Los Miralles (2023). Escrito por Kike Cherta y presentado en septiembre de 2023. Publicado por la Editorial Navona y con una extensión de 570 páginas.
Una novela que trata del árbol más importante de nuestras vidas: el genealógico. Capaz de los mayores milagros y atrocidades. Sí, eso es: la familia.
Una novela de extensión mediana tirando a larga. Lo primero que leo de Kike Cherta. Lo poco que he podido indagar de este libro, me da muy buena espina. Apunta maneras de novela recordable. Al leerla, no sólo es muy memorable, sino que se ha hecho con un hueco en mi corazón lector.
Fantástica por muchas razones. Ojalá mi reseña sepa estar a la altura de lo que merece esta valiente —y segura— apuesta de Navona, que vuelve a exhibir un olfato privilegiado para formar un catálogo que más que un catálogo es una sinfonía.
De qué trata
Los Miralles son una familia valenciana. Pelín raros. En su alquería (cortijo, granja, finca, caserío, masía, rancho…) tienen un manzano. Hasta ahí bien, ¿no? Pues ellos piensan que ese manzano, no es cualquier manzano. Ellos creen que se trata del mismísimo Árbol del Bien y del Mal. Sí, el de Adán y Eva. Y claro, ante tal posesión, viven entregados a la causa: no pueden permitir que nadie jamás vuelva a comer el fruto prohibido.
Moisés Miralles es el narrador en primera persona. Procede de una familia que lleva generaciones dedicadas a la custodia del eximio manzano. Pero Moisés es un disidente. Se niega a desperdiciar su vida en lo que él considera un manicomio de locos cuerdos.
Ahora, su padre ha sufrido un ictus. Moisés, que recorre el mundo saltando de destino exótico a destino estrambótico, —huyendo todavía, aunque él cree que viviendo la libertad— es conminado a volver a la alquería familiar, de nombre Villa Milagro.
A su regreso, teme las represalias. La gran pregunta que tarda en adelantarse es ¿por qué vuelve? No te desvelo cuál, no me gustan caer en el espóiler. Pero su viaje de regreso no será como ha diseñado. Más bien será como ha temido. También, se llevará alguna sorpresa.
Tras esto, la trama se vuelve paradójica. Moisés quiere escapar otra vez de Villa Milagro, nada más llegar. Entonces no hubieras ido, zoquete. Pero la gente que le ha hecho ir, le reclama su atención…
Sin embargo, las cosas se tuercen. Hay que enfrentarse a la ira del clan; a un viejo primer amor de la juventud, una boda amañada al socaire del dichoso manzano… Moisés se tiene que enfrentar por fin a lo que es, reconocerlo y reconciliarse o no, pero mirarlo de frente.
Desde aquí, ya lees tú.
Estructura
Me recuerda a la estructura del mito de la caverna. La complica con una trama más intrincada. En la alegoría de la caverna de Platón, hay unos hombres sujetos a unas mordazas dentro de una cueva, obligados a mirar en una única dirección. En la gruta que entra a la caverna, hay focos de luz y unos hombres interponen objetos que proyectan sombras grotescas en la pared que miran los reclusos. Estos, que solo conocen esa pared, e ignoran el origen de lo que produce esas formas, las dan por ciertas. Para ellos el mundo se reduce a esa pared. Cuenta Platón que, si soltamos a uno de los reclusos y le dejamos salir fuera y ver —pasar del mundo sensible al mundo inteligible— de dónde proceden las sombras, esta persona, al volver dentro para explicar la realidad a los presos, sería tomado a burla por ellos. Explica Platón que, si esta persona intentara desatar sus cadenas para mostrarles la realidad, estarían dispuestos incluso a matarlo.
Creo que hay cierto paralelismo con Los Miralles. Ellos viven sólo mirando el sagrado manzano, de espaldas al mundo. Cada vez que algún Miralles trata de cuestionar qué es eso que están mirando o qué más hay en el mundo, es recibido con hostilidad por lo que permanecen en la caverna, aquí el huerto.
Tiene una estructura muy matemática. Párrafo a párrafo. Frase corta y contundente, frase larga y más literaria. Capítulo a capítulo. Uno muy breve y detrás uno muy largo y vuelta a empezar.
Suceso a suceso. Uno en presente, haciendo avanzar la historia, otro en pretérito, dejándote ver el pasado que te explica lo que está viviendo ahora el personaje.
Y todo eso está armonizado. Danza con suavidad a lo largo del libro, sin hacerse notar, con gracia, con ritmo. Es un libro muy bien escrito. Pero que muy bien.
Estilo
Narrador en primera persona. Usa términos coloquiales: «manzano pocho»; «chifladura» y tantos otros. Coherente con el nivel que presumes al personaje que te narra el relato.
El estilo es directo y muy fluido. Normalmente —no siempre— utiliza una frase corta para arrancar el párrafo y le va dando oraciones más largas a su desarrollo. Con esto consigue un texto que tiene mucha fuerza, pero también mucha musicalidad. Tiene ritmo. Escribe bien este tipo. Habrá que memorizar su nombre.
Tiene párrafos de absoluta genialidad literaria:
«La relación de los habitantes de Berinossent con mi familia siempre ha sido complicada. Todo el mundo en el pueblo sabía que los Miralles solo se casaban entre Miralles, solo tenían hijos entre Miralles, solo trataban entre Miralles. A buen seguro nuestra forma de vida los sorprendia y puede que incluso les causara aversión, sin embargo, nadie jamás ha osado interferir. A mi familia se la trataba con la misma indiferencia-rayando el desdén-y con el mismo respeto-rayando el miedo- con el que se trata a las familias de gitanos que viven en las barriadas de las ciudades de provincia. Déjales hacer y no te metas, que es peor. Cuando yo me fui, en Be- rinossent había una rotonda que funcionaba al revés. Todo el mun- do sabía que esa rotonda estaba mal diseñada, pero todo el mundo sabía también cómo debía tomarla para evitar accidentes. El pueblo entero habia interiorizado el mal funcionamiento de la rotonda y lo habia vuelto propio. Los Miralles éramos esa rotonda.»
Recurre a todo para ilustrar el anacronismo de los Miralles. En este propósito, te encuentras cosas estrambóticas como el bebé que deambula por casa con el cinturón de infante, un atajo de cachivaches para ahuyentar los malos espíritus del pequeño, propio de la más alta edad media.
Se utilizan expresiones en valenciano sin traducir. Se recogen en bastardilla y dan credibilidad y colorido al texto. Este detalle me ha gustado mucho para ilustrar al pueblo. Que si «benvingut», que si «socarrat»…
También aparecen tecnicismos relacionados con el árbol. Vecería, pomología… Leer este libro no te convierte en un experto en botánica, pero algo se te queda.
Se remarca el carácter internacional y viajado del protagonista. Es una forma de acentuar sus diferencias con los miembros que permanecen en Villa Milagro. El uso del lenguaje sirve para marcar esa distancia. Por ejemplo, en un mismo episodio, el capítulo 19, Moisés —personaje, protagonista y narrador— llama cobijas a las sábanas y golpiza a la paliza que le dan. Obviamente, no son términos habituales en España.
Simbología
Creo que Moisés representa el pensamiento moderno. Cosmopolita, abierto a viajar a ciudades exóticas, abrazar otras culturas, etc.
Sus familiares, simbolizan el pensamiento tradicional, caricaturizado aquí. No es exactamente lo tradicional ni lo religioso lo que se ridiculiza aquí —puedes leer esta novela sin sentirte ofendido si eres tradicional o religioso— sino lo sectario, lo irracional y fundamentalista.
Todos los miembros de la familia tienen nombre hebreo. Nos muestran, sin decirlo, el arraigo veterotestamentario de la familia. Moisés, el protagonista, Noé, su padre, un nombre poco valenciano podríamos decir, Zacarías y Gabriel —hermanos de Moisés— todos tienen nombres bíblicos. La hermana es Ruth. Hasta los perros tienen unos nombres significativos: Pentecostés, Corintio, Inmolado, Fariseo, Jericó, etc.
La alquería es un símbolo de la familia. Moisés la encuentra en decadencia, los limoneros no dan fruto, las palmeras siguen siendo altas (como Noé, el padre) pero su corteza está podrida, hay colchones malolientes abandonados junto a lavadoras que ya no funcionan… La avejentada alquería es expresión de la decadencia familiar:
«Se nota que madre se hace mayor, que padre está indispuesto, que tía Inés cada vez está menos aquí y más allá, sea donde sea.»
Las ancianas de la familia. A ellas también les atribuyo un valor simbólico. Representan el pasado, atávico y arcaico. Y como ellas, toda esa tradición que encarnan, está apolillada, anacrónica y moribunda. Pero está y tiene voz y mando en la familia. No se sostienen en pie, pero gobiernan la familia. Como sus creencias, tambaleantes pero imperantes.
El propio Moisés es simbólico. A veces, lo ves luchar contra las aguas, tratar de cruzar a pie el mar Rojo y tratar también de que los suyos lleguen con él a esa nueva tierra prometida. Con éxito o no, eso ya lo lees tú.
Trasfondo
La novela gira en torno a un árbol: el genealógico. El egregio manzano del patio, es un ardid. Un trasunto del verdadero árbol —la familia— que rige la vida de las personas en sus primeros años, y cuya sombra sigue cobijando sus días cuando creen ser ya adultos emancipados. Algo se nos queda en la savia.
Ese árbol es capaz de obrar milagros. Acoger de nuevo al que lo traicionó; perdonar, restituir y restaurar a quien no lo merece. Capaz de darle todo a quien todo lo desprecia. Pero también es capaz de perpetrar los mayores castigos. Tal vez el mayor, el de no dejar ser. Igual que el árbol del Edén, que otorgaba el paraíso pero imponía condiciones.
¿Se puede huir de las propias raíces? ¿Es esto negar lo que somos?
«Yo soy quien soy gracias a mi padre. O por culpa suya. O en oposición a él. Pero, en todo caso, es su mano la que me ha moldeado.»
Los Miralles es una hipérbole. Una maravillosa exageración. Pero entre tanta disonancia y sarcasmo laten reflexiones intensas. Por ejemplo, sobre la paternidad. Las familias con una identidad muy pronunciada pueden ser una cárcel para sus vástagos. Los padres quieren a los hijos hasta la muerte, pero no tienen derecho a gobernar sus vidas. Una novela para pensar. Que el abuelo y papá fueran arquitectos, no obliga a que el nieto no pueda ser músico o ebanista. ¿Verdad que este caso ya no nos cae tan lejos como el del árbol de los Miralles? Visto así, ¿quiénes de nosotros somos un poco Miralles?
Cherta te deja ver su visión al fondo. Por ejemplo, te cuenta el presente de un pueblo falto de estímulos en la costa valenciana, pero no le dedica páginas y páginas, sino apenas dos líneas. La muestra y ya está, como un sopapo, ¡zas! Y a otra cosa:
«Los inmigrantes marroquís son los únicos que siguen acudiendo a estos pueblos olvidados de la mano de Dios. Se instalan, abren carnicerías halal, trabajan de jornaleros, hacen planes. El resto, se larga. Adiós, muy buenas. Ahí os quedáis, pringados»
La culpa. La culpa familiar, un subgénero muy particular de la misma. Es el sentimiento de hacer mal las cosas, de haber fallado, de errar el tiro, de andar a mal rumbo, asociado a tus propias raíces, según sus parámetros. Esa culpa que tiene más que ver con las opiniones y las vidas de tus familiares que con tu propia condición de réprobo o inmoral. Esa culpa que no es real —porque no la anteceden males o delitos—, sino heredada, porque sólo es culposa a ojos de tus familiares. Y, sin embargo, la sientes. Sobre este particular, el bueno de Kike Cherta esparce unas cuantas gotas de literatura de la buena. Muy buena.
La madurez es otro gran tema. Esa madurez freudiana. Matar al padre, decía Freud. Darse cuenta de que tus progenitores —y por extensión tu familia entera— no son los ángeles que creías en tu infancia. Son seres de carne y hueso, sujetos de defectos, imperfectos… como tú mismo. Aceptar que todos somos así, y reconciliarnos con lo que somos. Vi mucho de esto en esta novela, y me gustó mucho. Me pareció brillante.
El hombre en sociedad. Otro gran tema. Cuando Moisés se escinde de la manada, se siente libre, pero no sabe utilizar la libertad porque carece de referencias. Sexo descontrolado, alcohol, vida menesterosa, penurias… No pasa de la represión al uso cabal de la libertad, sino a un solipsismo ridículo.
Nietzsche, pregunta cómo llamamos a eso ¿libertad o soledad? Repito: es una novela muy profunda. Que no te engañe Cherta entre tanta originalidad y diversión. Es un prestidigitador. Si miras entre líneas lo que te está contando —el fondo— vas a ver una novela llena de mensaje por todas partes.
Personajes
Moisés. Es un personaje muy bueno. Tiene contradicciones y debates internos, más allá de lo que quiere admitir. Odia a su familia, pero añora a su madre. Está empeñado en demostrar que la familia o el lugar en el que naces no tiene que condicionar el resto de tu vida, pero allí vuelve. No sabes si Moisés detesta o adora a su familia. Los desprecia por su estigma y su inflexible manera de llevarlo. Pero son su infancia y sus compañeros de vida. Le resulta difícil soslayar eso respecto de algunos miembros del clan.
Su discurso está lleno de reproches. Su alma, a veces, parece no tenerlo tan claro:
«Sin darme cuenta, me relajo y me acomodo, y eso es un peligro, porque lo que yo necesito es estar alerta, no olvidar lo inestable de mi situación. Pero es que -no sé bien cómo explicarlo- mi cuerpo no atiende a razones: él solo entiende de costumbres. Mi cuerpo, que es tonto del culo, reconoce estas paredes, las baldosas rotas y los muebles viejos, el incómodo sofá de raso rojo, la campana de bronce del reloj del salón, y, aunque no quiera, aunque mi cabeza grite que todo en este lugar es tormenta y peligro, a mi cuerpo se la sudan los razonamientos; igual que un perro apaleado que busca la caricia del amo maltratador, mi cuerpo se ablanda y se abandona a los olores del que fue mi hogar.»
Cierra los ojos ante el manzano. Se niega a mirarlo, se rebela contra su sino, pero cuando seiscientos segundos después vuelve a abrirlos, siente alivio de ver que allí continúa incólume.
Contradicciones del personaje. Eso es lo que hace humana su figuración. Las personas de carne y hueso son paradójicas y contradictorias.
Cherta ha logrado un personaje que sabe a real. Con una complejidad que va aumentando al hilo de la trama y con una capacidad literaria que nos deja asomarnos a su conflicto interno, aupados a flujos de conciencia muy bien logrados, sin traicionar nunca el ritmo narrativo:
«-Te odio -digo. Y repito—: Te odio tanto.
Pero no sé a quién me refiero. Vamos a ver, ¿a quién odio exactamente? ¿A Samara por golpearme? ¿A mi padre por añadirme en su testamento a última hora? ¿A la señora Nissenbaum por convencerme de regresar? ¿Al manzano de Villa Milagro? ¿A mi mismo? ¿O acaso odio al billete de quinientos euros, al sucio capital, a las promesas que el dinero hace con su voz de sirena?»
Tiene Moisés mucho del Adán bíblico. Lo recuerda. Rompe con las normas del rígido paraíso —ficticio— de sus padres, sus creadores. En su ruptura —justificada por su inalienable derecho a ser libre— cree ser más que ellos; más sabio, más perspicaz, más justo, más bueno.
Los Miralles en bloque funcionan como personaje. Ningún actor de esta función —salvando a Moisés, claro— tiene una caracterización tan fuerte como el clan mismo. Aunque hay personajes muy reconocibles, pero ninguno tiene el rango de Moisés —protagonista claro—, son todos actantes y su suma, da el verdadero antagonista: el clan.
Mi opinión
Una novela extraordinaria. El autor desborda imaginación. Es una novela que lleva una situación al extremo, para hacernos reflexionar sobre las propias familias, la de cada uno. Lo que nos dejan en herencia, no material, sino identitaria, comportamental, ideológica, maniática o consuetudinaria. Tan nuestra que cuesta saber dónde termina la familia y empieza uno mismo, ¿verdad?
Que no te engañe Kike Cherta. Es un libro muy divertido, que te hará reír porque los Miralles son únicos, estrafalarios, botarates, espontáneos y divertidísimos. Pero como he dicho más arriba, trata una enorme cantidad de temas trascendentes, que para mí la convierte en una propuesta universal, porque cualquiera puede sentirse apelado e interpelado.
Si hablamos de la trama, también sorprende. No hay arista, enfoque, detalle del día a día de una familia tan estrambótica, que se le haya pasado por alto al autor. Es una novela muy bien cosida. Cuesta creer que esto sea un debut literario. Hay muchos escritores que no alcanzan este nivel en toda su carrera.
Un libro muy original. Una novela muy bien escrita. Divertido y trascendente. Con fondo, —muchísimo fondo—, pero sin aburrir. Una novela inmensa si quieres leer entre líneas, entretenida y simpática, si sólo quieres seguir la trama.
Un Macondo con gusto a paella. Algo más kafkiano, pero sí, recuerda mucho a Cien años de soledad. No, no se me ha ido la cabeza con semejante comparación.
Y además, tiene otra ventaja: lo edita Navona. La editorial ha preparado un libro con una factura impecable, pero ha echado el resto con esta novela. Saben lo que se traen entre manos con este título. Tienen olfato para elegir y han acertado. Mi enhorabuena. De la impresión y diseño se puede decir que acompaña a la novela. Guardas en color tierra, páginas de respeto, un precioso árbol genealógico de los personajes, un mapa de los escenarios, marcapáginas a juego con la edición… Una bendición para un lector y bibliófilo.
Una obra maestra. Un “must” dicho así, a lo millennial. Créeme: quieres leer este libro.