Tartufo, de Molière. La mejor explicación del sesgo de confirmación.

El Tartufo de Molière

Pocos textos clásicos tienen la capacidad de interpelar nuestras inquietudes contemporáneas con tanta lucidez como Tartufo de Molière. Publicada en 1664 y presentada en un contexto de férreas tensiones entre la libertad de expresión artística y el conservadurismo religioso de la época, esta obra de teatro es mucho más que una sátira de la hipocresía devocional. Es un manifiesto atemporal sobre los peligros de la manipulación ideológica y la ceguera de las sociedades frente a los lobos vestidos de cordero.

El núcleo de la obra gira en torno a la figura de Tartufo, un falso devoto que, amparado en un disfraz de piedad y virtud, manipula a Orgon, un burgués crédulo y autoritario. Lo fascinante es cómo Molière construye esta dinámica: Tartufo no necesita ser carismático o convincente; lo que lo empodera es la necesidad de Orgon de creer en algo o alguien que valide sus propias inseguridades y prejuicios. Aquí es donde la obra resuena poderosamente con las sociedades modernas: seguimos viviendo en un mundo donde líderes carismáticos o ideologías rígidas se convierten en vehículos de poder para quienes saben instrumentalizar los miedos y anhelos colectivos.

En una hermenéutica contemporánea, Tartufo también puede leerse como una crítica al “performativismo” moral y social. En un tiempo en que las redes sociales amplifican las apariencias de virtud, las figuras como Tartufo han migrado del púlpito a las pantallas. El “tartufo digital” no necesita la cercanía física para influir; basta con construir una narrativa bien perfilada, un discurso aparentemente intachable, para captar la fe de miles. Así como Orgon entrega su patrimonio y su familia a un impostor, hoy entregamos atención, recursos y confianza a personas o sistemas que nos prometen soluciones absolutas.

Pero Molière no es únicamente un crítico de la credulidad de Orgón y su familia; también es un observador incisivo de la hipocresía de las élites que, como ocurre con el desenlace de la obra, solo reaccionan cuando sus privilegios se ven amenazados. ¿Cuántas veces nuestras instituciones o líderes intervienen no por un genuino sentido de justicia, sino por preservar el statu quo? Aquí, Tartufo se convierte en un espejo incómodo para cualquier estructura de poder.

La obra nos recuerda que, si bien desenmascarar a los farsantes puede ser el primer paso, lo crucial es cuestionar las estructuras que les permiten prosperar. Más allá de la sátira, Molière nos ofrece una advertencia seria: el verdadero peligro no reside en la existencia de Tartufos, sino en nuestra disposición a necesitarlos.

«Merced a sus pláticas, me he trocado en otro del que era.»

Hay algo quijotesco en el Tartufo. Orgón es un hombre enajenado, que todo lo ve por los ojos de Tartufo, un puritano muy dotado para la creación de sofismas. En Cleantes, el personaje de contraste, ves el uso de la razón contrapuesta al delirio de Orgón:

«No soy, hermano, un doctor venerando, a quien ha sido otorgado todo el saber del mundo; mas, al cabo, tengo por toda ciencia saber diferenciar lo falso de lo verdadero»

Quizá por eso, Tartufo no solo sobrevive, sino que cobra nueva vida en cada época. Sus personajes nos hablan directamente, no porque sean un reflejo de nosotros mismos, sino porque son una radiografía de nuestras debilidades colectivas. En un mundo que aún lucha con las sombras del dogmatismo, la manipulación y la falta de pensamiento crítico, Molière sigue siendo indispensable.

Tartufo es el centro del drama. Un personaje que sin embargo no habla por propia boca hasta la mitad de la obra, pero que está en el vértice de todas las conversaciones. Todo gira a su alrededor, hasta el título mismo. Es el gran personaje icónico de Molière.

Y puede que te estés preguntando: ¿qué tiene que ver todo esto con el sesgo de confirmación del titular de esta reseña?

El sesgo de confirmación es la tendencia humana a buscar, interpretar y recordar información que confirme nuestras creencias o expectativas, ignorando o minimizando aquello que las contradiga.

Tendemos a dar por cierto y por bueno lo que confirma nuestras ideas previas. Mentalmente es lo más cómodo. Yo diría que hasta biológicamente estamos empujados a esto por una economía de costes energéticos. Este fenómeno de nuestro comportamiento se ha visto amplificado, multiplicado, elevado al paroxismo con las redes sociales. El algoritmo estudia qué tipo de vídeos te gustan y te va mostrando miles y miles de vídeos iguales a ese, haciéndote ciego a los de signo u opinión contraria.

El sesgo de confirmación es un gran drama de nuestra sociedad. Es una expresión de nuestro tiempo.

En Tartufo, este sesgo está claramente representado en Orgon, quien, a pesar de las evidencias y advertencias de su familia sobre la falsedad de Tartufo, se aferra a su creencia de que este es un hombre virtuoso. Orgon busca reafirmar su visión del mundo, incluso cuando esta lo lleva a tomar decisiones irracionales. La obra demuestra cómo el sesgo de confirmación puede hacer que alguien sea vulnerable a la manipulación, cegándolo ante la verdad por la necesidad de sostener una creencia cómoda o deseada.

El Tartufo de Molière es una de esas obras cumbre de todos los tiempos. Tartufo es a la hipocresía lo que Macbeth a la ambición, lo que Hamlet a la duda; lo que Otelo a los celos o lo que Fausto a la seducción del poder.

Molière, —uno de mis autores preferidos sin duda—: siempre consigue un personaje icónico. Tartufo es un falso que se hace pasar por hombre santo, puritano y místico para ganarse el favor de Orgón, hombre con posibles y corto de luces. Orgón, personaje del siglo XVII, es muy de nuestro tiempo. Sufre los efectos del sesgo de confirmación. Es decir, aunque le dan muestras de los errores de su pensamiento, él siempre da por ciertas las opiniones de Tartufo, porque refrendan lo que él ya piensa antes.

En pleno siglo XXI, tenemos los algoritmos. Si usted es de cierta inclinación política, el algoritmo lo complacerá mostrándole solo la información que es favorable a dicha posición. Hablando en plata: si das “Me Gusta” a sucesivos posts del diario El País, nunca te mostrará los de Ok Diario, y viceversa. Con ello, cada quién estará cada vez más encerrado en sus mismas opiniones y será cada vez más sordo a otras.

Esta obra habla de ese fenómeno y expone sus peligros con brevedad e ironía.

Por eso es uno de los clásicos más importantes de la historia de la literatura.

Leer a Molière es siempre una gozada.

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

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