- Los sufrimientos del joven Werther
- Johann W. Goethe.
- Publicada en 1774. Ambientada entre 1771-73.
- 125 páginas
Mi ejemplar pertenece a una segunda edición de 1983 de la colección Clásicos Universales Planeta.
Los sufrimientos del joven Werther. La primera obra del —para muchos—, mayor escritor alemán. De innegable talento, fijémonos en que una primera novela, que suele adolecer de pecados de juventud en el común de los mortales, alcanza aquí, sin embargo, el grado de paladín del romanticismo alemán, cuyo padre es el propio Goethe.
Un clásico. Hablamos de una de las obras magnas de la literatura germana. Casi nada.
El argumento de Los sufrimientos del joven Werther:
Es una novela breve escrita en forma epistolar. Al principio conocemos a Werther, quien escribe cartas a un amigo —de nombre Guillermo—, desde un paradisíaco retiro en la naturaleza (la naturaleza siempre es nombrada con mayúscula) donde cuenta estar disfrutando de una conveniente soledad.
Dice:
«La ciudad es desagradable, pero en torno de ella hay una inefable hermosura de la Naturaleza.»
Pronto empezamos a vislumbrar la causa del retiro: inestabilidad emocional. Cuenta de sí mismo, su facilidad para pasar de «la aflicción al libertinaje, y de la dulce melancolía a la pasión letal». El chico parece estar en un trasunto de una moderna clínica de desintoxicación. Ya entonces, poner tierra de por medio era el tratamiento más eficaz.
El joven Werther conocerá a Carlota. Es una joven que ya está prometida con otro hombre, Alberto. Werther Cae enamorado de ella y lo traslada a su amigo con una cursilería que resultaría demasiado empalagosa para una persona que lee estos lances desde el siglo XXI, si no se aborda la lectura con la tolerancia histórica que requiere.
La obra tiene tintes autobiográficos claros. Dos años antes de publicarla (1774), es decir, en 1972, Goethe se muda a la ciudad de Wetzlar. Durante este periodo conoció a Charlotte Buff, prometida de su amigo Kestner, de la cual se enamoró. Ese amor prohibido es el claro motor que inspira su obra Los sufrimientos del joven Werther, de obvio paralelismo. Nótese que el nombre de Charlotte Buff es el mismo que el de Carlota o Charlotte de la que se va a enamorar su Werther.
Carlota y Werther empiezan a procurarse una compañía frecuente. En el caso de Werther alcanza niveles de una cegazón notables, viendo a Carlota como un ser de luz, henchido de virtudes y carente de defectos y sobre todo, más interesada en él de lo que realmente está.
Los sentimientos pesan más en esta obra que la realidad. En la primera parte de la novela, en que se fragua la trabazón entre los personajes principales, el bueno de Werther no da un palo al agua. Escribe:
«Puesto que tanto insistes en que no abandone el dibujo, preferiría pasar todo ese asunto con decirte que desde hace tiempo he hecho muy poco» (pág 39).
La desconexión con la vida normal es patente. Todo está subordinado a la pasión amorosa y sentimentaloide de Werther. Su obsesión es totalitaria. No hay ninguna parcela de su vida ajena a ese celo platónico y desmedido.
Carlota, por su parte, también alimenta la relación. Su tono tiene que ver más con la amistad que con el amor de pareja. Más desde el instinto que desde una pasión que haga pensar en un amor correspondido por su parte. Le envía cartas, se cita con él… Sin embargo, Alberto, el prometido, entabla una relación noble y leal con Werther. Alberto encarna los ideales opuestos al joven protagonista: es cerebral, conveniente, desapasionado y racional. En sus conversaciones con Werther es frecuente la amonestación amistosa desde su posición razonable.
Werther avanza los capítulos con un temperamento progresivamente nublado. Los mundos de paraísos y nubes de algodón que bosqueja a su alrededor van desnudándose en verdades pétreas: soledad, alargamiento, celos y falta total de autoestima.
Los vaivenes se van sucediendo, pero con una nota descendente. Un personaje de una psicología compleja que Goethe describe con notable acierto hasta llegar al final de la historia.
Lo trascendente:
Es una obra de gran trascendencia. Subyace una crítica directa a la cultura dominante y el pensamiento de la época, la Alemania de mediados del siglo XVIII.
Se reclama el derecho a ser diferente. A recorrer caminos diversos a los que marca un rígido esquema de valores e ideas cuya primera pretensión es diseñar una vida de rebaño. Werther encarna ese otro camino. Charlotte y Alberto son la otra cara de la moneda.
Tiene un marcado carácter pesimista. Ya desde el principio (página 7) el protagonista reconoce sentirse en paz en su retiro y por ello, aduce, su capacidad artística como pintor se resiente. Es decir, se considera que del tormento interior —y no de la paz—, emerge el temperamento y el genio artístico. Como ya hemos dicho, del padecimiento de Goethe por su amor inalcanzado sale este Werther.
También se van a atacar las diferencias de clase social. Azota a una clase privilegiada —la incipiente burguesía— que teme siquiera entablar conversación con “la plebe”, como si pudiera eso ocasionarles pérdida de rango social o maledicencias de sus pares. A estos comportamientos los marca de cobardía, en paralelo con los soldados que aguardan escondidos por miedo a verse con el enemigo. De semejante metáfora, ¿se puede entresacar un deseo de ascenso social y una relación más equilibrada o una arenga de lucha de clases?
El libro está inundado de tesis del autor. Es un ventanal con vistas a su opinión sobre casi cualquier aspecto de la condición humana. Por ejemplo, en una de sus cartas, el protagonista —que tiene mucho de esa autoliteratura que está tan de moda como para darle un Nobel— defiende la imposibilidad de amar a una mujer y entregarse a ella completamente, con llevar una vida laboral y social equilibrada. El amor tiene para Werther vocación de absoluto, de suerte que todas las horas, ocupaciones y pensamientos serán para ella. Y extrapola la misma idea al hecho artístico. El Arte es siempre visto en la novela como una amor, una pasión. La creación nace de ahí, no de un método ni una técnica.
Werther profesa la fe cristiana. No pocos elementos morales son juzgados desde la cita bíblica pertinente. Ejemplos: el cantarillo de aceite del profeta (pág. 37); las referencias a la labor profética de Cristo; el exhorto a ser como niños para entrar al Reino de Dios y tantas otras.
Esta obra, hoy seguramente no podría ser publicada. Hay comportamientos del joven Werther que podrían ser vistos como acoso —es realmente obsesivo su enamoramiento, llegando a aparecer en paseos de Carlota porque controla a qué hora los da—, o tal vez se vería extraño que besara (en la mejilla) a niños desconocidos de manera apasionada causando el rechazo y susto en estos, solo conducido por su estado de exaltación emocional. Por eso, es una obra que solo ha de leerse desde el concepto del romanticismo y la distancia histórica que media con nuestro presente.
Los sentimientos están siempre desmelenados. No son puestos bajo mesura alguna. Corren desbocados. Desatados, campan a sus anchas. En ese contexto, el suicidio se presenta por Werther, reiteradas veces, como un remedio consecuente al desamor. Casi la única salida lógica. El chantaje con esa resolución drástica que trata de hacerle a Carlota, desde luego no es una medida aceptable para nuestros tiempos. De nuevo, apelaremos a la tolerancia histórica para leerlo.
A pesar de su brevedad, su lectura es pausada. Su estructura narrativa, casi un diario en tono epistolar, se indigesta si te la zampas de una sentada. Resulta más sabrosa bebida a sorbitos y dándole el tiempo de digerir cada reflexión a un libro de tanta carga filosófica.
La prosa, siendo elevada, tampoco es de un lirismo atronador. En la obra todo está supeditado a mostrar el estado emocional del personaje y yo diría que su evolución en la línea de tiempo. Desde el optimismo injustificado hasta el pelele más patético —por lo pusilánime y falto de carácter— que la literatura conoció. En una de sus cartas apunta:
«¡Amigo mío!, ¡adonde he llegado! Ella puede hacer de mí lo que quiere.»
La parte final del libro abandona la narrativa epistolar. En ella se relata el descenso definitivo de Werther a los infiernos del deseo no satisfecho. Carlota o Charlotte, adquiere hacia esta parte un perfil más racional, sosegado y nítido:
«¡Aparte este triste afecto de una criatura que no puede hacer más que compadecerle!»
«¿No nota usted que se engaña a sí mismo, que se va a aniquilar con su deseo? ¿Por qué a mí, Werther? ¡precisamente a mí, que soy propiedad de otro, precisamente esto!»
De tales formas Carlota reconviene a Werther. Cierto es que ella ha permitido esa amistad posesiva y excesiva que persigue el protagonista, dando cabida a sus reuniones, paseos y visitas frecuentes, lo cual, siendo inocente, no parece coherente si estaba adivinando el desvarío que traía consigo Werther.
Pero Goethe elige a su Charlotte para explicarnos a Werther:
«Temo, mucho temo que sea sólo la imposibilidad de hacerme suya lo que le hace tan excitado su deseo.»
Sea tal vez esa lacerante frase la que explica todo. Toda la psicología del personaje central, que es prácticamente toda la obra, se reduce a ese perfil psicológico que Carlota solo necesita diecinueve palabras para concretar.
Poco spoiler se puede hacer ante obras tan conocidas. Solo diré que el texto condensa todos los rasgos que después se convertirían en tópicos o lugares comunes de toda obra romántica: amores y deseos llevados al extremo, pasiones desmedidas, una mujer que encuentra conveniente y seguro a su marido pero cuyas notas más agudas vibran con el amante que ofrece, —por oposición—, diversión, juventudes y promesas de una carnalidad no contenida que la tientan… Reclamos románticos que veremos repetidos hasta la saciedad en tantas obras posteriores a esta.
Así me pareció la obra más famosa de Goethe. Creo que más incluso que su “Fausto”, obra ya muy posterior y mucho más madura. Goethe fue un hombre excepcional de una ilustración fuera de lo común, ya que fue capaz de influir de manera evidente en la literatura alemana posterior a él con sus escritos, que adquirieron con las décadas la categoría de obras formativas de las generaciones posteriores.