Beltrán de la Cueva. Un soldado fiel.

Beltrán de la Cueva. Un soldado fiel. Reseña del libro
3.5
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Beltrán de la Cueva. Un soldado fiel. (2022). Rafael Sanmartín. Altera Ediciones 199 📃.

Novela hagiógrafa. Relato novelesco al rescate de un personaje histórico, Beltrán de la Cueva, y también de Enrique IV, al que se le echó en cara no ser lo bastante belicista como para ensayar la reconquista de Granada.

Novela histórica, por tanto. Una novela donde destaca, de entrada, una capacidad documental y de análisis crítico que debe estar presente en toda novela histórica que se precie, con independencia de si la sensibilidad literaria es más o menos pronunciada.

Pero también tiene algo de novela de tesis. La voluntad de hacer justicia a Beltrán de la Cueva.

Reseñar una novela histórica, exige conocer —y exponer— su contexto:

Beltrán de la Cueva nace en Úbeda. Su padre es regidor del rey Enrique IV quien, según los testimonios de la época, se hospedó en su casa en un recorrido por su tierra. Como prenda de su amistad se va a llevar a Beltrán para que actúe como su paje. Pronto pasará de ese cargo de baraja de cartas, a nuevas demarcaciones de más rango, en una carrera meteórica que le granjeaba el odio de los demás cortesanos. España, ya se sabe, padece del mal de aristofobia en estado puro, como dijo Ortega en «La España invertebrada».

El bueno de Enrique IV era de semilla difícil. Una circunstancia aprovechada por los nobles, —que son el mayor dolor de cabeza de cualquier rey medieval—, para moverle la silla y proponer nuevos monarcas, quizá más afines a sus conveniencias. Pero sucede que el rey tuvo una hija, Juana.

Con una heredera, su linaje quedaba asegurado. Sin embargo, los nobles quitaron legitimidad a esta rama de su tronco, puesto que el rey era contrario a atacar el Reino de Granada, y sin guerras y conquistas, los nobles no podían aspirar a nuevas posesiones, marquesados, condados, ducados, etc.

Y se elaboró una tesis. Una teoría que respondía más a caprichos de la avaricia que a realidades constatables. Tanto da: difama, que algo queda dice el tópico. Ni cortos ni perezosos, dijeron que Juana era hija de Beltrán de la Cueva, el odiado factotum. De ese modo, mataban dos pájaros de un tiro: negar la descendencia del rey, por un lado; atacar la condición privilegiada de Beltrán de la Cueva, por otro. El chico para todo del rey, lo es a tal grado, que hasta alegra las noches de la reina Juana de Portugal.

A la hija, Juana también, la llamaban “La Beltraneja”. Así, forzando la condición de bastarda, la mostraban indigna de reinar y postulaban con fuerza a Isabel I de Castilla. Nada como un mote, para hacer cundir una falacia.

Todo este folletín tiene una explicación pecuniaria. Siempre la hay. Los nobles decían sentirse amenazados por Al Ándalus. La potencia musulmana al sur de la península planteaba problemas fronterizos en aquellos lugares donde los feudos castellanos colindaban. La nobleza quería ir a la guerra contra Granada, no por miedo, sino como se verá en el libro, por ansia de conquistas y reparto de nuevas haciendas. Enrique no era beligerante. La nobleza exigía protección de sus tierras. A Enrique le agradaba sin embargo, el superior desarrollo cultural y técnico de los nazaríes. Era un trasunto de un afrancesado del siglo XVIII. En España siempre estuvieron mal vistas las concomitantancias con el extranjero:

«Sabían que Su Majestad había adoptado algunas costumbres moriscas, eso explicaba parcialmente la aversión hacia él, hecha oposición, de una parte de la nobleza»

Y así se escribe esta historia. Conocida, me resultan hacederas varias preguntas: ¿por qué leer la novela si la historia ya la conozco?

Fácil, veo ahora. Para no quedarme en la cáscara. En la superficie. En la historia contada. Para conocer más de cerca el personaje. Para tumbar mitos. La Historia tiende a la simplificación, a la etiqueta: Beltrán el oportunista y Enrique IV el inepto. Las personas, decía Cela, somos un prisma poliédrico, no un plano. Tenemos muchas caras y según donde incida la luz, así se verán los colores, las luces y sombras. Yo estoy de acuerdo.

Pues este libro, da relieve al personaje. Lo explica. Lo matiza.

También hay que recordar que esto es una novela. Hechas las consideraciones históricas, hay que ver si el escritor es en realidad un historiador, o hace honor al título más literario. Analizar si hay voluntad estética; si se crean imágenes mentales potentes con la lectura; si se cuentan las cosas con tensión narrativa, con conflicto y no como una mera sucesión de los hechos.

Rafael Sanmartín consigue todo eso. Me parece que tiene muy buen estilo. Por ejemplo, un escritor plasta de novela histórica te mete seis páginas para explicarte el meollo de la polémica alrededor de Enrique IV. Rafael Sanmartín necesita seis líneas —y además, de diálogo— para mostrar y no contar, la naturaleza del problema:

—«… Nuestro señor es accesible, recibe a todo el mundo, es amable. No se comprende por qué el pago es la oposición de algunos nobles.
—La nobleza lo único que pide es participar, no es tanto pedir. Que el rey cuente con nosotros, intervenir en el gobierno.
—¡Ah! ¿Eso es todo?
—Eso es todo. Ya veis que es poco.
—Me parece que os equivocáis, Pacheco. La nobleza está nombrada por el rey y, ¿queréis quitarle sus atributos?»

Listo. Buena parte de la trama histórica explicada en cinco líneas.

El valor literario de la obra también merece comentario. De hecho, la intención estética del texto, es lo que lo separa de un manual de historia. Creo poder sostener con hechos la presencia, no diría de una prosa lírica, pero sí de cierta manera inspirada de contar los hechos:

«Todas las guerras son inciviles. Las civiles, más. Pero hubo un tiempo en que la guerra no se rehuía, al contrario, se consideraba una norma más. Y más aún: un tiempo en que parecía ser el estado normal de la vida, algo así como una necesidad.»

El párrafo sirve al propósito. El juego de términos incivil y civil, forma una imagen mental excelente para contar la realidad de unos siglos donde la violencia territorial no era una consecuencia —muy desafortunada— de la política, sino la política misma.

En líneas generales me parece un libro bien trabajado. La aproximación al personaje, está un poco sesgada, quizás peca de cierta admiración, pero en general, se retrata bien desde un punto de vista literario, esto es: se conoce la aspiración de sus decisiones y se sabe la procedencia. Puedes empatizar con él. Se entienden sus posiciones más allá de la concomitante o discrepante posición de cada cual.

Es una novela galardonada. Ostenta el VIII Premio Hispania de Novela Histórica. Bien lo vale.

Me ha gustado la apuesta. Aborda un periodo anterior —inmediatamente previo—, a la Reconquista de Granada, más allá de lo cual parece no existir la historia o carecer de interés al español promedio. España empieza con Isabel y Fernando y lo anterior no suele hacer correr tantos ríos de tinta. Sin embargo, esta novela, que pone en valor a Enrique IV y al propio Beltrán de la Cueva; es también determinante para entender la figura de Isabel I de Castilla más allá de su hagiografía.

En resumen: si te gusta la novela histórica, por descontado te interesa la que hoy comentamos. Si no sabes si te gusta la novela histórica, en ésta tienes un magnífico punto de partida para descubrirlo.

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Alvaro

Con el tiempo y el acúmulo nuevas lecturas, se va olvidando lo que vamos leyendo. Me parece que escribir sobre ello me ayudará a recordar mejor cada pequeña o gran historia que lea. Si de paso las pongo en común contigo y te puedo animar a leer o no un libro, me parece más útil que unas notas guardadas en un cajón como un ermitaño de tinta. De qué va y qué me ha parecido, sin más vuelo ni pretensiones. No son reseñas de entendido, sino de lector a lector.

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