El dueño del secreto. Una novela breve de Antonio Muñoz Molina publicada en 1993. Mi ejemplar pertenece a la colección ABC de la narrativa del siglo XX en lengua castellana, siendo el primer tomo de la misma. 144 páginas que —de acuerdo—, no contienen la mejor trama del autor, pero sí esa prosa suya tan cuidada, casi lírica a veces, llena de imágenes y evocaciones.
Esta novela breve se pesa en su estilo. No en su trama, que adolece de sencillez. En 1993, un hombre a punto de cumplir los cuarenta, nos narra su periplo en el Madrid de 1974, en el que todos ignoraban la proximidad de la muerte de Franco.
Cuenta la historia de un joven estudiante de periodismo. Llega a Madrid en 1974, aquellos convulsos años setenta, ya cansados de un régimen tan estertóreo como su caudillo, e ignorantes del enorme cambio que aguardaba a la vuelta de la esquina.
«Aquel invierno, aquellas tardes de febrero, aún parecía que la dictadura no iba a terminarse nunca, tan omnipresente, tan calcificada en sus engranajes, que sobreviviría sin riesgo a la muerte de Franco, en el caso de que este se muriera»
El dueño del secreto. Antonio Muñoz Molina 1993
El estudiante —desconocemos su nombre—, malvive en Madrid. Privaciones, hambruna, bisoñez y desencanto de la vida universitaria se entremezclan en él con su activismo político antifranquista universitario. Comparte habitación —tal es su carestía — con Ramon Tovar —alias Tovarich—, un comunista filochino paisano suyo, que huye a Madrid en busca de un nuevo horizonte laboral. Su decepción por el academicismo periodístico es transparente. Nos dice:
«Era una Tippa Adler con la carrocería y la tapa pintadas en un gris muy suave, y nada más que llevándola en la mano por la calle como lleva un músico su instrumento enfundado ya me sentía acompañado y fortalecido, casi justificado por ella, ya me creía que estaba cumpliendo la primera parte de mi vocación de periodista, vocación con la que había vivido desde los doce años, y que solo me flaqueaba cuando entraba en los anchos pasillos de cemento de la Facultad de Periodismo, que ahora se llamaba de Ciencias de la Información, y en la que los profesores disertaban sobre saberes incomprensibles llamados Semiología o Comunicología. Pero yo no quería ser un licenciado en Ciencias de la Información, que sonaba a licenciado en Farmacia o en Derecho Canónico, y menos aún un semiólogo o un comunicólogo: yo quería ser un periodista, que me parecía algo tan inmediato y tan urgente como ser un atracador o un bombero, y la excitación que notaba hojeando un periódico, tocando el papel y olfateando su tinta, o sentado delante de mi máquina y escribir haciendo como que tenía que redactar en diez minutos una noticia de última hora, y que no estaba en la mesa camilla de mi cuarto alquilado, sino en la tumultuosa sala de redacción de un periódico, se me desvanecía en cuanto empezaba a tomar apuntes en un aula de la Facultad.»
El dueño del secreto. Antonio Muñoz Molina 1993.
El personaje principal, es pusilánime y pardillo. Un pueblerino que se ve fascinado por la vida social de Madrid que no tarda en desplegarse delante de él. Falto de dinero, debe trabajar para sobrevivir. Pronto conoce a un abogado, Ataúlfo Ramiro, que lo contrata esporádicamente como escribiente —mecanógrafo—, y le va enseñando mundos hasta entonces ignotos para este joven, menesteroso y pueblerino, estudiante de provincias, con tendencia a irse de la vejiga. Ataúlfo, es un mecenas que le costea en el Madrid nocturno, de licores y mujeres desenvueltas. El protagonista anónimo cae fascinado por su cicerone. Será Ataúlfo quien le revele —e introduzca— en un movimiento conspirativo contra el régimen franquista con la única condición de guardar el secreto, cosa que, nuestro personaje, ni sabe hacer ni hace.
«Ataúlfo bebió un trago de whisky haciendo con la lengua un chasquido sediento de felicidad, encendió despacio un Winston, le dio una calada muy larga, me exigió con solemnidad casi amenazadora un juramento de secreto sobre las cosas que iba a decirme y me pidió, mirándome a los ojos y sin cambiar el tono de voz, que me uniera a una conspiración encaminada a derribar en el plazo de veinte días el régimen del general Franco.»
El dueño del secreto. Antonio Muñoz Molina 1993.
La tercera República. Un sueño para el protagonista que es puesto ante sus imberbes esperanzas. De su falta de carácter proceden todos sus fracasos y se asoma que también, la indiscreción en la que trae causa el fracaso de aquel intento frustrado de 1974. El relato es el fracaso de ese golpe. Esto no es un spoiler, sino algo obvio, —porque la Historia nos dice que Franco no cayó derrocado en 1974 sino que murió apaciblemente en su cama un año más tarde— a menos que el autor se hubiera embarcado en un ejercicio de historia ficción, que no es el caso.
Al Franco de 1974 se lo describe así:
(…) enano mineral, el galápago eterno que aparecía en el plano blanco y negro de los televisores como la momia anticipada de sí mismo, embalsamado en condecoraciones o vestido con trajes y sombreros de fieltro de vejestorio diminuto y pulcro, de abuelito fastidioso con el que ya nadie sabe qué hacer;
El dueño del secreto. Antonio Muñoz Molina 1993
El dueño del secreto, acaba de vuelta en su pueblo. Una vida feliz, mujer y dos hijos y un suegro hostil frente a su fracaso madrileño y académico. Parece que al final sí consigue, al menos, ser dueño de un secreto, el del recuerdo de su pasado como intrigante en Madrid, y como muchacho de pueblo que vivió por un momento fugaz, ese espejismo de gran ciudad, con metros y bares, mujeres que se ofrecen en camisón y estudiantes que viven una revolución de salón.
Esta novela de apenas 140 páginas honra al autor. Sí, porque con más o menos andamio para la trama, está contada con esa prosa tan bonita de Muñoz Molina. Casi da igual la historia que elija contarte este escritor, porque tienes la garantía de que lo hace tan bello que el disfrute ya no está en el desenlace sino en el párrafo que tengas delante.
Que no te sepa a poco. El mayor secreto del que es dueño el protagonista es su identidad. Es la primera vez que leo un libro narrado en primera persona y me quedo sin saber siquiera el nombre de pila del personaje principal. ¿Autobiografía? Tal vez. Ese tal vez sea el gran secreto del que se adueñe el autor o su protagonista. Parece tener aproximaciones autobiográficas. De hecho, el protagonista y voz narrativa en primera persona, no da su nombre. Viene a Madrid, de pueblo, ideas progresistas… Podría ser.
Por qué leer El dueño del secreto de Antonio Muñoz Molina
Hay un Muñoz Molina canónico. El de El jinete polaco, Beltenebros o Plenilunio. La calidad de esas novelas hace justicia a la fama que las refiere. Pero hay otro Muñoz Molina menos reconocido que también debe leerse. El de Ventanas de Manhattan; el de Todo lo que era sólido; el de Un andar solitario entre la gente, el de Los misterios de Madrid. Y también el de El dueño del secreto.
Leí críticas para ambientarme antes de leer este libro. Hablaban de una obra menor en el conjunto de Muñoz Molina, es decir, si lo comparamos con la propia bibliografía del autor. No sé bien a qué se refieren los críticos con eso de menor.
A mí me ha parecido una magnífica novela breve. Como esas obras más cortas de Dostoyevski donde al leerlas piensas: “el talento no necesita muchas páginas para manifestarse“. El dueño del secreto tiene por cierto, uno de los mejores comienzos que leerás. Un precioso retrato de la Portugal y la España de la primera mitad de la década de los setenta del siglo XX. Dos países emparentados en el mapa, en el pasado conquistador y en aquel siglo XX de dictaduras. En menos de una página, ¡te cuenta tanto con tan poco! Dice:
«La conspiración española, paralela a la portuguesa, pero ajena a ella, había recibido un inesperado impulso con los acontecimientos jubilosos del 25 de abril, fecha que para las personas de mi generación es tan inolvidable como la del 11 de septiembre chileno, que había ocurrido unos meses antes, a finales del verano del 73: las matanzas y los hacinamientos en el estadio nacional de Santiago nos recordaban que para los militares fascistas adiestrados y protegidos por el Departamento de Estado no existía el menor escrúpulo de tibieza o piedad; los acontecimientos de Lisboa nos enseñaban la lección contraria, porque en este caso también los militares eran los protagonistas, pero traían la democracia en vez de derribarla»
El dueño del secreto. Antonio Muñoz Molina 1993
O también:
«Aquella tarde del 26 de abril, a pesar del hambre que llevaba, el titular y la foto de primera página, en la que se veía un carro de combate rodeado de gente que les ofrecía claveles a los soldados (nossas armas sao cravos, leíamos luego en las pancartas: la revolución nos hacía aprender portugués) me dieron una felicidad cálida e instantánea, una anchura de respiración libre en el pecho, como si el golpe de estado no hubiera sido en Portugal, sino en la misma España.»
El dueño del secreto. Antonio Muñoz Molina 1993
En suma, una novela corta para descubrir. Ciento cuarenta páginas saben a poco para una novela, pero si son de Muñoz Molina, son demasiadas para olvidarlas en un anaquel de tu estantería.