- El crimen de Lord Arthur Savile. Una historia de quiromancia.
- Oscar Wilde
- 1887
- Nórdica editorial (2024). Edición ilustrada con ilustraciones a cargo de Pablo Alcázar y traducción del Colectivo Wilde BdL.
- 83 páginas
Me vuelvo a encontrar con Wilde. El superdotado, el prodigio, el autor de mi hasta ahora novela preferida: El retrato de Dorian Gray. En esta ocasión es un relato, tengamos en cuenta que si a las 83 páginas de edición le quitamos las ilustraciones, las guardas, portada y demás, esto se nos queda en 55-60 páginas de texto, con márgenes muy generosos, por cierto. Una lectura breve.
El argumento
Estamos en una fiesta de gente bien. El típico sarao victoriano, con ministros, alguna princesa con más apellido que trono, el obispo de rigor y una nutrida representación de politicastros de distinto pelaje y misma condición. Todos juntos en la fiesta de Lady Windermere, que es la que pone la casa y las viandas.
Al socaire de Lady Windermere vive Podgers. Se trata de un quiromancista que lee las manos de la potentada dos veces por semana. Podgers está en la fiesta, Windermere no da paso sin contar con él:
Por supuesto que está aquí, nunca se me ocurriría organizar una fiesta sin él. Según dice, tengo una mano de lo más psíquica, y si mi pulgar fuera un poco más corto, sería una pesimista empedernida y me habría metido a monja
Y Oscar Wilde no daba puntada sin hilo. Nótese en ese escueto extracto, cómo satiriza con la vida religiosa, tan lejana a su propio ser y tan crítica con sus inclinaciones. Lo mejor de Wilde son los diálogos de sus protagonistas, porque de manera subrepticia te cuela una ingente cantidad de críticas a la sociedad de su tiempo que enriquecen el texto sin hacer densa su lectura. En esto no ha tenido parangón.
Podgers actúa como el mono de feria de Lady Windermere. Su valedora le obliga a leer la mano de los invitados, convirtiéndose así en el centro de atención y diversión. Y así va rodando hasta llegar a Lord Arthur Saville. Aquí, el quiromancista, hasta ese momento todo elocuencia y seguridad, enmudece, palidece y decrece.
Lord Arthur, apuesto, joven y prometido, nota su reacción. Temeroso de su destino, pero incitado a saber de su suerte, presiona a Septimus Podgers a que revele qué ha visto en su mano.
Y así sucede. Lo siguiente que vemos es a un Arthur febril, vagando atribulado por la noche londinense. ¿Qué ha visto Podgers? ¿Qué ha impactado tanto al augusto personaje?
Esto ya te toca leerlo a ti para descubrirlo. Solo te diré que te merece la pena hacerte con este librito. Verás que, innegociable el estilo, la trama va a darte dos o tres recortes y quiebros, a pesar de lo breve que es esta lectura.
Puro estilo Wilde
En el texto se intercalan muchas voces francesas. El idioma para aparentar finura y estilo aristocrático, bien traído a este salón social que hace la atmósfera de este relato.
La novela se publica en 1887. Estamos en una época de pleno auge para el positivismo. La eléctrica —algunas calles de Londres tenían farolas eléctricas desde 1878—, el telégrafo, los primeros teléfonos, el ferrocarril… La sociedad y la cultura vivían en adoración a ese bienestar posibilitado por el avance científico. Y en ese momento, Wilde lanza su relato con elementos preternaturales: quiromancia, presciencia… ¿Para reivindicarlos o para reír a su costa? ¿Alegato a lo sobrenatural o mofa de la alta sociedad usando este elemento? Leer la obra te dará la pista.
Un autor siempre a la contra de su tiempo. Nadie se cachondeó de sus coetáneos con tanta gracia y con tanto don. Era un genio.
Su escritura es de gran belleza. Unas cortinas naranja pálido son color durazno. Y de ahí salta a la labradorita y el ónice para describir una habitación con precisión y con un alarde de conocimiento mineral. Muy lejos del funcionalismo actual que, temeroso de resultar rimbombante (a lectores básicos) se entrega a los brazos de la ramplonería y tiene la desfachatez de llamarlo sencillez.
Y lo más importante: Wilde siempre dice más de lo que se lee. Por ejemplo en esta frase inocente que desliza en la narración como quien no quiere la cosa:
«No era ningún genio, así que no tenía enemigos»
En 1887, Oscar Wilde atravesaba una fase activa y exitosa de su carrera literaria, aunque no exenta de oposición y críticas. A pesar de gozar de fama y reconocimiento, especialmente por sus obras de teatro y ensayos, Wilde se enfrentaba a cierta controversia:
Críticos literarios: Algunos mostraban escepticismo hacia el estilo e ideas de Wilde. Su aguda ironía y su enfoque en la estética y la decadencia no siempre eran bien recibidos en todos los círculos críticos.
Establishment social y moral: Wilde, célebre por su ingenio afilado y sus opiniones provocativas sobre arte y moralidad, a menudo chocaba con los valores más conservadores de la época. Su defensa del esteticismo y su rechazo a las normas victorianas sobre moralidad y comportamiento social generaban tensiones con los sectores más tradicionales.
Sociedad conservadora: Su vida personal y orientación sexual comenzaron a atraer atención negativa hacia finales de la década de 1880. Aunque en 1887 Wilde aún no había sido acusado ni encarcelado, ya existía cierto nivel de desaprobación y especulación en torno a su vida privada.
Si bien no enfrentaba aún la persecución que vendría más tarde, las tensiones y críticas hacia su persona y su obra ya estaban presentes en esa época, y se intensificarían en los años venideros.
Y es que Wilde no tiene empacho en atizar. Por ejemplo, un personaje facineroso dice:
«Si es para la policía, o para alguien vinculado a Scotland Yard, me temo que no podré ayudarlo. Los detectives ingleses son sin duda nuestros mejores aliados, y siempre he observado que cuando confiamos en su estupidez, podemos hacer lo que queramos. No puedo prescindir de ninguno.»
Scotland Yard reducido a meme. Los delincuentes quieren protegerlos porque son el mejor aval de que podrán hacer sus peripecias sin obstáculos. Algo así escandalizaba a la potencia mundial dominante y seguramente era motivo de rasgarse las vestiduras por difamar el cuerpo de policía más prestigioso del mundo entonces.
Pero ese era Wilde. No iba haciendo amigos por la vida, precisamente. Genio y figura, imprescindible en cualquier biblioteca.
Respecto de la edición, qué decir. Que merece la pena hacerse con uno de estos libritos. Impreso a dos tintas, en rústica, con hendiduras que protegen el lomo, un diseño precioso, generosos en los márgenes, lectura comodísima. Ilustraciones muy logradas, de Pablo Alcázar, que no son mis preferidas, pero que ajustan como un guante en el estilo de la época a que pertenece la obra y, por lo tanto, son las mejores. Encuadernado cosido. Nórdica siempre te da una calidad precio muy interesante. Una traducción muy buena, corrección impecable, lo cual cada vez es necesario reconocer más, dada la lenidad de las editoriales (grandes y pequeñas) con este apartado, y unas anotaciones que, aunque no son profusas, ayudan a mejorar la experiencia lectora.
En suma, un clásico que querrás tener y leer. Disfrútalo.