Todo va a mejorar (2022) de Almudena Grandes. Editorial Tusquets. 490 páginas. Se publicó en octubre del año pasado. Tiene una nota final, un epílogo de Luis García Montero que es una delicia y multiplica el valor del libro contando la historia que hay detrás de su proceso de escritura. Aquí puedes adquirir esta novela.
Almudena Grandes se atrevió a novelar el Coronavirus. Osó escribir sobre ese terreno, tal vez temido por muchos otros literatos que prefieren tomar distancia para adoptar una mirada desapasionada. Almudena Grandes tuvo la audacia de escribir sobre la gestión política del caos, sobre la dicotomía, seguridad vs libertad.
Almudena escribía en valiente.
El argumento
El libro trata sobre el totalitarismo de la felicidad. Invéntese una felicidad para todos, incuestionable, adormézcase todo conato de oposición mediante la dopamina del consumismo y la posesión, y ya tenemos un rebaño.
Juan Francisco Martínez Sarmiento. Ese es el personaje con cuyo delirio empieza todo: el Gran Capitán. Es un empresario rico, de renombre. La crisis del Coronavirus le daña económicamente y le hace concebir un proyecto político que es pura megalomanía. Cual jeque futbolero, junta varias células operativas para las que va reclutando galácticos de su campo. De esta forma crea un plantel de hackers, otro de biotecnólogos, virólogos… Digamos que todo esto emerge de una lectura un poco excesiva de lo que fue la crisis del Coronavirus. Para Juan Francisco no fue más que una maniobra en la que se aprovecha la zozobra de la pandemia para recortar libertades del ciudadano a punta de desinformación y enarbolando la bandera del miedo. Desde ese análisis él va a concebir su idea.
Más tarde, conocemos a Megan. Es una coach política. Novia de un candidato prefabricado del PP que, al no obtener éxito electoral, cesa la relación laboral y carnal dejándola en la cuneta de la vida. Es un personaje muy bien trabajado, inteligente y patética, enamoradiza y maquiavélica, competente e incapaz… Genial. Su desesperación vital la convierte en un ser cínico que dará por buena la llamada a filas como factótum de Juan Francisco.
También encontramos a Mónica Hernández. Profesora de historia, madre de dos hijos jóvenes, divorciada y acomplejada por la molicie en la zona de sus tríceps. Un buen día se levanta y descubre que no hay Internet. Nadie tiene. Al cabo de un día les devuelven un sucedáneo de la red, sin libertad de navegación. Un bloque de siete aplicaciones para todos. Todo bajo control gubernamental. De su hija, solo sabe que la mandan a la España vaciada como voluntaria de repoblación. Guste o no a su hija esta decisión, de sabor siberiano.
Como los citados, encontramos muchos más personajes. Es una obra sinfónica, una de esas con muchos personajes, pero donde todos —sino sólo los principales— están muy bien pulidos. Hay personajes que son meras comparsas para que la acción fluya.
Trasfondo
Terror de estado. Totalitarismo 2.0, la ciberdictadura. Con esto se atreve Almudena. Una España caótica para los próximos años, nutrida de algunos de los pecados que encontramos en la actualidad: banalización cultural, corrupción, división de la ciudadanía; materialismo desmedido… Se atreve a pintar el cuadro de pesadillas incluso para nuestros vecinos: Unión Europea; ONU; Marruecos, el Frente Polisario… Almudena entró con todo, a por todas. No dejó un charco sin pisar con este libro.
El conflicto es interesantísimo. Ciudadanos de a pie tienen que luchar contra la tiranía del poder. Pero esta tiranía del poder no viene de un mandamás que te fustiga, sino de un poder que te envuelve en algodones y te convence de que te está dando seguridad, estabilidad, felicidad… Es un lobo con piel de cordero. Esto hace que sólo unos pocos sean conscientes de su totalitarismo y le planten cara. En esa batalla encontramos el ser de la trama. El conflicto necesario.
Ya el primer capítulo rebosa reflexiones sobre España. Almudena te habla a través del pensamiento de sus personajes y a través de la propia narración. Deja frases contundentes:
Un libro que habla de España sin disimulo. Almudena no se esconde detrás de Máginas ni Macondos. Tira ganchos de izquierda y derecha rotundos, aunque tales bríos de ataque le hagan descubrir la guardia.
Es una novela a veces difícil de seguir. Vemos la vida a través de los ojos de tantos personajes distintos que al retomar uno de ellos, —quizás cien páginas después de la última referencia— cuesta ubicarlo. Pero es justo decir que este desliz se resuelve en apenas dos párrafos de una lectura que además es una delicia. Para hacer menor esta anécdota, se incluye un glosario de personajes al final del texto.
Me gustan las historias de villanos. Las prefiero, si el antihéroe se describe sin asomos puritanos ni de maniqueísmo. El buen villano, tiene que servir para crear conflicto y tensión dramática. Vale. Pero en boca del tirano el autor aprovechará para poner frases, ideas, reflexiones… políticamente incorrectas, que salen de la ortodoxia, que desafían el pensamiento sistémico y que pueden tener parte de razón, pero que serían inadmisibles en boca del héroe. Yo creo que aquí Almudena Grandes supo jugar esta carta y algunas cavilaciones de su personaje son de marco.
Mucho voy entresacando, pero algo destaca por encima. Almudena Grandes tiene ese don de hablar de cosas profundamente complejas, hacerlo sin superficialidad y sin perderse en una élite literaria. Cualquier persona toma este libro y entiende sin ambages lo que la autora te está invitando a reflexionar. Eso no es fácil de encontrar. O te encuentras un libro plano o te vas a un libro profundo pero pedante, donde el autor/a quiera reafirmar su genio en cada párrafo de tal forma que tú quedes empequeñecido ante sus tesinas. Encontrar una obra para todos pero que viaja profundo en la condición antropológica no es fácil.
Almudena revisita la pandemia de 2020. Lo hace además con audacia. Y no es una visita agradable o para recordar aquellas vicisitudes y contingencias tan peculiares que nos tocaron vivir, sino para sacar punta a una situación que hizo flotar lo mejor y lo peor de nosotros. Hay pasajes muy difíciles de soslayar:
««la propaganda en favor de la delación ciudadana que oscilaba entre la precaución y el terror, «tengan cuidado, su vecino puede ser un terrorista»”
Otra cosa es que compartas o no sus postulados. Lo normal será que unos sí y otros no, pero eso no resta mérito creativo o literario, que en el caso de Almudena era mucho.
Es una novela con tantas enseñanzas que parece una escuela. Almudena Grandes se sirve de la desconfianza en la democracia y del desprestigio de las instituciones, para lanzar un mensaje claro: cuidado con demoler todo sin tener claro lo que vendrá después a reemplazarlo.
La obra habla de una sociedad bucólica en apariencia. Ese imposible, es criticado en la novela desde todos los ángulos posibles. Se azota, con ello, a la política contemporánea que promete la felicidad del individuo a partir de una libertad que en el fondo no es real.
Se azota sin piedad el argumentario prometeico actual. «Todo va a mejorar» repiten incesantemente los tiranos que recoge esta prosa. Esas frases que tantas veces escuchamos en nuestros parlamentarios, cuales si fueran Prometeo, robando a los dioses para entregárselo magnánimamente al buen pueblo. Detrás de esas frases, en la novela, como en la vida, el interés, el expolio y el azote.
Exponer esta idea supone un esfuerzo titánico. Imaginar una sociedad totalitaria y distópica, es muy complejo. Tienes que imaginar absolutamente todas las implicaciones de las vidas del ciudadano porque tienes que representar el impacto de ese Estado omnipresente en todas las facetas de la vida.
Desde lo literario, es un libro muy meritorio. No solo porque exige una dosis de creatividad e imaginación elevada. Es que además es un libro muy reflexivo que se puede leer a toda velocidad. Ya quisieran muchos bestsellers tanto ritmo narrativo.
Ya quisieran muchos ensayos tanta agudeza argumental. Luego podrás estar más de acuerdo o menos con todos o con algunos de sus planteamientos, pero como novela es una maravilla.
Se tocan muchos temas insondables. Profundos. De todos ellos, yo creo que hay dos especialmente destacados por el efecto —de signo contrario— que producen en los pueblos:
El miedo. Paraliza al pueblo. Lo atenaza. Lo vuelve manso y lacayuno. Un pueblo atemorizado es un rebaño que teme la vara del amo. Un pueblo que teme la pandemia, el terrorismo o cualquier otra amenaza, se entregará sin condiciones a su mesías de turno. Sin miedo no hay milagro.
El vínculo. La unión. Los pueblos en que sus ciudadanos tejen vínculos y relaciones entre ellos —y esto se ve maravillosamente claro en la novela— son pueblos fuertes contra la adversidad. Cooperan. Suman fuerzas.
¿Qué hacen nuestros políticos? ¿Fomentan lo que nos une o nos lanzan a debates estériles que nos enfrentan? ¿Apuestan por lo que nos pone de acuerdo o ponen siempre el acento en lo que nos crispa? ¿Por qué quieren crisparnos? ¿Por qué dividirnos? Si nos atenemos a las dos ideas de los párrafos anteriores —miedo y vínculos— el silogismo es nítido: nos quieren rebaño pastueño.
Hay dos ideas que Grandes asienta muy bien:
Una. Las ideologías triunfan siempre por una promesa de felicidad. Esa felicidad cabalga siempre a lomos de un espejismo, como el caballo de Frozen. Ese espejismo es la libertad que en realidad te arrebatan. Las ideologías siempre terminarán desnudas ante su inoperancia para producir la felicidad plena, porque la felicidad plena es imposible en este mundo físico y material. Terreno y finito.
Dos. ¿Quiénes dan vida una y otra vez en la historia a esos movimientos ideológicos crueles e injustos? Los miles de personas que viven en los márgenes del fracaso del sistema que derroca. En las periferias de las sociedades de que proceden, germinan las personas que no tienen motivo para continuar y encuentran muchos para destruir. Aun si no se ve claro el futuro al que se encaminan.
Un libro muy especial
Un libro especial. El último que escribió Almudena Grandes. No estaba en su agenda prevista. Apareció la necesidad de escribirlo cuando apareció el confinamiento y la pandemia.
Durante su escritura, supo que padecía un cáncer —de buen pronóstico y fatal desenlace—, que le impidió terminarla. Su marido, el poeta Luis García Montero escribió el último capítulo —siguiendo sus ya incapaces dictados— para completar este legado narrativo de Almudena.
Y ahora vamos con el libro. Tiene fondo y forma. Por eso es de los pocos o poquísimos a los que no me tiembla la voz si digo que es de los mejores que he leído jamás. Y cuando lo he reseñado en redes sociales, me he encontrado mucha gente que lo denuesta. Unos por cuestiones literarias (los que menos) que tienen que ver con el gusto particular; pero la mayoría, me temo que por posicionamientos ideológicos, que siempre son merma del buen lector, sean estos los que sean. Debemos poder leer libros con opinión, aun cuando sea contraria a la propia, y ser capaces de valorar objetivamente si están bien o mal escritos. Este, está muy bien trabajado.
En una España post pandémica, una en la que la gente ha perdido la confianza en las instituciones públicas, no tarda en aparecer un interés oportunista —de base económica y plutocrática— para derrocar la democracia desde dentro (subyace esa idea de muchos de que la democracia siempre estará amenazada porque lleva dentro de su promesa una fragilidad intrínseca. Ella misma prevé los mecanismos que podrían dinamitarla.)
A partir de aquí se crea un mundo irreal. Una sociedad feliz, pero una felicidad de escuadra y cartabón. Un país eficaz, donde todo parece conseguirse, pero donde el fin justifica los medios.
¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestra libertad a cambio de nuestra seguridad? ¿Vale la solución del desempleo, la corrupción política, la salud pública o la desertización rural, la renuncia a nuestros derechos fundamentales?
Esto es lo que nos plantea Almudena Grandes. Una Almudena que parece estar más viva que nunca, más en medio de nuestra realidad y nuestros debates de lo que están muchos tertulianos de tres al cuarto que pueblan nuestros medios de incomunicación y desinformación.
Termino con una reflexión de Almudena. No, es una admonición. No, un aserto. No, es una advertencia. O todo a la vez:
«Las sociedades nunca se daban cuenta del peso de sus dependencias y sus rutinas hasta que estallaban las crisis.»
Lo dicho, un libro excelente.