del autor.

Sin embargo, la trama vira por otros derroteros. Como estás leyendo un bestseller, crees saber por dónde irá. Te anticipas. Pero en esta novela, Grisham consigue despistarte y avanzar por otra senda, lo cual es de agradecer.

El último Grisham, apetece más de la reflexión. Sigue escribiendo bestsellers pero sus obras deben ser tenidas en cuenta como verdaderos retratos del sistema plutocrático, político y judicial que afecta al funcionamiento de la ley en Estados Unidos.

Llaman la atención las reflexiones que va dejando entremezcladas con la historia. Por ejemplo cuando dice:

«El de Frostburg es relativamente nuevo, con mejores instalaciones que la mayoría de los institutos de enseñanza. ¿Cómo no si en Estados Unidos nos gastamos cuarenta mil dólares al año por cada preso, y ocho mil en educar a un alumno de primaria? Aquí hay orientadores, gerentes, trabajadores sociales, enfermeros, secretarios, todo tipo de ayudantes y decenas de burócratas que tendrían dificultades para explicar a qué dedican sus ocho horas diarias.»

Ser un escritor de bestsellers no te hace ciego. Grisham deja en sus libros magníficos retratos de la sociedad sureña de los Estados Unidos, de su cultura, del sistema legal, las prisiones y el sistema penitenciario, etc. que comportan un valor literario.

Se ve muy bien en la presentación del caso. Cuando narra el ascenso en la judicatura de Raymond Fawcett, explica que su suegro prácticamente le compra el puesto. Es rico, los ricos pagan contribuciones de campaña a los partidos políticos y éstos, cuando llegan al poder devuelven la mano tendida en forma de cargos y prebendas. Plutocracia, política y poder judicial. Un círculo vicioso que Grisham es capaz de contar con absoluta claridad en menos de una página. Esto es literatura por mucho que venga en el cofre de un bestseller.

También hace varias referencias a la prodigalidad del Estado. Sillas que vale ochenta dólares y se compran por ochocientos; carísimos centros de mando provisionales para una investigación puntual del FBI, etcétera.

La relación entre fiscalía y FBI también es escrutada. Cierta prepotencia de los leguleyos que irrita a los detectives y ciertas pasadas de frenada de los policías que estropean el proceso a la fiscalía por cortedad de miras. Lo dicho, leer a Grisham es conocer las vergüenzas del sistema —del Sistema— que rige los designios de la nación más poderosa e influyente del planeta. Un perfecto retrato.

Incluso se atreve a cuestionar los juzgados populares. Algo tan idiosincrático del imaginario judicial americano. Dice:

«No fui el único, ni mucho menos, que vio con meridiana claridad que no entendían la mayoría de los artículos del código ni las enrevesadas teorías usadas por la acusación. En declaraciones publicadas más tarde, uno de ellos dijo: «Supusimos que eran culpables; de lo contrario no les habrían imputado»».

Se permite ir más allá. Cuestiona el papel de la justicia cuando es articulada en un mercado tan voraz como el de la abogacía, donde cada despacho responde no ante la cegada diosa Iustitia sino ante un balance financiero:

«Quizá en otros tiempos le daban importancia a la exposición de los hechos, el esclarecimiento de la verdad y la determinación de la justicia, pero ahora son competiciones que gana una parte y pierde la otra. Como cada bando tiene previsto que el otro tergiversará las normas o hará trampas, nadie juega limpio, y en el rifirrafe se pierde la verdad.»

El año de la novela es 2012. Eso determina que los años que el protagonista lleva en prisión hayan sido los de la transición analógica a digital. En ese descubrimiento al volver a la vida civil el personaje desarrolla cierta paranoia de base cibernética. Hay cierta autoficción aquí, ya que el propio Grisham reconoce escribir en un ordenador no conectado a módem alguno, por miedo a sufrir el robo de sus valiosos manuscritos. Un Word de toda la vida y un disco duro.

Aparece el tema de los paraísos fiscales. En el 80% de las novelas de Grisham sale este tema que, por lo tanto, podemos adjetivar como recurrente para el autor. Justo es decir que lo borda. Nadie te sumerge en el mundo de las sociedades pantalla, la evasión de impuestos, las offshores y el blanqueo de capitales como John Grisham. Lo cuenta con dinamismo pero con precisión hasta el punto de que llega a crear una imagen muy potente de un entramado que en realidad es muy complicado. Magistral en este aspecto.

No es una novela brillante. Ni siquiera si la consideramos bajo el prisma de que es un bestseller sin pretensiones trascendentales. Tiene algunos tramos más áridos, necesarios para cocinar la historia pero que tal vez necesitan menos páginas para decir lo mismo. No abunda el factor sorpresa, —imprescindible en este género—, aunque la trama da un giro bastante conseguido hacia el desenlace.

En resumen, no es el mejor Grisham pero es Grisham. No es poco decir.

Un libro idóneo como toma de contacto con el autor.

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

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