- Futilidad o el naufragio del Titán
- Morgan Robertson
- 1898
- Nórdica Libros
- 104 páginas
Futilidad o el naufragio del Titán sería un libro más. El enésimo dedicado a contar de forma novelada el hundimiento del Titanic. Pero no lo es, porque a pesar de coincidir en todo con el archiconocido crucero de Kate Winslet, Leonardo Di Caprio y James Cameron, fue escrito en 1898. El Titanic no se hundió hasta 1912. Ahora lo pillas, ¿verdad?
Un libro premonitorio. Presagioso.
¡Bah! podrías decir. «Una novela de un crucero enorme que naufraga y al que le pusieron de nombre Titán. Tampoco es tanta coincidencia». Pero entonces empiezas a leer. Coincide el tamaño, el peso, la longitud, la capacidad de pasajeros y tripulación… y la soberbia constructiva que les llevó a poner una ridícula cantidad de botes salvavidas para un mamotreto semejante, porque total, como dice en la página 10, el Titán también era “Insumergible e indestructible”. Y entonces ya te mosqueas y vuelves a mirar el año de publicación de la novela: 1898. El Titanic se hundió en 1912. Vale, te dices, y empiezas a investigar otros datos que puedan explicar tantas coincidencias: tal vez el proyecto ya se conocía en 1898 aunque el barco no zarpó hasta 1912. Y no. El Titanic empezó a construirse en marzo de 1909 y se terminó en mayo de 1911. Después se realizaron trabajos de equipamiento para ponerlo chulo y se terminó en 1912. El resto ya te lo sabes.
No había forma de que Robertson supiera de ello antes.
Y entonces te pones a ver quién era Morgan Robertson. Te entiendo. Pero hacerlo no hará más que acrecentar tu perplejidad. Este autor murió en 1915. Un poquito antes, descubrirás, escribió una novela que se llama Más allá del espectro. En ella te habla de una guerra entre Estados Unidos y Japón. En esa ficción, imagina y plasma (recuerda, 1914) un ataque furtivo de los japoneses en suelo norteamericano. Vamos, un presagio de Pearl Harbor, 27 años antes.
¿Listo? Pues ya estás preparado/a para leer esta novela.
De qué trata
Esta parte de la reseña es por hacerla decorosa. Con lo dicho ya te imaginas de qué va y qué va a pasar. Mi objetivo será centrarme en cómo se cuenta y en compartir pequeños extractos de cosas que sean escandalosamente coincidentes con el Titanic, por elevar la tensión narrativa de la reseña.
Primera frase de la novela:
«Era el barco más grande del mundo que surcara los mares y la más fabulosa máquina creada por el hombre».
Así, bien equipado de soberbia. Como el real y futuro alter ego.
Pero hay más coincidencias:
Aun con nueve compartimentos inundados el barco seguiría flotando y, puesto que ningún accidente marítimo conocido podía anegar tantos, el Titán se consideraba prácticamente insumergible.
Una Torre de Babel flotante. Y como la construcción bíblica, la vanidad, la prepotencia y la soberbia fueron sus pecados:
En vista de su absoluta superioridad sobre el resto de embarcaciones, la compañía naviera anunció que se aplicaría una regla de navegación en la que creían firmemente varios capitanes, aunque todavía no la siguieran abiertamente. El barco avanzaría a toda máquina en medio de nieblas, tormentas o de un sol radiante, siguiendo la ruta septentrional, en invierno y en verano, por las siguientes y buenas razones: primero, porque, de ser embestido por otra embarcación, la fuerza del impacto se distribuiría sobre un área mayor si el Titán avanzara a toda máquina, siendo el otro barco el que llevaría la peor parte. Segundo, porque si el agresor fuera el Titán, no hay duda de que destruiría a la otra embarcación aunque avanzara a velocidad media, y puede que él también sufriera desperfectos; mientras que a toda máquina partiría al otro barco por la mitad, sin sufrir ningún daño que no pudiera repararse con una brocha. En uno u otro caso, y como mal menor, era preferible que sufriera el casco más pequeño.
Matonismo de patio de colegio, en alta mar.
Y claro, en esa atmósfera bravucona, te sales del carril. El trasatlántico, el Titán, se marcó el objetivo de poner a su enorme población pasajera en el otro lado del océano en cinco días.
Claro que esto es una novela, no un reportaje. Es decir, pasan cosas más allá de que el barco naufrague, lo cual, dado el título del libro, en modo alguno puede considerarse un spoiler.
A bordo van Rowland, Myra y George. Rowland y Myra fueron pareja en el pasado y topan en el presente de la cubierta del Titán. George es el marido de Myra. Ya tenemos conflicto y tensión narrativa.
Myra dejo a Rowland porque tenía problemas con la bebida. Los sigue teniendo y por eso su carrera militar ha degradado a mindundi en un crucero.
El Titán entra en un banco de niebla. Fiel a la política de «sujétame la copa» de la compañía, acelera de manera imprudente pese a no ver nada en medio de esa nube baja. Y cuando quieren darse cuenta, parten en dos un carguero y diezman toda su tripulación, que en un instante perecen en alta mar. El capitán se apresura a correr una cortina de humo sobre lo sucedido, pero Rowland, en un rapto de dignidad dice que contará lo que ha pasado.
Comienza una batalla por silenciar al marinero.
Pero antes, profético, Robertson estrella el Titán con un iceberg. Te repito, estamos en 1898. Faltan 14 años para el suceso del Titanic. 77 para que nazca Leonardo Di Caprio.
Y lo que sigue a esto, no lo quiero desvelar. De continuar incurriré en spoilers. Esto es, la historia del Titán es alarmantemente coincidente con el archiconocido naufragio del Titanic. Una vez llegados al colapso con el iceberg, la historia escrita por Robertson se disocia de la del Titanic y tiene sus propias peripecias que tienen que ver con qué sucede con Myra, Rowland y la pequeña Myra —hija del matrimonio— durante ese accidente. Y por cierto es muy interesante. Merece la pena leer esta novela breve —muy corta, se lee de una sentada— y navegar en la historia que nos propone.
Trasfondo
Novelita escrita en 1898. Esta breve propuesta es una crítica al positivismo ensoberbecido y prepotente del siglo XIX y principios del siglo XX. El desarrollo del ferrocarril, el incipiente automóvil, los telares de vapor, las fábricas que se multiplicaban mecanizando todas las tareas; la anestesia, el teléfono y el telégrafo… hicieron que el ser humano aspirase a todo convencido de que la técnica todo lo puede.
Robertson, en pleno momento de auge, pone la nota discordante. Nos regala un texto sobre la redención, sobre la importancia de los valores humanos por encima de los criterios materiales. Rowland es un antihéroe, un fracasado, un hombre perdido que solo alberga una esperanza. Es un personaje curioso: al conocerlo, está hundido, pues solo mira hacia atrás en el tiempo. Atraviesa un arco dramático notable y termina teniendo el mismo punto de referencia, pero ahora hacia delante. Misma circunstancia, cambio de perspectiva. La vida es lo que hacemos de ella, parece decirnos Robertson, y cómo nos la contamos.
En pleno positivismo, Robertson levanta la voz: el ser humano no es soluble en ciencia. No se le puede estudiar como a una cobaya en una “caja problema”. El ser humano es inaprensible al estudio empírico y escurridizo al corolario fácil, porque el ser humano puede cambiar por esperanza, por amor o por fe, que son elementos extraños al laboratorio pero plenamente vigentes en el alma humana.
Buena novela breve.