Por qué leer Madame Bovary

Por qué leer Madame Bobary
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Por qué leer Madame Bovary. Menuda pregunta la que hoy nos hacemos.

Vladimir Nabokov dijo que Madame Bovary es prosa haciendo lo que tiene que hacer la poesía.

Madame Bovary es el mejor título posible para esta obra. No es que sea una obra de personajes —que lo es—, sino de un personaje. Emma Bovary es el epicentro de todo. Una figura que se puede comprender y se puede aborrecer. Poliédrica y llena de contradicciones como una persona real. Emma es caprichosa y determinada. Es apasionada y también apática. Es lisérgica y a la vez consciente de su existencia. Es vital y es moribunda. Tristemente feliz. Capaz de amar de una manera platónica y total y a la vez incapaz de dejarse amar por quienes tiene cerca y quiénes más le convienen. Un personaje con luz y sombra. Un personaje total.

Por qué leer Madame Bovary: sinopsis sin spoilers

La novela nos cuenta la historia de Emma Bovary. Una mujer que vive en una apartada granja con su padre, soñando con una vida mejor, más interesante y estimulante. Conoce a Charles Bovary, un médico joven y reciente viudo que acude a la granja a prestar atención médica a su padre. Charles es un hombre bonachón que enseguida cae enamorado de ella, a pesar de estar casado con una mujer hosca y poco atractiva con la que su madre apañó nupcias. A no mucho tardar, Charles Bovary enviuda. Emma, sabedora de su efecto sobre Charles, decide casarse con el doctor apenas habiéndose visto un par de veces. Tales son sus ganas de salir de la granja en pos de un mundo mayor.

Pronto Emma se desencanta de ese matrimonio. Dice:

“Antes de casarse, ella había creído estar enamorada, pero como la felicidad resultante de este amor no había llegado, debía de haberse equivocado, pensaba, y Emma trataba de saber lo que significaban justamente en la vida las palabras felicidad, pasión, embriaguez, que tan hermosas le habían parecido en los libros.”

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

Aunque es pueril y caprichosa, se la comprende. Una vida solitaria, en una granja que solo alterna con un internado conventual por todo mundo conocido. Un temperamento vivo encerrado en una época poco propicia a esa forma de ser. Emma pide a gritos una vida más libre. Se lee:

“Acostumbrada a los ambientes tranquilos, se inclinaba, por el contrario, a los agitados. No le gustaba el mar sino por sus tempestades”

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

La novela sigue al desamor de Emma. La protagonista va saltando de amante en amante, presta a enamorarse como una adolescente, encaprichada de otros diálogos, temas y horizontes.

Es una novela con mucho trasfondo. Se tocan diversos temas propios del momento de su publicación con una visión crítica. Literatura, costumbres sociales, arraigo de antiguas creencias frente a la ilustración, etc.

Flaubert se mofa de las novelas románticas de la época. Apenas folletines de escasa originalidad y menor valor literario, muy populares, sin embargo, en la época. De hecho, Emma Bovary es un personaje romántico inserto en una novela realista y por eso a veces es ridícula y disonante. Hacia el capítulo octavo de la segunda parte, durante la narración de una feria agrícola, Flaubert intercala un discurso vulgar sobre la realidad del entorno agrario en que viven los Bovary, con frases sentimentales pronunciadas por Emma y el enamoradizo efebo de turno, siendo un recurso que deja ver en su yuxtaposición la anacrónica visión de la protagonista. Realismo y Romanticismo corriendo juntas en la misma página, exponiendo por contraste, la una su frialdad y la otra su bisoñez. Magistral.

El valor del noviazgo frente a las bodas concertadas. Otro tema de fondo. Este tipo de ensamblajes eran todavía propios de esa época. Unir almas que se atraen en libertad siempre es mejor que forzar uniones de conveniencia. A esa tesis apunta Flaubert. El amor no acomoda bien con la aritmética mercantil. Por eso, esta novela es un clásico universal que se puede entender en cualquiera época. Fracasa el primer matrimonio de Charles Bovary, fracasa el segundo. Siempre es cosa de dos. Con uno no basta.

A través del personaje de Homais se vierte el anticlericalismo. Madame Bovary bien puede ser el estreno del realismo y la losa definitiva sobre las creencias precedentes. Se oponen, en medio de un desarrollismo científico propio de la sociedad del momento, fe y ciencia. En un pasaje en que Charles Bovary realiza una intervención podológica de carácter innovador, el referido Homais —un farmacéutico amigo de corruptelas— va a comentar:

«¡No es ocasión de proclamar que los ciegos verán, los sordos oirán y los cojos andarán! ¡Pero lo que el fanatismo de antaño prometía a sus elegidos, la ciencia lo lleva a cabo ahora para todos los hombres! Tendremos a nuestros lectores al corriente de las fases sucesivas de esta tan notable curación».

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

A la burguesía deja Flaubert sus mejores epítetos:

«En sus miradas indiferentes flotaba el sosiego de las pasiones diariamente satisfechas; y, a través de sus maneras suaves, se manifestaba esa brutalidad particular que comunica el dominio de las cosas medio fáciles, en las que se ejercita la fuerza y se recrea la vanidad»

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

Avanzamos en el conocimiento de una mujer insatisfecha. Fruto de un matrimonio convenido, fórmula como ya hemos dicho, denostada por Flaubert como fórmula de felicidad. Emma se verá pronto sorprendida por la rutina, la falta de quehacer y un Charles más soso que un menú de hospital. Charles se hace querer por su bondad tanto como aborrecer por su pasividad. Es el personaje más abúlico que ha creado la literatura y tal vez, también, el cornudo más consentidor.
Al principio de la relación, son invitados a una fiesta de sociedad, en la que Emma queda seducida por ese mundo tan distinto a su confinada vida diaria:

«En su deseo confundía las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres, con las delicadezas del sentimiento.» «Deseaba a la vez morirse y vivir en París»

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

Emma Bovary representa la insatisfacción vital. Siempre me ha recordado a otro libro, El hombre en busca de sentido, donde Viktor Frankle defiende la teoría de que mueren quienes no tienen un motivo para vivir. Emma es justamente esa persona: deja la música, porque no tiene para quién tocar. Desiste de su vida matrimonial, porque carece de propósito compartido. La mujer aislada, sin alicientes ni escaleras sociales por las que subir, siempre a la sombra del hombre, no halla un motivo para continuar. También abandona el dibujo y la confección de ropas, otras de sus habilidades:

«¿Para qué?, ¿para qué?»

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

Salta de capricho en capricho. En un determinado momento, se enamora de León, un estudiante que reside al auspicio del farmacéutico del pueblo donde vive Emma Bovary. Al ser imposible ese amor, o esa pasión, Madame Bovary trata incluso de aprender italiano. Buscaba ocupación y propósito. Esta novela tiene un punto reincidente en ese aserto: la desocupación causa insatisfacción vital y la falta de un objetivo hace pesadas las sábanas por la mañana. Tras León será Rodolfo quien ocupe su atención. La facilidad con que va sucumbiendo a nuevos amoríos nos hace suponer que Emma se enamora no de la persona de turno, sino de la novedad y de la aventura que trae a sus días.

La estructura de la novela nos cuenta mucho. No obedece a una simple ordenación —inmaculada, por otra parte— de los acontecimientos, sino una declaración de un Flaubert que se tomó cinco años para escribir esta obra maestra. El capítulo más extenso de la primera parte, se dedica a presentar el estado de ánimo de Emma Bovary, sin escatimar en detalles que den relieve a cada soporífero día, —el mismo, se repite sin cesar—, que vive la protagonista. Un día, que más parece un castigo que una vida. Qué duro es vivir sabiendo que la noche es un papel de calco que imprime en mañana algo idéntico a lo que ya has visto hoy.

De la estructura también alabaré su fluidez. Sigue un patrón lógico y reconocible. Es muy fácil de contar a quien no la haya leído. La sucesión de la historia es muy consecuente. Sin embargo fluye. No se nota rigidez ni capítulos que se cierren de manera forzada para no salirse del rail que está predibujado.

El feminismo es el gran tema de fondo. Sobre el papel de la mujer en la sociedad de la época dice:

“Ella deseaba un hijo; sería fuerte y moreno, le llamaría Jorge; y esta idea de tener un hijo varón era como la revancha esperada de todas sus impotencias pasadas. Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado. Fuerte y flexible a la vez, tiene en contra de sí las molicies de la carne con las dependencias de la ley. Su voluntad, como el velo de su sombrero sujeto por un cordón, palpita a todos los vientos; siempre hay algún deseo que arrastra, pero alguna conveniencia social que retiene.”

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

Las pasiones y su gestión son otro tema de fondo. Emma, en su desesperación, se aproxima a nuevos hombres, como un yonki. Esa posición servil que adopta le hace parecer poca cosa ante estos oportunistas que la tratan a capricho y con discrecionalidad. Pasa así Emma de ser carcelera de sus pasiones, a ser rea de éstas. Una señora de sociedad, distinguida y siempre socapada bajo ropajes y adornos que no es capaz de pagar, pero que a efectos prácticos es tan promiscua como las mujeres de la vida que tanto desprecia.

Por qué leer Madame Bobary

La personalidad de Emma Bovary es extraordinaria por compleja. Tiene todos los matices imaginables. Hay una evolución del personaje reconocible y constante. Desde esa chica llena de ganas de vivir pero enclaustrada en la granja paterna hasta esa esposa caprichosa, infiel y taciturna. Depresiva. Cuando tiene algo de libertad Emma es su propia cárcel. En un momento próximo al final la describe el autor así:

«La diversidad de su humor, alternativamente místico o alegre, charlatán, taciturno, exaltado o indolente,»

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

Llegas a conocer a Emma. Hacia la tercera parte de la obra, Madame Bovary se presenta ya cruel, maquiavélica y despiadada con Charles, que, por contraste, es un personaje rayano en la santidad o que de bueno es tonto, que no es lo mismo.

El ser siempre insatisfecho de Emma no tiene cura. Se dice incluso, casi al final de la obra:

«Emma volvía a encontrar en el adulterio todas las soserías del matrimonio».

Madame Bobary. Gustave Flaubert 1856.

El capricho desmedido. Hasta el adulterio más efebo y aventurero acaba por no saciarla. La rutina siempre alcanza y Emma siempre anhela algo nuevo, como le sucede con las fruslerías que no se puede permitir, pero con las que constantemente endeuda a su marido hasta el extremo.

Emma Bovary: un personaje total

Qué diremos de Emma Bovary: que es caprichosa, interesada, calculadora, frívola e inmadura; desleal, inconstante, déspota, insultante, cruel… En todo hallaríamos verdad en las páginas de Flaubert. Pero sería demasiado simplista —y facilón— quedarnos en ese diagnóstico. Emma también es una mujer presa de su tiempo, por tanto, sometida al dictado masculino, al qué dirán social, que lo espera todo de antemano como si una mujer solo pudiera ser una cosa. Es una mujer que cuando la conocemos vive sola, encerrada en una granja con su padre, un espacio demasiado angosto para sus legítimas ganas de vivir y ver el mundo. A la luz de esta consideración —y sin disculpa de sus mezquindades— Emma es todo lo anterior y también un alma libre, soñadora, diletante, víctima; reclusa, apasionada, rebelde, inconformista, esperanzada, amante, cálida y tantos otros epítetos que le caben. En suma, un personaje enorme, tan poliédrico que parece un ser humano real. Es una mujer de mirada contemporánea perdida en un mundo decimonónico. También una romántica en medio de una novela realista. Emma es un anacronismo.

Un personaje total en el que cabe todo. Una novela total, donde se escruta todo el siglo XIX: la política, la cultura, la sociedad, sus costumbres; la burguesía y la ya ridícula aristocracia; el pueblo llano; la ciudad y lo rural; la juventud y la madurez, los sueños y las frustraciones; el amor y el desamor; la nobleza y la mezquindad… Está todo contenido en esta prosa, pocas veces lírica —perdón Nabokov— pero siempre precisa como el bisturí de Charles Bovary.

Álvaro Sánchez

Fotografía illustración: NY Times

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

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