Cosmofobia (2007), por Lucía Etxebarría. Editorial Destino. Extensión 380 páginas.
Aceptar quienes somos. “Cosmofobia” es un término pertenenciente al ámbito de la psicología que tiene que ver con el miedo a descubrir el papel que te toca en el universo. La ansiedad que eso te produce y el nivel de aceptación, asunción y resignación que puedes ofrecer.
No leas a Lucía Etxebarria, me dicen. Me cuenta cosas de plagios, de que estuvo en no sé qué ‘reality show’. Es una tal, dice cual… Me encontré en las redes sociales que con ánimo lector utilizo a muchos puristas —y puritanos— que me advertían del descenso a los inferos que esto me iba a suponer.
Todo contribuyó a mis ganas de leer. Nada me tienta más que los autores malditos. ¿Ha tenido problemas de plagios? ¿Hizo el ridículo en un programa —a priori— impropio de su nivel intelectual? ¿Y a mí qué? A mí me interesan sus libros, no ella.
De Lavapiés al mundo. Lucía Etxebarria convierte la idiosincrasia de un popular barrio madrileño en una cosmovisión de nuestro tiempo. Un mundo que se presenta diverso, desigual, difícil, complejo y complicado. Pero un mundo lleno de seres humanos con similares apetencias, intereses y desafíos.
Un chico, Antón, presta servicio voluntario en un centro social. No lo hace por altruismo, sino porque se ha colado por Claudia, la cuidadora de los niños que acuden a la ludoteca porque sus padres no se pueden ocupar de ellos. Antón anda desorientado desde que lo dejó con Irene. Su vida está desvinculada. Mantiene relaciones esporádicas con dos mujeres, una veinte años mayor que él y otra, tan problemática como poco conveniente. Antón era gordo y adelgazó. Al hacerlo, el sexo opuesto le descubrió y su nuevo estatus jugó en detrimento de su novia. Ahora, es a Antón a quien la vida patea en el culo.
Así es el barrio.
Pero esta novela no sólo es la historia de Antón. Es una obra coral. También es la historia de Sonia la chunga, de Claudia, de La Negra y de tantos otros personajes que nos enseñan lo consuetudinario de un barrio lleno de inmigración, drogas, mendicidad, desestructuración social, familias rotas y algunos pijos.
En realidad, todos tienen cosmofobia. A todos les está costando encontrar su lugar en el mundo. El libro es una oda a las parejas disfuncionales, las familias desestructuradas y las vidas fallidas.
La inmigración juega un papel de tenor en la obra. Una idea resuena por encima de todas las demás —en todas las historias que implican inmigración—: Madrid es multicultural, pero no es intercultural.
Los personajes son la estructura. No es una novela de trama, sino de personajes. La autora no te quiere llevar de un punto A hasta otro, B. Pretende presentar un florilegio de personalidades y circunstancias, donde cada una aportará un color —acaso un matiz cromático— que resulte al final en un cuadro sobre el objeto de su obra: la realidad de un barrio contemporáneo de Madrid
La estructura, de hecho, es lo que más me gusta. Lo mejor. Es de esas que yo llamo carrera de relevos. Es decir, en un capítulo te cuenta la vida de una persona, sus problemas de pareja, etc. y varios capítulos después, el narrador es esa pareja suya, retomando la historia donde la dejó aquella y haciéndola avanzar. O simplemente dándole un nuevo enfoque, desde un punto de vista también subjetivo, pero diferente. Esta estructura narrativa cuando me la encuentro, me encanta.
En realidad, pese a ser polifónica, la novela tiene protagonista. Lavapiés. Ese es el protagonista. A mayores: nuestra sociedad. Nuestro tiempo. Aquí cae todo el peso de la historia.
A veces he tenido la sensación de leer relatos. Cada uno tiene entidad, orden propio y perfectamente puede seguirse o dejarlo ahí. Aunque retome su nexo con capítulos anteriores, cada capítulo es perfectamente entendible por separado, como una célula independiente con entidad propia. Sin embargo, todas conectan, lo que o no debe ser fácil. Complejo y brillante.
El estilo está muy pulido. Un lenguaje directo. Coge perfectamente el registro de la calle, las expresiones de cada personaje, los latiguillos encajan con naturalidad:
Lucía Etxebarria sintoniza perfectamente con la novela que quiere contar. De eso no hay duda.
Lógicamente esto no es un thriller. Tampoco un folletín, tipo Culpa mía, Culpa tuya, Culpa del Chachachá. Pero te atrapa. La lectura es muy fresca, cautiva. Tiene cierto fondo, es una novela muy realista con mensaje y todo lo que quieras, pero se lee a toda pastilla. Eso no es fácil de encontrar. Reflexión sin aburrir. Bien por Etxebarria.
Cierto es, que no hay un gran análisis de trasfondo. A mi parecer, se exponen muchas de las realidades que pueden cohabitar en un barrio como Lavapiés, a modo y manera especular y que el lector vaya leyendo entre líneas lo que su leal saber y entender le permita y sugiera. Esto es distinto a que sea el escritor quien plasme su cosmovisión o incida en asertos concretos sobre la materia literaria y filosófica que elija. Por tanto, realismo sí, enfoque social también, pero trascendencia contenida.
A vueltas con el estilo, llaman la atención los vulgarismos. “El Antón”, “la Sonia”, “la Jennifer”… Este tipo de alusiones malsonantes y sin base gramatical se suceden sin parar. La escritora sacrifica sin desdoro su propia prosa para dotar de realismo su narración, pero tiene la picardía de hacerlo sólo cuando cede la palabra —en algunos capítulos— al personaje para que haga su narración en primera persona. Cuando esto sucede, hay un marcado cambio en el estilo, puesto que un personaje no habla como la autora. Empiezan las frases kilométricas, las patadas al diccionario, la tautología y demás usos vernáculos que no por populares son correctos. Este rasgo acentuado cuando pasa la voz de narrar en tercera persona la primera persona, me ha gustado mucho. Habría quedado muy artificial que «La Negra» por ejemplo, nos contara su vida en un académico y correctísimo español.
El contexto del inmigrante está muy presente. También el de los descendientes de inmigrante, que como se sabe, no son inmigrantes:
Mediante escenas cotidianas, deja ver su crítica social. O más que su crítica, diríamos su retrato.
Libro duro, puñetazo frontal, directo, sin anestesia. Te muestra un centro social donde los niños están medio abandonados por sus familias; esnifan pegamento y se divierten peleando con los borrachos del parque contiguo. Una dependienta con sobrepeso que trabaja en Mango, de padres guineanos, con tan baja la autoestima que hasta tolera que la maltrate su novio porque teme no encontrar a nadie dispuesto a quererla. Desolador.
Sería un error pensar en un libro de trato ligero. No todo lo que te relata son historias de amoríos cuyo telón de fondo son complejas situaciones de índole sociológica. Qué va. Le piel se endurece leyendo relatos menos sentimentales y cargados de cruda realidad. Me estoy acordando de un pasaje en el que cuenta cómo un inmigrante residente en Lavapiés, Ismael, emprende una verdadera odisea para salir de África por conducto senegalés. Sobrecoge el relato de un viaje en lancha desde Dakar hasta Tenerife —seis días— aturdidos por el miedo; abrasados por el sol y castigados por la sed y el hambre. Al llegar a España, relata la realidad logística de los centros de atención al inmigrante, su redistribución en la península, etc. Demoledor.
El libro parece una rotonda. Circular, no avanza a parte alguna. No hay una trama que seguir. En esa rotonda dan vueltas veinte personajes. Se profundiza con ahínco en algunos de ellos, en los que suele apreciarse un arco dramático que suele tener origen en deseos, quimeras y expectativas; y final en la cruda y puñetera realidad:
En esa oquedad, viven los personajes. Por ese argumento con forma de rotonda, también rolan todos los vicios y defectos de nuestra generación: candidez propia de la eterna adolescencia; cuarentones que no han puesto el huevo; cuarentonas que siguen esperando al príncipe azul; gentes sin formación que esperan que el mercado les dé algo más que las sobras; personas incapaces de leer entre líneas a semejantes que presentan señales de problemas a todas luces… Vidas disfuncionales.
Vidas que funcionan a tirones. No sólo en el ámbito socioeconómico más desfavorecido, sino también en el de élite. Para ello, Etxebarria utiliza el sector de la gran pantalla, que conoce bien de su faceta guionista y le da un par de sopapos en la cara que se queda en la gloria. No te lo explico, te invito a que lo leas. Te gustará.
El papel de la mujer resalta mucho. No es una obra feminista, sino realista, que no quiero que nadie se espere lo que no es. Se relata el papel de muchas mujeres en contextos muy distintos, a niveles muy diferentes y en edades muy distintas. Todas comparten la cosmofobia. Dicho así, ninguna está plenamente satisfecha del lugar que ocupa en el Universo. Piden más a la vida o a lo sumo viven resignadas.
Según avanza el texto se va encajando la estructura narrativa. Personajes que leíste hace dos capítulos, como actantes del personaje principal de ese episodio, pasan a ocupar la primera plana y a contar su vida. En su relato aparecen referencias a lo que ya habías conocido por otro personaje, y continúan la historia por su propio lado. Es una estructura que con tantos personajes se vuelve difícil, pero se resuelve con éxito. Con brillantez, incluso.
En el último capítulo te llevas una sorpresa. La propia autora tiene un papel como personaje en la obra, en lo que parece tener parte de literatura del yo y parte de ficción pura.
No me atrevería a hacer una mala crítica del libro. Hay un pasaje donde dice:
Así que dejémonos de tonterías.
Es un libro muy profundo. Una obra que deja interrogantes para el lector que quiera leer entre líneas. Esta puede ser una buena definición para este libro: mucho que leer entre lo evidente. Y tal vez, diré que un libro con mensaje.
Una reflexión sobre la vida misma. En metáfora con un neonato «envuelto en sangre la viscosa roja placenta— la vida desde el principio es una mezcla de emociones encontradas: asco y amor profundo». Tan certera en la apreciación como desafortunada en la metáfora.