«Hoy como ayer» (Then and Now), 1946 de William Somerset Maugham. Traducción Dolores Payás.
Navona Editorial. 338 páginas. Puedes adquirir esta edición que yo he leído en este enlace.
Llego a esta lectura por sugerencia. No he leído a W. Somerset Maugham hasta la fecha, a pesar de que no ignoro que fue el autor más popular —y rico— de la época de los años 30 del pasado siglo. Escribió más de 100 relatos y 21 novelas, y un buen puñado de obras de teatro, cuentos y ensayos durante los 91 años que estuvo en pie.
Me toca la carta de abordarlo con una lectura que, para mí, he de reconocer, es tan desconocida —no tengo referencias— como apetecible por el argumento y por descubrir a un autor que ha influido a gente como Orwell, y que tuvo relación —y relaciones— con gente como H.G. Wells o Thomas Mann. Controvertido, niño huérfano traumatizado, desembocó en un adulto adusto, frío e inadaptado que, sin embargo, rozó cotas de fama y popularidad dignas de una estrella de rock.
De qué trata Hoy como ayer
La historia se desarrolla en plena Italia renacentista. Todavía no es posible hablar de Italia tal como lo hacemos hoy. Está fragmentada en reinos y estados enfrentados entre sí por disputas de linde o comercio. Poder en definitiva.
Florencia está gobernada por la signoría. Maquiavelo es un funcionario de ésta, al que envían con una embajada a Imola. Florencia e Imola viven enfrentadas. Imola está gobernada por César Borgia, el hijo del Papa. En la signoría temen que Borgia esté planeando conquistar Florencia, por eso Maquiavelo deberá entrevistarse con el caudillo y convencerle de las buenas intenciones florentinas, pero con un discurso vacío de contenido. El objetivo es sonsacar al Borgia y ganar tiempo para prepararse ante una hipotética invasión.
Nada más conocerse, el disoluto Maquiavelo se ve desbordado. La personalidad fría, calculadora y maquiavélica de César Borgia lo impacta profundamente. El fin justifica los medios para el gobernante. Pasma al florentino con sus razonamientos:
La historia transcurre en esa visita. El encuentro de dos personajes históricos. Durante los tres meses que va a durar la misión diplomática de Maquiavelo, este se va a alojar en la casa de Bernardo, un próximo al gran Borgia. Allí conocerá a Aurelia, esposa de Bernardo y se encaprichará de ella.
¿Qué pasará si Bernardo descubre sus intenciones? ¿Conseguira Maquiavelo ser más astuto que César Borgia y defender Florencia? ¿Será que César Borgia va siempre varios pasos por delante?
La trama del libro es muy interesante. A medida que va avanzando, a su ritmo, se va mostrando inteligente y bien estructurada. Cuando creas que estás leyendo un folletín, algunos diálogos de altura filosófica te harán mirar de otra manera a este texto. Cuando te convences de que estabas en lo cierto, llamando folletín a esta novela, te dará un giro que te dejará pensando un buen rato.
Considero que Somerset Maugham tomó del folletín lo que quiso. Ritmo, simpleza y argumento, se suman para que leas con alegría, pero luego le supo sumar unas cuantas píldoras de profundidad filosófica para quedar en un libro con algo más allá, para quien quisiera mirar más al fondo. Una lectura amena, entretenida, que no quiere renunciar a cierta propuesta de trascendencia.
El trasfondo
Lo que recupera Navona con esta novela es muy importante. Recupera a un autor, Somerset Maugham, y lo hace con una novela que corre paralela a una de las grandes cimas de la literatura y del pensamiento: «El Príncipe» de Nicolás Maquiavelo.
Es una lectura paralela. Un ejercicio de contexto fabuloso para entender mejor una obra capital. Pero no debemos pensar que es una mera obra auxiliar de aquella, sino una narración con entidad propia.
Parece por momentos que Somerset Maugham tiene una teoría. Casi se podría decir —al socaire de esta lectura— que César Borgia prácticamente dictó a Nicolás Maquiavelo su gran texto.
Hay una tesis implícita en esta lectura. El propio Maquiavelo se comporta de forma maquiavélica. Urde tramas, bien sean estas de Estado, o bien de naturaleza folletinesca. Tanto da, lo uno como lo otro, pero el arte de manipular a otros y el mantra de que el fin justifica los medios se ve constantemente aludido de manera tácita.
Los diálogos entre Borgia y Maquiavelo son espléndidos. Audaces y arrogantes, lúcidos y desprovistos de cualquier asomo moral. El arte de la guerra aplicado a cualquier capítulo de la vida.
Se enzarzan en continuas diatribas. La neutralidad, la amistad, las lealtades y traiciones, la gobernabilidad y la gestión, la naturaleza humana y sus debilidades, cómo aprovechar éstas últimas… Es un tratado ontológico de primer orden que justifica la lectura de la obra por sí sólo.
La estructura
La estructura es correcta. No guarda grandes sorpresas ni trucos de narratología.
La novela se divide en treinta y seis capítulos. A ellos añadiremos un epílogo. En su gran mayoría, son breves, alternando con alguno más extenso cuando la narración lo requiere. Es un libro ágil que se lee rápido. En este sentido, me parece una novela, en la que se reconocen rasgos modernos y preferencias lectoras ya muy marcadas del siglo XX y XXI.
En ningún momento rompe el hilo temporal. En esto sí es más conservadora. Es una novela como yo digo, de cauce. Siempre va en avance, como un río, que constantemente baja buscando el nivel del mar, jamás sube. En esta novela no hay analepsis, ni saltos en el tiempo. Todo se lee cuando toca, tras lo que lo precede y antes de lo que lo continúa.
Los personajes
Cesar Borgia y Maquiavelo. El escritor de El Príncipe y su modelo de inspiración. Sólo el personaje de Maquiavelo recibe un desarrollo pleno por parte de Somerset Maugham. Es a quien seguimos en su viaje por la Italia medieval. Los demás, yo diría que incluso César Borgia —del que tendremos muchos apuntes psicológicos, pero desde la observación de sus interlocutores— son meros actantes del escritor y filósofo que protagoniza la novela.
De Maquiavelo sabremos más detalles, aunque no muchos. Su condición ladina, su carácter ilustrado, ciertas lagunas morales…
No persigue un análisis psicológico de los personajes demasiado amplio. En este sentido es más bien una obra —no diríamos de trama— que deja el protagonismo a los diálogos filosóficos y a los planteamientos sobre distintos temas, más que a las emociones internas de cada personaje.
El estilo
Somerset Maugham, ya se ha dicho, fue un autor popular. El mejor pagado de su época, se dice.
Tiene el estilo de un contador de historias. Uno excelente, por cierto. No tiene el lirismo desenvuelto y talentoso de Dickens; tampoco el cargado e inteligente desborde de Chesterton ni la difícil densidad genial de Woolf, por citar alguno de sus contemporáneos (o paisanos en el caso de Dickens).
Tengamos en cuenta que el libro se publica en 1946. Somerset Maugham era ya un escritor consagrado de 72 años. Sin embargo, tienes la sensación de estar leyendo una prosa muy moderna. Algún guiño clásico como por ejemplo la participación del narrador en el relato y su diálogo directo con el lector:
Por ejemplo, en la página 37 se puede leer:
Esta práctica ya está fuera de uso. A mí no me parece mal, ni quita ni pone a la narración, pero es testimonial de un señor que nace en 1874.
Pero es que este es un detalle menor. Por importancia y por frecuencia. Es un libro que perfectamente encaja en el patrón lector de nuestro tiempo.
Huye de artificios y palabras desusadas. Esto último, se lo tenemos que apuntar a la traducción de Dolores Payás, por cierto excelente, como hasta ahora debo decir de todas las que he leído de la editorial Navona. Pero salvando que no estoy leyendo el texto en su idioma original, aun así, la sensación que me deja es muy moderna y natural.
El libro vale su peso en oro por los diálogos. No ya por la forma de usarlos o por la de escribirlos. Yo diría que por las teorías y reflexiones filosóficas y políticas que lanzan los dos pesos pesados —personajes aquí— que Somerset Maugham enfrenta en admiración mutua.
La trama también resulta apetecible.
Ambos, personajes, reflexiones y trama desembocan en una novela notable. De nuevo Navona me sorprende por su selección de obras que rescatan títulos muy sabrosos al lector de buen paladar y muy atractivos a un lector en ciernes. Sin duda, una editorial a la que seguir con atención, ¿no crees?
Gracias por la reseña.
No obstante, sólo una puntualización: la novela no trascurre en la Italia «medieval», sino que está ubicada en pleno Renacimiento, a principios del siglo XVI. El Renacimiento Italiano (florentino, para más señas) se inició en el siglo XV, conocido como «Quattrocento», cuando el resto de Europa se encontraba aún en la época bajomedieval. En las artes, es a principios del siglo XV cuando Masaccio pinta «La Trinidad», que se encuentra en la catedral de Santa María Novella de Florencia. Con ella se dio el «pistoletazo» de salida a la pintura renacentista, que se hacía eco de los avances de la perspectiva de Brunelleschi. La figura de «El príncipe» de Maquiavelo es la mayor expresión del príncipe renacentista.
Saludos.
Llevas toda la razón. Muy buena puntualización y mil gracias por hacerla para que se pueda enmendar. Se nota que conoces el periodo mucho mejor que yo.