La historia arranca con una joven atropellada por un coche de alta gama que se da a la fuga. El conductor resulta ser un policía infiltrado en una banda de narcotraficantes. Para no poner en peligro la operación, la vida del agente ni el dispositivo policial, se decide silenciar el caso.
El padre de la chica atropellada es un hombre corriente, Hidalgo. Sin embargo, esconde un pasado como miembro destacado de un grupo ultra. Un monstruo violento, adormecido bajo capas de felicidad conyugal y familiar.
La investigación sigue adelante. La policía silencia el atropello. Los padres de la chica fallecida, se sienten víctimas de una enorme injusticia. Su vida está rota.
La muerte de la joven reúne a Hidalgo con dos viejos amigos. Ante la ineficacia de la investigación oficial, los tres deciden resolver el caso por su cuenta, un camino que los obligará a confrontar sus pasados y a preguntarse si realmente son quienes pretenden ser o si simplemente se han adaptado a las expectativas de la sociedad.
¿Estamos integrados o domesticados? Esta es la pregunta que nos lanza la novela. Una de las muchas que nos propone.
Leones en invierno. Un policía infiltrado atropella a una chica. El caso se silencia para no destapar la operación. El padre clama venganza.
La novela explora temas como la venganza, la justicia y la búsqueda de la propia identidad. El conflicto entre las pulsiones internas y el orden social.

Leones en invierno

Autor: Carlos Augusto Casas
Año: Mayo 2024
Editorial: Cuadernos del Laberinto
Páginas: 419
Comentario de la novela
La lucha del yo y el superyó. Lo que somos y lo que el entorno espera que seamos. Y empieza con una cita de Bukowski que nos sitúa en el ánimo del relato:
«¿Puedes recordar quién eras antes de que el mundo te dijera quién debías ser?»
La tercera novela que leo del autor. Leí una de fecha de publicación anterior a esta: Ya no quedan junglas adonde regresar. También leí una posterior, la más reciente Amoniaco.
Y Leones en invierno no tarda en ser lo que esperaba. Violencia, una atmósfera de vida dura y lumpenizada; crimen e investigaciones policiales… y al fondo, una sociedad que reconocemos —como propia— y sus bajos fondos, que afortunadamente sólo acertamos a intuir y que miramos de frente gracias a autores como Casas.

Y si además está bien escrita, mucho mejor. Y creo que ya tengo el bagaje suficiente con este autor como para afirmar que domina el género de la novela negra. Y no lo digo solamente porque haya escenas violentas, crímenes que consigan sorprender a lectores que han leído cientos de situaciones similares ya… policías que chapotean en los charcos más nefandos; personajes hastiados, cínicos y sin empatía. Lo digo también por las metáforas originales y los símiles bien tirados. Por el ritmo veloz de la frase corta y el diálogo bien contado. Pero si me tengo que quedar con algo es con los detalles. Ahí es donde se consigue crear la atmósfera, envolver la trama, hacer más reconocible la escena. La sensación de fracaso que te dan todos los personajes (todos han perdido o están perdiendo algo) es tan vívida que casi la ves rodearlos, como el humo a una escena de Bogart.
«Cuando era joven, las canciones tristes me parecían aburridas. Ahora creo que todas hablan de mí.»
Mucho más que violencia acumulada
Esta novela me ha parecido interesante por su mirada dual.
Los personajes están debatiéndose entre la vida del deber y la de sus instintos. El yo contra el superyó, para decirlo con Sigmund Freud. El policía infiltrado tiene un deber claro, pero se debate entre este y las seducciones de la vida del narco de alto standing. Hidalgo, el padre de la chica atropellada: Vive entre su vida ordenada y familiar y su instinto violento y hooligan. Necesita de la caricia tanto como de la bofetada. Vázquez, la inspectora a cargo de la investigación: Debe elegir entre la complicidad de un ascenso y la ética policial de llegar al final de la cuestión.
Dual. Todos los personajes están en la frontera de lo moral. En “el límite del bien y del mal” decía La Frontera en aquella canción que invitaba a escuchar bien a un viejo amigo.
Nos deja ver mucho sobre nuestra sociedad. Los medios de comunicación vendidos a la voluntad de quien les facilita la mercancía que llaman noticia. La policía, en esta novela, hace triaje de vidas humanas a cambio de una investigación que de llegar a buen término traerá ascensos. No salen bien paradas las fuerzas del orden: se quedan con porcentajes de lo que requisan. Silencian lo que le conviene o difaman a las víctimas si las víctimas les exigen resultados.
Un sistema podrido de arriba a abajo. Esto se desprende de la literatura de Carlos Augusto Casas, que a mí en lo personal me recuerda mucho a Ellroy.
Deja material para la reflexión. Esto para mí es lo que la hace saltar de una novela policial o de un thriller a una novela negra: que te hace pensar. El lector de esta novela se preguntará si se puede combatir la delincuencia sin ejercer un poco de ella, aunque sea por contagio. Si podemos confiar en las noticias que aparecen cuando se comete un crimen. Cuál es el porcentaje real de casos que se quedan sin resolver…
Especialmente interesante el asunto de la droga. Es una novela con narcos, mafias, etc. Cuenta cómo funciona un cártel, cómo luchan por sus mercados y áreas de influencia… la macrodroga. Pero también cuenta el asunto de la microdroga. Ese yonqui que roba a su madre para saciar el mono. Esa madre que ya hastiada de ver el despojo en qué se ha convertido ese hijo, —mentiroso, afanador, inmoral— reza a Dios para que muera… eso no suele contarse en las novelas. Se quedan en el macro, en el alijo, en el cártel y el oropel. Ese llanto materno tras una puerta que ya no quiere abrir a su hijo —o a lo que ahora es su hijo— es sobrecogedor.
Una obra dura. Sin paños calientes. Amena, rauda y directa, pero no exenta de mensajes y reflexión. A mí me ha gustado, y creo que a James Ellroy también le gustaría.