Reseña de Los impotentes, de Nicolás Giacobone

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Los impotentes es una novedad editorial de Seix Barral. En ella, el oscarizado Nicolás Giacobone —Oscar al mejor guion original por Birdman (2014)— nos presenta una profunda reflexión sobre la cultura de la cancelación, a partir de una pléyade de personajes que siempre son víctimas de unos y verdugos de otros.

Nicolás Giacobone es un escritor bonaerense nacido en 1975. Sus mayores éxitos —pese a la popularidad de sus novelas— los encontramos en la gran pantalla. Resultó ganador de un Oscar al mejor guion original por Birdman en la gala de 2014. Los impotentes es su nueva novela que aparece en el catálogo de Seix Barral dentro de la colección Biblioteca Breve.

La premisa del libro

Emilia Mayer es una escritora mundial. Premio Planeta, Premio Cervantes… seria aspirante al Premio Nobel. Pan, es su hijo adoptivo ilegal —lo compra siendo un bebé— que acaba de abandonarla y acudir a los medios de comunicación a contar que esa eximia mujer, Emilia, le ha hecho vivir aislado del mundo desde la infancia y que, desde los quince años, ha mantenido con él una relación concubinaria, prevaliéndose de su situación y su ascendente sobre el chico. La prensa, el mundo editorial y la opinión pública la cancelan. La apartan. Los medios dedican horas de televisión a establecer paralelismos con Josef Fritzl —el Monstruo de Amstetten—; los grupos editoriales se niegan a imprimirla y nadie acepta la novela que está terminando, precisamente en la que más opciones de ser premio Nobel depositaba. El autor confundido con su obra y viceversa.

La novela nos hará preguntarnos qué sentido tiene esto. ¿Podemos entender una obra literaria separada de su autor/a? ¿Debe impedirnos el rechazo de la persona el aprecio de la obra? ¿Dejaríamos de apreciar el valor de la penicilina si supiéramos que Fleming era machista, evadía impuestos o maleaba perritos?

Y más importante aún: ¿quién emite el juicio de pureza? ¿Está libre de pecado la sociedad, miembro a miembro, para clausurar el trabajo y la vida pública de uno de los suyos?

Giacobone ha construido una novela muy interesante. Una, que esconde mucho de ensayo, un tanto de realismo sucio y una propuesta estilística muy literaria, muy fresca y muy moderna. Y todo esto sin sesgos ideológicos demasiado apreciables. Una premisa muy realista y, por tanto, creíble.

Estilo

Los impotentes de Nicolás Giacobone

Epanáforas, antítesis, sinécdoques… pronto descubres un texto de vocación literaria:

Recuerda el sentimiento de distancia, o la distancia sentida

Al pasar por la vidriera de una juguetería, ve su reflejo y se detiene. Cuando sea viejo va a lucir una hermosa jorova. Si es que llega a viejo. Ignora si es posible llegar a viejo viviendo la vida que acaba de empezar a vivir. Ignora si importa llegar a viejo. No importa saber si va a llegar a viejo, y tampoco es que sea posible saberlo. Nadie lo sabe con seguridad; ni siquiera los que viven vidas sanas tanto física como psicológicamente, los que hacen todos los días lo que supuestamente hay que hacer para vivir una larga vida. Aunque hay gente que hizo en gran parte lo opuesto a lo que supuestamente hay que hacer para vivir una larga vida y murió a los noventa y tantos años, y gente que siguió a rajatabla lo que supuestamente hay que hacer para vivir una larga vida y murió joven.

La novela se cuenta en veintiún capítulos. Cada uno tiene siempre nombre de personaje. El primero que conocemos es Pan. Es un hombre joven que está huyendo de su vida anterior y de la presencia de Emilia. Lo descubrimos vagando sin rumbo por las calles de Buenos Aires. Al principio no sabemos muy bien qué relación tiene con ella. Él mismo, Pan, tampoco parece tenerlo muy claro:

Su intención es vivir sin ser nada en particular. No ser más hijo o novio o concubino o lo que sea que era.

Pan está abandonando su vida. No quiere llevar nada consigo, ni siquiera una barra de cereales en el bolsillo. Se pretende desligado de todo y de todos. Esa huida lo sume en más dudas que certezas, desde luego, no parece muy espabilado el pobre Pan:

¿Qué sucede con una pieza de ajedrez cuando abandona el tablero?

Después conocemos a Emilia. Su némesis. Del conflicto entre ambos emerge la novela, una moderada dosis de tensión narrativa y el interés de esta obra.

Emilia es una escritora de éxito. De mucho éxito. Nivel aspirante a Nobel de literatura. Es una mujer que se siente traicionada por Pan. Y a renglón seguido te das cuenta de que aquí hay una historia compleja detrás. Muy compleja. Pan, al dejarla, ha ido a contar sus penas por los platós, que siempre prestan oídos gustosos al morbo, y lo que ha contado es tremendo. Giacobone lo cuenta de inmediato, con un estilo expedito:

En los medios de comunicación la llamaron «monstruo». Un periodista la comparó con Josef Fritzl, un viejo austríaco de Amstetten acusado de haber tenido encerrada a su hija en un sótano y haberla violado sistemáticamente. Emilia no entiende de dónde se agarra semejante comparación. Pan no es su hijo. El único delito que cometió fue haberlo comprado. Luego no hizo más que cuidarlo, educarlo, ofrecerle una vida que probablemente no hubiese soñado en tener.

Giacobone plantea un personaje muy potente en Emilia Mayer. A través de su personaje la novela entra en referencias metaliterarias o metatextuales. Especialmente, se cita mucho a la poeta argentina Alejandra Pizarnik, de la que Emilia es una lectora compulsiva a su pesar. Hay más referencias metaliterarias, siendo especialmente brillante una de Virginia Woolfe, cuya lectura acompleja a la protagonista.

Emilia es cínica. Es una persona despreciable en muchos aspectos. Escribe extraordinariamente bien y ya, lo demás es repugnante. Procede de un entorno familiar peculiar que el autor muestra para explicar buena parte de la conducta de la Emilia adulta.

Después nos presentan a Carolina Klug. Es una mujer que conoceremos en un punto de inflexión vital que Giacobone dibuja con una imagen literaria muy potente. Iremos viendo cómo esta mujer se involucra en el relato. Esposa, madre y editora frustrada.

Alfonso Miranda es otro personaje genial. Es un hombre de cincuenta años que vive un problema que le martiriza: es impotente. Desde siempre y sin remedio. Es un hombre sensible a la mujer, es decir, siente atracción, pero no puede concretarla. Dice Giacobone:

Una calentura flácida, una flacidez libidinosa.

Marchando una doble de oxímoron sobre lecho de paradoja. Es un autor con una capacidad y una vocación estética que no se puede soslayar y que convierte una prosa eficaz en algo mucho más placentero que el mero relato de unos hechos, que ya de por sí es bastante.

Hasta aquí voy a contar. Sólo añadiré, al objeto de estimular su lectura, que va a suceder un acontecimiento literario: Pan va a publicar la novela de Emilia, esa que todos le rechazan por pederasta y va a ser todo un éxito. La novela más original en español de los últimos cincuenta años. Testimonial de lo absurdo. Una obra digna de alabanza no es tal cosa si la autora no lo es. Cambias el nombre de la autoría y asunto arreglado.

Te toca leer qué sucede después. Te toca también descubrir qué triangulaciones se van a dar entre todos los personajes que te he referido. Merece la pena muchísimo.

La novela hace crítica de muchísimas realidades. Es una expresión de nuestro tiempo, o mejor dicho, una burla de todas esas expresiones. Por ejemplo habla de las empresas tipo call center. Empresas muy verticales donde los de arriba dan consignas muy claras y los de abajo acatan consignas muy claras. Defiende la tesis de que hay personas que son felices siendo rebaño, y no siempre son almas encerradas en un cubículo maldiciéndose por tener un panorama laboral en tales calidades.

Es un libro fresco, atrevido y de fácil lectura. Agrada la capacidad de generar un debate muy profundo sobre los límites morales, el hecho literario y la relación ajena o indisoluble del autor con su obra, sin por ello permitirse un texto insondable o aburrido. ¿Se puede hacer entretenida la honda literatura?

Esta novela da la razón a los que responden sí. Es una novela que se puede leer en la biblioteca y en la cafetería. Ni en la primera la encontrarás superficial, ni en la segunda perderás el hilo. Aplauso para Giacobone.

Tiene elementos de estilo que son algo incómodos para mí. Por ejemplo, cuando usa el estilo directo, no marca las intervenciones en el diálogo entre personajes con la raya, como mandan los cánones (¿qué cánones? ¿Acaso la producción literaria no es justamente un ejercicio de libertad?). Se pueden seguir, pero hace el estilo muy dependiente de los verbos dicendi para no perder al lector. A pesar de ello, es una lectura fácil, sigo diciendo.

El meollo del libro es la cultura de la cancelación. En la página 109 se lee:

La moral y el arte no deben ir de la mano. Está más que claro que muchos de los grandes artistas de la historia fueron y son unos degenerados hijos de puta, y aunque este presente se esfuerce por exponerlos y cancelarlos las obras van a sobrevivir, porque el arte a fin de cuentas es más importante que la vida. El arte humano es más importante que la especie que lo creó y crea

Confundir a los autores con sus obras o no hacerlo. En una época en que se están leyendo los clásicos de la literatura bajo las coordenadas ideológicas contemporáneas, esta novela es más que interesante para reflexionar. En un presente en que los autores que publican y ganan premios deben ser concomitantes con el establishment ideológico y cultural o no serán, Giacobone atiza fuerte a la línea más dura del sectarismo en el ámbito cultural. Valiente el autor y valiente la editorial por lanzar algo así en estos tiempos tan partidistas y de fanatismo.

Tiene mucho de libro de fondo. Sin embargo, fluye como una novela de entretenimiento. Lo mejor de dos mundos.

Pero como dije, lo mejor es su trasfondo. Un texto que se explica a sí mismo y que, en buena medida, es una expresión de nuestro tiempo. Lee este extracto, diálogo que como he dicho se monta sin guiones en esta novela:

¿Qué opinan de Woody Allen?, les pregunta.

¿En qué sentido?

El que quieran.

Gran director, dice Roberto.

Tremendo hijo de puta, dice Sergio.

Autor y obra. Inseparables para el público debidamente adoctrinado. Imposible pensar en ciertas obras obviando su autoría y centrándose objetivamente en su ejecución. El gatillo moral es tan fácil de pulsar, —no seré yo quien diga que ciertos casos no claman al cielo—, que resulta imposible abstraerse. Sin embargo, como lectores, espectadores, receptores en definitiva, tenemos que saber quedarnos con lo bueno de una propuesta literaria aunque neguemos de plano la conducta de quien la concibió en otros órdenes de la vida. Yo detesto la suciedad de la pocilga, pero eso no me impide saborear un buen jamón.

La novela apela a la libertad:

Lo que quiero decirte es que mi forma de ver el asunto es que nadie debería prohibirte publicar tus libros. No tendrían que haberlos sacado de las librerías. Hasta una persona presa por pedofilia tiene el derecho de escribir algo y publicarlo. Y que luego la gente elija. Que tus lectores decidan si quieren seguir leyéndote o no

Que cada quien decida si cancela o no. Pero que no vengan ciertos poderes fácticos a tomar esa decisión por nosotros. Que no reescriban novelas de hace doscientos años de acuerdo a su ideología. Que no nos cierren la posibilidad de acceder a creaciones porque las personas les parecen cancelables. Que nos traten como a adultos. Que no cancelen porque no siempre se hará por cuestiones tan paradigmáticas como las del libro y pueden estar abriendo la puerta a la cancelación de aquel cuyo único delito es no darme la razón. Que se aseguren de saber quién vigila al vigilante, quién cancela al censor.

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Luis María Vieito

    Ya en tu Instagram me llamó la atención esta obra. El tema me interesa y también su estructura. Por supuesto, tu opinión me anima a leerla. El pero es que, a menudo, me molestan esas licencias de puntuación, que se utilizan para facilitar la lectura y no estar pensando en algo externo a la trama como sería ¿es diálogo o narrador? Seguramente es un exceso de purismo por mi parte. Tomo debida nota.

    1. Alvaro

      Yo tampoco acabo de ser muy partidario de esas técnicas, sobre todo porque no sé bien qué aportan. ¿Será por falta mía de capacidad interpretativa? Puede ser, pero desde luego la experiencia lectora no la mejora. Ahora bien, es una raya en el agua para una novela con una premisa muy interesante. Gracias por pasarte Luis María.

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