«El chico perdido» una joya de Thomas Wolfe editada por Trotalibros

Reseña de El chico perdido de Thomas Wolfe
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El chico perdido es una novela corta escrita en 1937. De Thomas Wolfe no había leído nada. Sabía de su precocidad y había escuchado alabanzas de muchos lectores que me superan en atino.

En la primera página ya sabía que tenían razón. El libro te saluda con oraciones largas. Prosa muy literaria, con un barniz lírico de gran potencia estética. Pero a la vez, una historia que se lee con poco esfuerzo. Hay gente que puede hacer eso: escribir sencillo y ornamentado a la vez.

Empieza así:

“La luz vino y se fue y vino de nuevo, las atronadoras campanadas de las tres de la tarde llenaron la ciudad entera de multitudinarios bronces, las suaves brisas de abril le arrancaron láminas de arco iris a la fuente, hasta que el surtidor volvió a palpitar en el momento en que Grover entraba en la plaza.”

Anáforas. Iteraciones, ristras de cinco o seis adjetivos… Pronto se pone de manifiesto que el autor tiene una intención estética que va más allá del mero interés de contar una historia.

La premisa

Reseña de El chico perdido de Thomas Wolfe

Thomas Wolfe tuvo siete hermanos. Él era el menor, el octavo. Grover, murió con doce años. Está pérdida dejó marcada a la familia.

El chico perdido (Trotalibros) o como he visto en otra edición más antigua El niño perdido, es la novela en que Thomas Wolfe habló de ese hermano extraviado, más idealizado que añorado (Thomas apenas tenía uso de razón al suceder estos hechos).

La edición de Trotalibros es muy recomendable. Viene comentada, está muy bien editada, y la traducción es fresca y más actual.

Recomiendo esta propuesta de 2024, ilustrada por Celia Mallada y con traducción de Jan Arimany como mejor opción para leer esta pieza breve.

El argumento

La novela empieza con Grover paseando por su ciudad: Asheville, al sur de los Estados Unidos. Su padre regenta allí una tienda. Ese paseo —de una belleza literaria total—, nos va enseñando una ciudad viva, llena de comercios donde la gente se conoce por su nombre. Un paseo que describe su pequeño mundo de una manera sensorial: olfativa, visual, sonora… La manera como un niño observa el mundo y lo desentraña por primera vez. Asheville es una ciudad en el oeste de las montañas Blue Ridge de Carolina del Norte. Para Grover es el centro del mundo. Tiene esa edad clarividente, que solo contempla el aquí y el ahora.

Y así vas entrando. Con una magistral escena de padre e hijo, contra un avariento confitero, una especie de niño de Dickens pero con el amparo del brazo paterno.

Coincidiendo con la época de la Exposición Universal, la familia Wolfe —la del protagonista y la del autor—, se traslada desde Asheville a el Saint Louis de 1904 con la idea de regentar un pequeño alojamiento (hostería Inside) para los vecinos de su lejana ciudad natal que visitan la Exposición.

Y allí, sucedió el desenlace de Grover. Esto no es un spoiler, ya que el autor no hace una novela de intriga con la muerte de su hermano, sino que trata de viajar con él a sus últimos días, mirar el mundo como lo miraba un niño de 12 años en 1904. Y en ese ejercicio, lo que interesa al lector no es lo que pasó, que siendo duro, es bastante simple. Lo que interesa es cómo Thomas Wolfe reconstruye aquellos días, aquel niño que prácticamente no conoció. Y sobre todo, cómo desde su proceso, construye una reflexión sobre el valor de la vida, del presente y de su fugacidad ineluctable.

Estructura de la novela

Una novela en cuatro tiempos. Primero, un narrador omnisciente nos muestra la vida de Grover en Asheville.

Después, en la segunda parte, la madre —de Grover y del autor— nos dejará ver lo que sucedió en Saint Louis y los efectos devastadores que tuvo en ella misma.

«Pobre mamá. Ya sabes. Nunca lo superó.»

En un tercer acto, una hermana mayor de Thomas Wolfe, narrará con más detalle la tragedia, pues a diferencia del autor, que era un niño muy pequeño, ella sí tiene un recuerdo vivo. Es ella quien nos permite ver qué pasó realmente, casi como una crónica.

La última parte es para la narración en primera persona del propio Thomas Wolfe. Él, que apenas tuvo vivencias con su hermano por razones de edad (Thomas nace en 1900 y Grover muere en 1904) sí que ha perdido a aquel niño, borrado en la pobreza del recuerdo y el torrente de una vida que no cesa.

Cuatro voces narrativas. Una novela muy corta y muy profunda. De un existencialismo moderado. Pero a la vez, una prosa muy bella y muy asequible al lector.

Grover, un protagonista que parece vivir en las páginas de Thomas

Grover tiene doce años. Su relación sensoria con el mundo, cuando todavía ni es intelectual ayuda a entrar en esa mirada que propone Wolfe. Una relación proustiana donde el subconsciente funciona por encima del pensamiento positivo.

Simbolismo

Me ha gustado la potencia simbólica de la obra. Por ejemplo, en el principio, se describe el entorno en que se mueve el personaje: el contraste entre la ciudad destartalada pero permanente y Grover, un niño brillante, pero efímero.

«aquello que duraría para siempre y que nunca cambiaría»

La ciudad como símbolo de lo permanente para —por contraste— resaltar lo fugaz y provisional de la propia vida humana. Lo que seguirá cuando nosotros ya no estemos.

Las cosas importantes de la vida se perciben por contraste. Mostrando lo que permanece, resaltamos lo que es fugaz.

Temas

A simple vista dirás que es una novela sobra la infancia. Thomas Wolfe, de 37 años, escribe un libro preñado de la belleza, la nostalgia y la ternura que inspira esa etapa perdida y ya inalcanzable más que con el recuerdo voluntario o el de una magdalena que se moja en el té.

Pero el tema de esta obra no es la infancia. Si queremos mencionar el tema principal de la novela, hay un elefante amarillo en medio del salón: la pérdida. Ese es el asunto principal.

La infancia es el trampolín para hablar del gran tema. Grover es el protagonista y el centro de la obra. Es más, Grover es el motivo de Thomas, —su hermano pequeño, aunque ahora mayor—, para escribir esta novela breve.

El tempus fugit. Un tema ya conocido. Mi impresión —de ámbito personal— es que Wolfe no quiere pontificar sobre la idea del tiempo. No propone una reflexión al estilo de Marcel Proust sobre la memoria y la construcción de la vida infantil desde la adulta. Thomas Wolfe simplemente quiere mirar atrás, y en el esfuerzo de recordar, llevarnos a la constatación de que el presente es muy valioso, porque se acaba yendo, y ni la memoria ni la voluntad lo hacen pervivir.

«como las sombras de las nubes que pasan sobre el bosque, que no se pueden capturar; como el recuerdo de otra casa, de la luz del sol, de abril y de las estaciones que pasan»

«sobre el universo de mis cuatro años, que era demasiado escaso para ser medido, tan lejano, tan irrecuperable»

Insiste en la idea del paso del tiempo, de lo inaprensible. El tiempo como agua del río, que siempre está pero nunca es la misma.

Solo tenemos el presente

«El modo en que las cosas resultan no tiene nada que ver con lo que uno espera que sean… Y es increíble cómo todo se pierde hasta que las cosas parecen no haber ocurrido nunca… como si las hubiéramos soñado…»

Solo tenemos presente. Lo demás son vagos recuerdos que se desvanecen con el tiempo y predicciones que nunca salen como esperamos.

Conclusión: ¿Cuál es el mensaje? ¿Qué nos quiso decir Thomas Wolfe?

Es una novela tan breve como especial. Tiene una textura melancólica, sobre todo al final «Y supe que yo nunca volvería, y esa magia perdida no regresaría…». Una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente que parece un presagio de la muerte que aguardaba —madrugadora— al propio autor tan solo un año después de haber publicado esta novela.

«Y a través de la maraña de recuerdos de un hombre, desde el bosque encantado, el pobre niño de ojos oscuros y rostro sereno, extranjero en la vida, exiliado de la vida, hace mucho tiempo perdido como todos nosotros, una cifra de los laberintos ciegos, mi pariente, mi hermano y mi amigo, el niño perdido, se había marchado para siempre y no regresaría nunca jamás.»

Dice «perdido como todos nosotros«. El que murió, como los que siguen vivos. El niño tiene más de una forma de desaparecer. Una es morir, como Grover. Otra es crecer, envejecer, diluirse en la madurez es también una forma de morir que tiene el niño que una vez fuimos.

Reseña de El chico perdido de Thomas Wolfe

Una novela que pone de relieve el presente. El valor de los que comparten el camino, —la vida—, con nosotros. No siempre estarán. Se irán. Su ausencia nos dará la medida de lo que significaban para nosotros.

«Y ya no quedaba nada ni nada volvería nunca.»

Un autor al que quiero volver. Se le nota el genio. Por la exactitud emocional con la que escribe, por esa prosa que está llena de versos escamoteados, por esa perfección formal. Hasta por esa tendencia a expandirse en cataratas de adjetivos. Si esto es capaz de hacerlo en ochenta páginas, ya quiero saber qué será una novela de largo aliento a lomos de esa prosa superdotada. Para ello, me recomiendan leer La mirada del Ángel, novela de mayor extensión y tal vez más ambición, de un escritor que tenía tanto que ofrecer y al que la muerte se le cruzó —guadaña en mano— con más prisa que oportunidad.

Ficha del Libro

El chico perdido
Thomas Wolfe
1937
Trotalibros

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

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