La Santa Compaña. Segunda entrega del ciclo literario de Gonzalo de Berceo.

La Santa Compaña Lorenzo G. Acebedo
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La Santa Compaña. Segunda novela de Lorenzo G. Acebedo, del que se conoce poco: que vive en un pueblo de La Rioja, no me preguntes cuál, ni tampoco si es natural de allí o de otra parte. Ignoro también su edad. Se cuenta que estudiaba teología y lo dejó para hacerse a la vida conventual, de la que salió en pos de una mujer. Todo esto suena a seudónimo y no me detengo más a ese respecto. El caso es que estas siglas han vendido casi 60.000 ejemplares de las dos novelas publicadas hasta la fecha… No me extrañaría que detrás hubiera una mujer y que nos llevemos algún día la sorpresa, como para equilibrar lo de Mola. Pero esto tiene más de brindis al sol que de previsión.

Lo que sí sabemos: esta es su segunda novela. Tras La taberna de Silos, Acebedo vuelve con el mismo personaje: Gonzalo de Berceo, con lo que ya podemos hablar de una saga incipiente. Podríamos decir incluso, que este es el Serie Gonzalo de Berceo 2, porque es la segunda novela del personaje.

Previo al argumento, hay que precisar algunas referencias. Paso a dar cuenta de las mismas:

A qué se llama Santa Compaña

La Santa Compaña es una leyenda popular de Galicia, en el noroeste de España, que también tiene variaciones en otras regiones del norte de la península, como Asturias. Según la creencia, la Santa Compaña es una procesión de almas o espíritus de difuntos que vagan por los caminos rurales durante la noche, generalmente en busca de personas para llevar al más allá o anunciar la muerte inminente de alguien. En otras zonas de España, como mi Andalucía, se conoce a estas almas errabundas y noctívagas como Ánimas Benditas del Purgatorio. Decía mi abuela, que si les rezabas tres noches seguidas, a la cuarta te avisaban si se te olvidaba pedir por ellas alguna noche, para interceder por su ingreso en el Reino de los Cielos.

Por tanto, extraemos dos verdades: una, mi abuela dejaba en mantillas a Lovecraft y dos, estamos ante una historia que parte de una creencia atávica en la mitología española. Es decir, que como premisa, Acebedo toca una tecla potente.

El protagonista: Gonzalo de Berceo

El protagonista de la novela es Gonzalo de Berceo. De esta y de su predecesora. El caso es que se alude con él, al personaje histórico que ya conoces.

Gonzalo de Berceo (c. 1197-1264) fue un clérigo y poeta riojano, considerado el primer autor conocido en escribir en lengua castellana. Nacido en Berceo, cerca del monasterio de San Millán de la Cogolla, fue monje y trabajó en la administración de ese monasterio, lo que influyó profundamente en su obra.

Berceo es conocido por sus composiciones en mester de clerecía, un estilo de poesía culta y religiosa en cuaderna vía (estrofas de cuatro versos alejandrinos). Su obra más destacada es “Milagros de Nuestra Señora”, una recopilación de relatos sobre intervenciones milagrosas de la Virgen María. Otras obras incluyen “Vida de San Millán” y “Vida de Santo Domingo de Silos”.

Su poesía combina la devoción religiosa con un lenguaje sencillo y accesible, lo que permitió transmitir enseñanzas cristianas a un público popular.

En estas novelas, Gonzalo de Berceo además, resuelve crímenes. Sí, un Padre Brown a lo Alta Edad Media. O más bien, por el tono de la novela, me recuerda a otro insigne fraile detectivesco, lo cual nos lleva a la siguiente cuestión a desambiguar antes de contarte de qué va esta novela.

El nombre de la Rosa

El Gonzalo de Berceo novelesco recuerda a Guillermo de Baskerville. Con todas las diferencias, pero es difícil soslayar esa referencia literaria cuando ves a un fraile resolver crímenes en entornos eclesiásticos. Sea voluntad o no del autor, cualquier novela con estas premisas será siempre deudora del autor del Piamonte.

Esta novela es, a pesar de lo dicho, bastante diferente. Estilo propio, temas menos teológicos, crímenes más prosaicos… una novela sin la carga filosófica de aquel. Y más fácil de leer.

Y ahora sí, ya nos podemos zambullir en la novela.

La Santa Compaña de qué trata

La Santa Compaña Lorenzo G. Acebedo

Gonzalo de Berceo llega a Compostela. Está allí por motivos mundanos, pero aprovecha el año jubilar para visitar la Catedral de Santiago. Cuando llega, —el templo abarrotado de peregrinos— encuentra allí compañeros de su etapa estudiantil en Palencia. El arzobispo, el arcediano, y algunos camaradas más.

En plena celebración eucarística, el arcediano pierde el oremus. El sacerdote se pone en medio del vuelo del Botafumeiro —para quien no lo sepa, es un incensario de grandes dimensiones que sujeto al techo por una soga, vuela de extremo norte a sur la nave mayor de la catedral impregnando así todo el templo de olor a incienso— que atropellándolo le causa la muerte sin paliativos. Una escena de una potencia literaria innegable.

Y siguen las peripecias.

En analepsis, vemos a Gonzalo de Berceo en una taberna. Allí reta a partidas de ajedrez a propios y extraños. Un día aparece un muchacho que dice ser Correo Real. No lo es en realidad sino el infante Alfonso, que terminará siendo en el curso de la historia nada menos que Alfonso X el Sabio. Esto sucede justo antes de su llegada a Santiago de Compostela.

Ya en la ciudad, busca a Lope, su amigo. Está allí con motivo de unos negocios vinícolas de dudosa reputación. A Lope ya lo conocemos de la novela anterior, La taberna de Silos ya mencionada. Digamos que es el actante principal —si me admites el oxímoron— de estas novelas. Lope lleva una vida tan desordenada como cabe esperar de su temperamento.

Gonzalo de Berceo es instado a asistir al obispo. Son conocidos de la etapa estudiantil y a Berceo le precede la fama en la resolución del complicado caso de La taberna de Silos, por lo que el obispo le solicita ayuda para esclarecer lo sucedido en el cabildo, pues poco antes el suceso con el botafumeiro, otro canónigo se había vaciado los ojos con un gancho de matanza porcina en un rapto que le había hecho hablar desde ese momento en un idioma ininteligible.

La Catedral tiene guerras abiertas y odios. El cabildo tiene intereses en el mismo negocio, que controla, y por tanto tienen tensiones abiertas con los comerciantes de la ciudad, por atentar contra sus intereses monopolísticos. También disputan con unas monjas extramuros, a las que quieren arrebatar su convento. Estos tejemanejes hacen que el lector vea varios frentes abiertos y considere varias explicaciones a los ataques al cabildo, sin poder decantarse por ninguna sospecha. Así evoluciona muy bien la trama, manteniendo la tensión y el interés.

Ante sucesos tan extraños se recurre a lo preternatural. Se posa la vista en las Clarisas, sobre las que pesa la fama de brujería que con tanta ligereza se vertía en aquel siglo XIII.

Será el lector quien tenga que recorrer la lectura. La solución está al final y tiene ciertas sorpresas guardadas como colofón a una trama muy atractiva.

Inmersión medieval

Muy lograda la atmósfera del contexto histórico. Es una novela que informa muy bien sobre el ámbito eclesiástico del siglo XIII, resultando muy fiable e informando muy bien al lector. Verbigracia:

ese inmenso rebaño que es el cabildo: priores, jueces, racioneros mayores, maniapanes, cilleros, tesoreros, porteros, guardas, pincernas, cantores, vihuelistas, ministriles, gaiteros, sacerdotes lenguajeros, capellanes, campaneros, sacristanes, dobleros y demás acólitos.

La acción transcurre en el ámbito eclesial. El autor —si es que no resulta ser una autora—, nos presenta una Iglesia henchida de poder; sicalíptica, rijosa, simoníaca, priápica, mundana, réproba, mercantil y cainita. Perdónese la catarata de epítetos, pero a decir de la lectura, todos están bien traídos. Una iglesia medieval muy distinta al ideal del Evangelio.

Pero se va más allá en la crítica eclesial. Digamos que se trasciende a aquello que se podría mirar —sin paliativos— con perspectiva histórica y se entra de lleno en los propios dogmas:

Cualquiera que haya cantado misa y haya representado teatro sabe que no hay ninguna diferencia entre una y otra actividades. En ambas sales disfrazado y tratas de cautivar a un auditorio a través de la sugestión de palabras que no son tuyas. Todos, comediantes y prestes, hemos desarrollado un sexto sentido para saber si quienes nos escuchan están ausentes o unidos a nosotros por un vínculo intangible.

La Eucaristía reducida a representación teatral. Juega fuerte el autor, aunque se esconda en seudónimos y comicidades.

Prevalece un ánimo de representar la época. Y en ese empeño, es imposible soslayar la influencia, o cuando menos el recuerdo de El nombre de la rosa de Umberto Eco. Por ejemplo:

Antes de acercarme a ver qué había en las estanterías, inveterada costumbre de letraheridos, miré lo que estaban haciendo las freilas en sus pupitres. Había una leyendo la traducción latina del Organón de Aristóteles. Otra estaba copiando el Itinerarium o Peregrinación a los lugares santos de la virgen Egeria: una freila de El Bierzo que narró en varias cartas sus viajes por Jerusalén… Eran obras infrecuentes, muchas de ellas en un monasterio común estarían bajo llave en las habitaciones del abad, en una pequeña librería cerrada o en un cubículo al que se suele llamar «el infierno». ¿Nadie tenía, por ahí, un libro cristiano, un beato o un catecismo? Una tercera freila estaba copiando una traducción del latín al román: una obra teatral. Me acerqué, leí algunos versos latinos y me di cuenta de que se trataba del Pamphilus…

La influencia del italiano en el género es innegable.

Tiene elementos que me hacen considerarla novela negra:

  • Hay una cierta vocación de contar algo más allá del mero arco narrativo principal. Se cuentan los tejemanejes de la Iglesia como gran actor social de la época, y al fondo se ven formas de pensamiento, estilos de vida, etc. Es decir, va más allá, quiere contarnos algo más que la mera secuencia de acontecimientos relacionados con el caso principal.
  • Hay escenas de violencia en el presente de la narración. Es decir, no iniciamos la historia justo después de una muerte y vemos las pesquisas que sigue el protagonista para esclarecer todo aquello. No, como lectores, asistimos a los sucesos mientras ocurren, estamos ahí cuando pasan y además son escenas de una gran potencia dramática, violenta y de impacto.

Conclusión: La Santa Compaña

La Santa Compaña es la segunda novela de Lorenzo G. Acebedo y la segunda en la que Gonzalo de Berceo es el personaje de ficción y resuelve un crimen acaecido en el contexto de su época. Es una novela negra, que mezcla elementos de novela histórica y con una dosis de ironía y crítica que no pasan desapercibidas al lector. Es la fórmula que ya probó con éxito en La taberna de Silos, que fue la primera novela, donde se presentó al personaje novelesco de Gonzalo de Berceo, lógicamente a partir de la persona real.

Asesinatos de monjes, asesinatos en monasterios… Una especie de Umberto Eco a la española, con menos vuelos eruditos y más filo mordaz. Me gustó la primera, me gustó la segunda, espero la tercera. Entre tanto, te recomiendo que te la leas porque está muy entretenida y muy bien escrita dentro de los cánones del género. Te gustará.

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

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