- La ciudad sin luz. Mil ojos esconde la noche I.
- Juan Manuel de Prada
- 2024
- Editorial Espasa
- 796 páginas.
La más reciente creación de Juan Manuel de Prada. No defrauda: está escrito a un nivel de excelencia en el manejo y las formas; lo que te cuenta es interesante en grado sumo, polémico y que desafía los paradigmas más comúnmente aceptados. Con Prada sabes que nunca tendrás un libro escrito “como para halagar el gusto retrógrado de una clientela aferrada a un arte apacible y decorativo, tan resultón como inane”. No, Prada incomoda a algunos, aceza a otros, pero a ningún lector le deja indiferente: o se enfada, o lo adora, pero pensar critícame lo va a tener que hacer sí o sí.
la verdad histórica no es lo que sucedió, sino la narración que a posteriori se elabora en torno a lo sucedido (p.685)
Fernando Navales está en París. Falangista y escritor frustrado. Un hombre al que no se le han podido ni querido reconocer méritos. Un peligroso resentido.
Una novela pináculo del resentimiento.
En 1940 París vive bajo la invasión Blitzkrieg alemana. Hitler quiere enseñorearse de París. Aquel paseo legendario junto a Albert Speer y Arno Breker es de sobra conocido. En aquel día, Breker dijo a Hitler: Jean Cocteau y Pablo Picasso. A esos dos dejémosles tranquilos. Serán la bandera que muestre que el Reich es tolerante y no un monstruo devastador. Los demás, pasados a puré. París era el escaparate para vender una imagen avanzada y moderna de Alemania. Por lo demás, Hitler abominaba el arte de las vanguardias:
Mis confidentes alemanes, por ejemplo, me aseguran que, cuando se enseñoreen de París, no piensan tocar un pelo al mencionado Picasso, aunque sea el representante máximo del arte degenerado, pues de este modo podrán combatir la propaganda enemiga que trata de presentarlos como censores furiosos. (p.21)
Nosotros hacemos arte de vanguardia, lo que ellos llaman arte degenerado (p.72)
El Franquismo también lo entendió así. Falange, llevaba a cabo una intensa agenda cultural en la capital francesa con idéntica intención: presentarse como un movimiento moderno y abierto a la cultura. Y de aquí nace la trama.
Desde Falange, encomiendan a Navales reclutar a los artistas exiliados.
del medio millón de españoles que en estos momentos viven en Francia, sólo quinientos se hayan afiliado a la Falange (…) las normas de afiliación a la Falange son demasiado rígidas; y convendría, para animarlos a afiliarse, crear la categoría intermedia de «simpatizante», pues al principio, para engolosinar al incauto, es mejor meterle la puntita nada más (y tú ya me entiendes) (p.16)
Los intelectuales eran los grandes abanderados de la vencida República. Su gran activo. La premisa es que esas personas, atrapadas en la Francia ocupada, eran vulnerables y seguramente su situación era tan precaria que tenían un precio. La novela nos cuenta cómo aquellos artistas que son mirados casi como ángeles de la mayor pureza, colaboraron con Falange, pues tenían necesidades y penurias que resolver. Eran sobornables y fueron embaucados por la tentación de una vida más fácil.
«…yo era el hombre idóneo que podría pastorear a todos aquellos artistillas y plumíferos hasta el redil de la colaboración con la Falange y la adhesión a la Nueva España, para que después quedase en su ejecutoria, como el tizne de la lluvia que ennegrecía nuestros trajes, una mancha de la que no podrían desprenderse nunca, porque no habría tintorería que la lavase.»
(Pág. 74)
Y cayeron. Por necesidad unos, por vanidad otros, por oportunismo otros. Pero cayeron. El autor se centra en la comunidad de artistas españoles que tras la Guerra Civil recaló en el París ocupado por los alemanes, donde las condiciones de vida eran especialmente difíciles y donde debieron de utilizar cualquier recurso a su alcance para sobrevivir, aunque ello les pusiera frente a unos dilemas morales de muy difícil resolución.
Con ello, el Régimen quiso mancillar su currículum progresista. Inhabilitarles para la defensa de sus ideales, a cambio de libertad, comida, techo o reconocimiento, que también es una necesidad.
Esto lo hace el autor sin juzgarlos ni tildarlos de traidores, vendidos, ni chaqueteros, sino con la misericordia de quien entiende al ser humano en medio de las dificultades. Es a la leyenda beatífica y de conveniencia posterior a quien nos invita a mirar con pensamiento crítico, si es que nos queda algo de eso.
Navales había formado en las “falanges de sangre”. El encargado del trabajo sucio. Por eso, al vencer en la guerra, en Falange se le estimaba pero no se le podía reconocer públicamente, dada la naturaleza violenta y delictiva de sus intervenciones. Esa injusticia, unido a su frustración por no triunfar como escritor nos deja un personaje que es el paradigma del resentimiento.
Un personaje tan vil y tan humano que es excelente.
Contexto y tiempo narrativo
La Segunda Guerra Mundial en su primera etapa Años 40 y 41. Supongo que ahí habrá mucho cambio respecto de la segunda parte que saldrá el año próximo. En esta primera parte, “La ciudad sin luz” los alemanes están muy crecidos y tienen la situación bajo control y Fernando Navales tiene mucho predicamento en ese contexto. Habrá que leer con avidez qué pasa cuando en la segunda parte, las cosas pinten bastos.
Desde luego es un recorrido muy interesante. Lejos del trillado primer escenario del combate, Prada nos muestra la realidad más pedestre de la ocupación alemana de Francia.
Fernando Navales
Fernando Navales es esta novela. Es un tipo con sus razones, que se conocen y se entienden, te identifiques o no. Esa tontería de las reseñas actuales al estilo: “no me he identificado con el personaje” o “no he conectado el protagonista” me parecen una memez que, de atribuirle peso, nos privaría de miles de novelas cuyo protagonista es demencial: El retrato de Dorian Gray, verbigracia.
A lo que vamos. Navales es un resentido. Sí, ya lo he dicho, pero ahora te pongo con él para que te lo cuente en primera persona, aprovechando que Prada le ha cedido la voz narrativa:
“Yo, en cambio, odiaba a Velilla minuciosamente, como sólo sabemos odiar quienes estamos infectados por el resentimiento”
La visión de la historia está sesgada. No vemos toda la trama sino el encuadre que permite Fernando Navales, pues es el narrador homodiegético. Suyas son opiniones de toda índole, especialmente anti republicanas, pero tiene tanta oscuridad en sí, que reparte estopa hasta para su propia casa:
“nos estaban convirtiendo la Falange en una sucursal pánfila de la democracia cristiana”
Navales, como se infiere, es hombre de acción. Y de reacción.
Fernando Navales es una bendición para cualquier escritor. Marcadas todas las distancias entre el autor y el personaje, no deja de ser tentador —o así lo suponen mis torpes entendederas—, poner en boca suya como narrador en primera persona, toda clase de afirmaciones tan poco populares como verdaderas, cuando no de insolencias si se tercia. A todos nos gustaría tener por casa una careta de Navales para salir a cantar las verdades del barquero sin faltar al decoro de la propia imagen. No obstante, Prada ha dado sobradas muestras en otras tantas intervenciones, de que no esconde la reflexión crítica por mucho que disguste a sus contemporáneos.
Un personaje logradísimo. Poliédrico, rencoroso, amargado, cínico, maquiavélico.
No buscas su bien, sólo quieres aprovecharte de él. O todavía algo peor, destruir su prestigio, manchar su trayectoria, para que termine siendo lo que eres tú: un cínico y un miserable —explicó sin ambages, con una clarividencia de sibila.
Navales trae causa en sus fracasos. Una vida anodina, desarraigada y sin vínculos. Un náufrago en avanzado estado de zozobra cuyo único consuelo es hundir en sus mismas aguas a quienes —pese a sus propias desgracias— triunfaron donde él fracasó.
Pero al fondo se deja ver algo de humanidad:
Mi corazón estaba cansado de luchar, quizá también cansado de vivir, quizá muerto de tan cansado y anhelante de una isla donde poder resucitar; y por eso latía con los versos de aquella roja infeliz
Vale, es un resentido, pero ¿por qué? Primero, a Navales, le dieron el paseillo por la Dehesa de la Villa para fusilarlo. Escapa a esa suerte in extremis y lo que sale de ahí no es un ejemplo de amoroso ecumenismo político.
Segundo: Navales tiene que hacer el trabajo de cloacas. Sus aspiraciones literarias son silenciadas, o no reconocidas por Falange. Le agradecen su trabajo de zapa, pero a causa de él, le privan de las luces y el reconocimiento que anhela para su prosa. No pueden lucir a una especie de brazo ejecutor. Por el contrario, otros que han expuesto menos que él, ocupan puestos en medios de comunicación y son promocionados a escaparates que Navales cree merecer más.
Intento de fusilamiento y preterición de Falange. Fuego enemigo y fuego amigo. Navales está resentido con las dos Españas.
De Navales llaman la atención dos rasgos:
Primero: el tío es perfectamente consciente del mal que aqueja, el resentimiento. Se alude a sí mismo como resentido con bastante frecuencia.
Segundo, tiene fogonazos de empatía. A él mismo lo sorprenden, pero ahí están, los tiene. Esto hace muy de carne y hueso al personaje, no esperaba menos del autor, que se aleja así de un protagonista plano, facilón, monótono y unicolor.
Realidad o ficción
¿Esto de dónde sale? ¿Es una ficción inventada por de Prada para dilapidar la imagen de bien queridos hombres de la Segunda República? ¿Realmente aconteció esa colaboración con Falange que se cuenta en la novela? ¿Se puede refrendar lo que se plantea en La ciudad sin luz?
Prada escribe tras una minuciosa labor de investigación. Archivos policiales franceses, documentos de diversa índole… Como el autor declaró a la revista Zenda:
tenía tomadas —en archivos franceses y españoles, públicos y privados— miles de fotografías de documentos policiales, administrativos y también íntimos, sobre muchos escritores y artistas españoles
Esa ropavieja le viene de su trabajo anterior. Recordemos que Prada viene de una biografía enorme de 1700 páginas de Ana María Martínez Sagi. Para hacerla, hubo de visitar y patear decenas y decenas de archivos y manejar miles de documentos.
París, en efecto, se convertía cada noche en una ciudad sin luz, para desmentir el tópico. Pero había mil ojos acechando la noche, prestos a seguir los pasos de cualquier sospechoso.
Durante la lectura, los personajes cuentan el proceso del autor: ¿De dónde ha sacado esta información?
Nosotros tenemos informes de casi todos los refugiados españoles. Los archivos de la policía francesa, que ahora se hallan en nuestro poder, son muy minuciosos. Y el SD tiene mil informantes que nos suministran nuevos datos y revelaciones sobre cualquier persona que juzgamos sospechosa. También esa información está a su disposición, si la necesita.
Y esa información, se puede consultar. A ello se ha dado Prada.
De tal acúmulo, sale también esta novela en dos actos.
El rey está desnudo
Juan Manuel de Prada, abre los ojos al lector. Le advierte de que, aun a riesgo de ser impopular, lo cierto es que el rey está desnudo. Nuestro tiempo, ha entronizado a los intelectuales exiliados a París. Los ha imaginado como mesías progresistas, siempre fieles a la causa, imperturbables en la idea, inasequibles a la dificultad e incólumes tras la batalla. Pero al documentar su vida en la Francia ocupada, descubrimos que el rey va en cueros, o mejor, que Chanfalla y La Chirino han abusado otra vez de nuestro deseo de pertenencia a grupo, para hacernos ver un retablo de maravillas donde apenas hay cuatro palos prosaicos.
No. Los intelectuales exiliados merecen —los que lo ameriten—, todo el respeto, pero no eran seres de luz, sino seres humanos. En ese sentido Prada no me ha resultado malévolo, sesgado ni nefario. Al contrario, realista y comprensivo.
Creo que, además de engatusar a los rojillos recalcitrantes, habría también que poner a prueba la lealtad de esos liberales que apoyaron a la República y ahora quieren congraciarse con la Nueva España. Obligarlos a comprometerse más, para comprobar si su adhesión es sincera o hipócrita. Pienso, por ejemplo, en alguien como el doctor Marañón.
Francia, a revisión
Francia país avanzado, moderno, libre y tolerante. Siempre en la vanguardia social. Francia, nación beatífica de seres luminosos y nunca mezclada con las miserias que parecen autóctonas en los demás países.
Déjate de monsergas, Flores. A ti quienes te metieron en un campo de concentración, cuando cruzaste los Pirineos, fueron los gabachos. Contra ellos deberías indignarte, no contra los alemanes, que por el momento nada te han hecho. (p.72)
muchos españoles que tuvieron que resignarse al exilio cuando las tropas rojas en desbandada los obligaron a abandonar sus hogares, pero que no profesan ningún tipo de lealtad a la derrotada República (…) gran parte de estos españoles se hallan todavía internos en los campos de concentración que los franceses, paladines pomposos de los Derechos Humanos, les brindaron a modo de hospedaje (p.19)
Pues esta novela niega la mayor. A muchos españoles que huyeron allí buscando auxilio para el exilio, los hacinaron en campos de concentración. También a los judíos que salían huyendo de Alemania los concentraban en campos de refugiados, que tenían mucho de campos de concentración si atendemos a testimonios tan bien ponderados como el de Hannah Arendt, la gran intelectual, que fue recluida en el campo de refugiados de Gurs durante 1940, hasta que pudo continuar su huida con rumbo a Estados Unidos.
París, en efecto, se convertía cada noche en una ciudad sin luz, para desmentir el tópico. Pero había mil ojos acechando la noche, prestos a seguir los pasos de cualquier sospechoso. (p.136)
En esta novela se da cuenta de cierto antisemitismo francés:
Vichy y Berlín habían acordado que cinco mil judíos de Polonia, Bohemia y Moravia residentes en Francia laborasen en la reconstrucción de caminos, puentes y obras públicas. Y a la mayoría de los gabachos el acuerdo les parecía de perlas; pues consideraban que los judíos habían provocado la guerra y, por lo tanto, era lógico que pagasen los destrozos con el sudor de su frente.
En otras novelas se plantean afirmaciones similares. No eran los Nazis los únicos antisemitas de entonces, sino los que llevaron dicha conducta al paroxismo. En su novela El rey de Varsovia, también reseñada en este blog, Sczcepan Twardoch nos presenta una sociedad polaca —inmediatamente anterior a la invasión Nazi— de un antisemitismo beligerante digna de asombro.
El propio Prada, va más lejos. En alguna entrevista de las muchas suyas disponibles en YouTube plantea la cuestión de la creación del Estado de Israel, como un gesto antisemítico de las potencias aliadas vencedoras de la II Guerra Mundial, encubierto y mal disimulado tras un tul de buenismo y estupendas intenciones, porque en definitiva inventaron un territorio bien lejos, para invitarlos a marcharse.
Polémica. ¿Cómo leer esta novela?
Seamos claros: hay lectores cuya sensibilidad se resiente con esta novela. Personas afines a las ideas de izquierdas pueden leerla sin sobresalto y si captan su mensaje, disfrutarán. Personas sin capacidad crítica, que no se sienten más próximas a unas leyendas sino que no pueden concebir una vida sin ellas, no podrán leer esta novela.
La verdad está en bolas en esta novela. Nuestros artistas exiliados, tenían más interés en comer y sobrevivir que en la defensa de los valores de la II República española. Esto puede gustarnos o no, pero los datos lo prueban.
Yo invito a leerla. Es buenísima. Pero creo que hay que leerla como se escribió: sin prejuicios. Cada uno que tenga su opinión y sus ideas, pero al sentarnos a leer las dejamos aparte y nos zambullimos en la historia sin lastre, no sea que nos hundamos.
¿No te cae bien Juan Manuel de Prada? Tranquilo/a, no es necesario para leer la novela. No corras el riesgo de perderte a un escritor a un nivel superior porque no eres católico como él; porque no simpatizas con lo que decía cuando era tertuliano o porque crees que él pertenece a tal o cual bando, lo cual casi seguro es equívoco.
¿Crees que esta novela no la soporta alguien de izquierdas? Te equivocas, insisto en que está por encima de ideologías. Es un análisis del ser humano bajo circunstancias muy adversas.
Nunca había entendido esa manía roja, omnipresente en las caricaturas bélicas, de caracterizar a Franco como bujarrón, cuando saltaba a la vista que era frigidillo e inapetente (p.276)
Como lectores tenemos que saber discernir. No vas a ser menos republicano por leerlo ni más antifranquista por no hacerlo. Que no va de eso.
Lo referido en el libro, se sostiene en ficheros. Que me guste o me disguste lo que se dice aquí, es irrelevante.
Expone el autor en una nota de epílogo:
No en vano frecuenté los Archivos Nacionales franceses, el Archivo de la Prefectura de Policía de París, el Archivo de la Biblioteca Nacional de Francia, el Archivo General de la Administración, el Arxiu Nacional de Catalunya, las colecciones epistolares de la Biblioteca de Catalunya, el Arxiu Comarcal del Vallès Occidental, el Arxiu Comarcal del Pla de l’Estany, el Arxiu Històric Municipal de Sitges y el Archivo de la Fundación Ortega-Marañón.
Es una novela que exige madurez. Exige una mente y espíritu limpios y un conocimiento de lo que es la Literatura, que no es un folleto diseñado por el establishment, **sino justo lo contrario. Y exige también reconocer que no queda en pie nadie que en 1940 tuviera una mirada adulta. Todos conocemos lo que nos han querido contar.
Decíamos ¿cómo leer esta novela? Con un diccionario cerca. Prada empuja el idioma a una cota muy alta. Desfila por el libro —por todos los suyos— una procesión incesante de vocablos que además, no están metidos con calzador sino con oportunidad. Siempre son pertinentes, siempre añaden algo que no sabías. Y los combina muy bien, con melodía.
Por qué leer La ciudad sin luz. Mil ojos esconde la noche I.
Lo último de Juan Manuel de Prada. Si fuera un objeto, sería objetivo, como soy sujeto hablaré subjetivamente: creo que es la mejor novela de Prada, por ahora.
Y sí, es mucho decir, pero creo poder argumentarlo:
- Está escrita con una prosa superior. Esto en de Prada lo tenemos en todas las novelas. El uso del lenguaje —no depende de que te guste o no—, está a un nivel fuera de serie. No es que sea prosa alambicada, ni barroca, ni gaitas: es el mejor prosista que tenemos. Por facilidad de verbo, por estética y belleza de los párrafos, por uso de recursos literarios, por capacidad para elevar la literatura sin perder al lector.
- Un novela muy valiente. Le van a caer palos hasta en el carné de conducir, —que no usa—, por tener los huevazos de despelotar a todo el santoral progre en un país aquejado de “literatos” que triunfan porque siempre navegan con viento de cola. Pero aun así, Prada la escribe, la publica y que Caifás se rasgue lo que se tenga que rasgar.
- Es una novela con la que se aprende. Tal vez tenemos idealizadas ciertas etapas y situaciones. Esta novela no viene a decir todo lo contrario, sino a mostrar la realidad: los intelectuales y artistas exiliados tras la guerra civil eran personas de carne y hueso. Necesitaban subsistir, comer… vivir. Y entonces colaboraron prácticamente todos —menos Picasso que era millonario— con las iniciativas culturales que Falange desarrollaba en la Francia ocupada por Hitler. ¿Chaqueteros? No, personas con hambre. ¿Santos mártires de la causa? Tampoco, personas con hambre.
- Enorme cantidad de referencias metaliterarias: se deslizan alusiones constantes a lugares comunes de los Evangelios, cuando dice que Francia en 1940 estaba comiendo las algarrobas de haberse apartado de Dios; o a la Divina comedia cuando el protagonista entra en un antro cuyo pórtico es un demonio (portada del libro, por cierto), y afirma que su acompañante lo guiaba como Virgilio a Dante. En fin, la novela se puede leer aun sin conocer estas referencias pero qué duda cabe que conocerlas o en caso contrario detenerse en aprenderlas, enriquece muchísimo la lectura y la sitúa a su verdadero nivel, que planea a una altura muy superior al estante de “más vendidos” de El Corte Inglés.
Ilustres deslustrados
Eximios personajes del arte y la intelectualidad aparecen aquí deshonrados. Picasso, Buñuel, Marañón… piezas excelsas del orgullo republicano, ven desnudas ciertas poses no conocidas de su vida. Inclinaciones que, una vez aireadas, deben dejar inalterado el aprecio a sus talentos, pero sí replantear el ditirambo con que se aplaude a su persona toda.
A su talento, todo aplauso es poco. Sus personas, en cambio, deberán ser vista a la luz de esta novela como lo que son: personas de carne y hueso a las que se ha santificado a mayor gloria de una causa política o ideológica.
¿Cómo aplaudiremos la persona de un misógino maltratador como Picasso? ¿Cómo admitir en el sancta sanctorum a Buñuel, cuyo deporte de cabecera era salir con un amigo boxeador a dar palizas a homosexuales? Antes de que alguien se apresure a dudar: todo está fácilmente documentado.
Había más retratos de mujeres deformadas, con caras y cuerpos furiosamente vejados y lágrimas gordas como peladillas. Eran cuadros de una hiena sádica que se regodea sometiendo a todas las mujeres que se cruzan en su camino a las sevicias físicas y morales más abyectas; pero como había pintado el Guernica y no sé qué patochadas más el comunismo internacional lo tenía en palmitas (p.275)
De Marañón no se conocen iniquidades semejantes. Tampoco se insinúan en el libro. De él se nos cuenta que era un hombre promotor de sí mismo, que cantó la palinodia más veces de las que se puede admitir sin que te tachen de oportunista. Un pecado venial, pero que nos tiene que hacer reflexionar sobre un retrato maniqueo y místico de determinados pasajes de nuestra Historia.
Estábamos ciegos —continuó Marañón su descargo de conciencia, derramándose de lágrimas—. No fuimos capaces de distinguir el despotismo teñido de rojo, acostumbrados a combatir el despotismo monárquico. Y teníamos miedo de no parecer suficientemente liberales, para lo que nos desmarcábamos de cualquier propuesta que nos oliese a sacristía. (p.149)
Creo que esta es la idea central. Recuperamos una memoria donde pesa más lo que se quiere ver que lo que había en realidad. Si la persona estaba en el bando alzado, sus pecados se aumentan y se le cuelgan algunos más que no se le conocen pero se le presuponen, —como el valor en la antigua mili—, porque siendo de tal bando no podría ser muy buena persona. Si la persona estaba en el bando Republicano, era prístina y contaba con todas las prendas, porque no cabe la ignominia en personas que defendieron tan alto ideal.
Pues no, el ser humano siempre es decepcionante. En tu bando y en el de enfrente, la persona individual, una a una, padece envidias, soberbias, celos, lujurias, complejos, violencias y toda clase de maldades. No se trata de cambiar el curso de la historia, sino de mirarla sin hacernos fans de héroes libertarios porque esos héroes nunca han existido en ninguna parte. Todos destiñen como el príncipe azul que huele a sobaco si, pasados tres días, no honra la higiene con una ducha profusa en jabones.
Craso error pensar que Prada toma a chufla el exilio. No cabe esa crítica a esta novela, —menos aun sin leerla—, por muy tendenciosos que nos pongamos ni muy seguros creamos estar de un período que ni tú ni yo hemos vivido en primera persona. Y digo que aquí no vale esa reconvención por varias razones:
En primer lugar, porque hay ilustres que no quedan deslustradas. Cito el caso de Lluis Companys:
Companys posaba ante la cámara, en efecto, como un hombre vencido, desgalichado y fantasmal, pero había en él cierta apostura quijotesca, cierta pudorosa bizarría en el acabamiento.
Companys se retrata con decoro, sin suponer esto comunión. Simplemente se ajusta a la premisa de la novela, que no parece ser otra más que la de sacar a la luz unos hechos históricos que faciliten la mirada crítica sobre una época y unos personajes que, abajados ya del mito, ganan en carnalidad y realismo. Y en Verdad (perdón por la mayúscula).
Otra razón habrá que buscarla en el propio autor. Prada tiene algo de exiliado en patria propia. Yo digo, teniendo en cuenta su capacidad literaria, si este hombre fuera más complaciente con el credo de la modernidad, si citase más a Giner de los Ríos y menos a Chesterton, si fuera menos católico y menos severo con las vergüenzas de la plutocracia… si no viviera a la contra de su tiempo, este tipo no tendría vitrinas para tanto premio. Es decir, que tiene más motivo para empatizar con el exilio que tú y yo, opinólogos de sofá, tan sensibles a las grandes causas humanistas como ignorantes de sus padecimientos en carne propia.
Sabiendo a lo que se viene
Hablamos de una novela de casi ochocientas páginas. Es una novela que sorprende por lo fácil que se lee, y más aun teniendo en cuenta el nivel de uso de lenguaje de nuestro siempre ponderado Juan Manuel de Prada. De hecho, si cualquier otro autor quisiera escribir de esa manera, le quedaría un texto abigarrado y abstruso, de forma que lo que aspiraba a ser bello sería más bien un galimatías. Punto a favor del autor: puede escribir en cotas de erudición altísimas y pasar por una escena pedestre. Eso no es mera técnica, ahí también hay don.
Las imágenes literarias que evoca están a un nivel alpino. Por ejemplo, te puede montar una escena tórrida y explícita y parece que te está dando una clase de enología francesa y no queda ordinario ni se pasa de pacato.
La novela es muy divertida. El tono general es muy irónico, aupado al malasombra de Navales, narrador y speaker de este tinglado. Y tiene unos picos muy graciosos que a mí me han arrancado una risa de babuino en dos ocasiones en los que la escatología se ha utilizado como elemento en la narración con mucha gracia. En concreto hay una protagonizada por Serrano Suñer que no te puedes perder porque es para mearse.
Pero hay que saber a lo que se viene. Una novela que no es un thriller, ni un misterio sin resolver ni un romance tenso que perseguir. Una novela de erudición notable, con una carga de fondo que no pasa inadvertida. Que sea así de fácil de leer es, de agradecer y de aplaudir a partes iguales.