Crimen y castigo escrita por Fiódor Dostoyevski (1821-1881) en 1866. Mi libro tiene 900 páginas, editado por Alianza Editorial y con traducción de Juan López-Morillas. Mi ejemplar es una primera reimpresión de 2022. La edición es de 2021, bicentenario del nacimiento del autor.
Parece mentira encontrar una edición tan buena a tal precio. Nueva en cartoné. Siendo así, me decidí a dar el paso de leer una de las grandes novelas clásicas que tenía pendientes, aun a sabiendas de que lo tiene todo para gustarme. Veamos si es cierto.
Alianza ha mimado esta obra en el diseño. La acompaña de un aparato crítico escueto, aunque pertinente, con referencias culturales, apéndice de personajes —necesario en una novela tan compleja, extensa y con nombres, patronímicos y apellidos rusos—, que podría ser más generosa en cuanto a anotaciones. En cualquier caso, suficiente para disfrutar de esta novela estructurada en seis partes.
Reseña Crimen y castigo: la trama
Rodión Raskólnikov es un joven amargado y taciturno. Hombre de letras y erudito en ciernes. Reseña libros para algunas revistas de poca monta. Pasa aterimientos económicos. Encadena días sin comer, pero no pasa día en que no tenga que sortear escalera abajo a su casera, a la que debe ya una buena cantidad de pagos. Por sus monólogos internos sabemos que está tramando algo grave.
Raskólnikov es más pobre que las ratas. Viste ropa andrajosa; vive en un cuchitril que no puede pagar; ha dejado los estudios por falta de financiación. Su madre y su hermana viven en la insolvencia y acosadas por préstamos que solicitaron para ayudarle. La situación es desesperada. Esto lo dibuja muy bien Dostoyevski. Él mismo, atravesaba una crisis dineraria acuciante al momento de escribir esta novela.
La historia transcurre en el San Petersburgo del siglo XIX. Raskólnikov acude a una vieja prestamista —no exenta de usura— para empeñar fruslerías y minucias que no le permiten postergar su quiebra. Entonces empieza a albergar la idea de asesinarla para robarle la fortuna que —supone— esconde en su casa. Como la novela se llama «Crimen y castigo» no considero destripe decirte que Raskólnikov comete el crimen —una chapuza— y desde aquí comienza el verdadero flujo narrativo del libro.
Dostoyevski lleva a Raskólnikov a enfrentarse con su acto. Esto se produce en un lapso narrativo que abarca unos días antes del crimen y unos pocos días posteriores. Veremos a Raskólnikov enfrentar su realidad en un estado mental muy trastornado:
Seguimos al personaje a través de sus accesos coléricos. Histeria, paranoia, miedo, misantropía, sociopatía, abulia… Es un personaje marcado por su fracaso estudiantil, que vive de los sacrificios de su madre y su hermana —con las que el señorito es desagradecido y despótico—, y de la buena fe de su casera.
«era el suyo un estado febril en el que cierta lucidez se mezclaba con el delirio»
“Crimen y castigo” (1866) Fiódor Dostoyevski
La evolución de Raskólnikov, su arco dramático, es la novela. Su camino del crimen a la redención pasando por un debate interno que leemos constantemente. Un personaje con una dualidad moral extrema.
Los temas
El crimen. A diferencia de nuestro tiempo, en el que sobreabundan las novelas de crímenes abyectos en los que la trama sigue la caza del criminal y donde el propio crimen apenas es la excusa que echa a rodar el engranaje de la pesquisa detectivesca; Crimen y castigo reflexiona sobre el crimen.
En la novela actual, el crimen es el centro. Se perpetra, y el resto de la novela suele dedicarse a diseccionarlo, ver dónde falló el criminal, encontrar pistas, a indagar en la vida de la víctima buscando señales. Crimen y castigo desplaza al propio crimen —hasta donde la lógica narrativa permite— y pone al criminal en el foco. Se concentra, no tanto en el criminal antes del crimen como en el después. Nos cuenta qué motiva el crimen —nada nuevo— , pero sobre todo, nos cuenta cómo afecta y altera esa acción al criminal después de cometida.
“Crimen y castigo”: canon de la psicología del crimen. Compara esto con un thriller actual. El criminal mata y mata, elimina vidas humanas como si fuera una cosa de andar por casa. Sin pagar peaje mental alguno. Rodión Raskólnikov es diferente, es real. Sufre delirios de todo tipo: remordimientos, psicosomatismos como fiebres, depresión; inseguridad, desconexión de la realidad, manías persecutorias, nurosis, accesos de culpa, titubeos e indecisión, vergüenza, autojustificación, etc.
Un catálogo amplísimo de registros humanos en un mismo personaje.
La culpa. El pecado. La redención. No se dio Dostoyevski a una tarea menor. Al contrario, se lanzó a por una obra de una complejidad psicológica y realista al máximo nivel.
Para mostrarlo, recurre al diálogo interno del personaje. Así es como su narrador en tercera persona nos deja ver qué piensa cada actor, qué dilemas enfrenta, sus escrúpulos y su visión. Nada más perpetrado el crimen, la historia indaga en el impacto que causa en Raskólnikov:
«Comprendía, sentía con todo su ser que ya no podría conversar sinceramente con nadie, hacer confidencia alguna, no sólo a los empleados de la comisaría, sino ni siquiera a sus parientes más próximos: a su madre, a su hermana…»
La filosofía está muy presente en la obra. De excusa, se utiliza un artículo que se dice había escrito Rodión Raskólnikov para una revista. El texto, no exento de erudición, apunta a la idea central de su pensamiento: unas vidas valen más que otras y sus elevadas empresas podrán justificar la aniquilación de esas vidas menores. El fin justifica los medios.
Raskólnikov tiene el delirio de compararse con Napoleón. Si el caudillo francés había tenido que derramar tanta sangre para que fluyera la grandeza de su revolución; bien merecía su propósito mayor —salir del escollo pecuniario y lanzarse como prohombre de las letras— la sangre de una vieja avariciosa y usurera.
Este es el delirio de Raskólnikov.
Este triaje no lo inventa Dostoyevski. La idea de la tasación de vidas no es nueva. La literatura siempre la ha explorado: ya en “La Ilíada” Homero toca el tema del valor de unas vidas sobre otras, en el contexto de la guerra de Troya. En ella los héroes griegos están dispuestos incluso a sacrificar la vida de sus propios compañeros —cuyas vidas estiman de valor inferior a las de otros—, a fin de alcanzar sus objetivos militares.
Hay temas evidentes, los ya anotados. Otros están soterrados, porque no ocupan el primer foco para la intención narrativa, pero igualmente están. El tema de la mujer en el siglo XIX. Siempre a la sombra del marido, como es el caso de la hermana de Rodión. Mujeres que en si viudedad estaban condenadas a las penurias o a poner toda la carne en el asador por promocionar al hijo varón so pena de pasar estrecheces, como es el caso de Pulqueria, la madre del protagonista.
Como ya he dicho: una novela que va contra el proceder normal. Según nuestro tiempo —nuestro mercado—, el ladrón perpetra el robo, el crimen, e inmediatamente se halla dispuesto a disfrutar del botín. Raskólnikov, por el contrario, muestra un repertorio de sensaciones amplísimo: estupor y desconcierto; inseguridad, odio, misantropía, desencanto, y poco a poco, remordimiento. Es una obra muy psicológica que, además, no necesita aburrir al lector para serlo.
La sociedad de su tiempo subyace como es natural. La mujer, por ejemplo, no es un tema primordial pero sí se deja ver la situación a poco que se observe. Sumisa, plegada al hombre y cuando quiere emerger de la pobreza, apenas se abre ante sí ninguna alternativa distinta a la venta de su cuerpo.
Las ideas políticas emergentes también aparecen. En un diálogo en que está Rodión Raskólnikov con su círculo de acompañantes, se habla de un socialismo muy liminar, de falansterio, todavía muy germinal y ligero respecto del que habría de cambiar Rusia a principios del siglo siguiente a la publicación de esta novela.
Es inevitable leer la Rusia decimonónica sin buscar la soviética. En el tiempo de escribirse esta novela, germinaban ya las ideas que desembocarían después en la Revolución Rusa.
En la obra, se leen pasajes muy reveladores. Por ejemplo:
«Pese a todas estas cualidades, Andrés Simonovitch era bastante necio. Su afiliación al partido progresista obedeció a un impulso irreflexivo. Era uno de esos innumerables pobres hombres, de esos testarudos ignorantes que se apasionan por cualquier tendencia de moda, para envilecerla y desacreditarla en seguida. Estos individuos ponen en ridículo todas las causas, aunque a veces se entregan a ellas con la mayor sinceridad.»
También se analizan las costumbres y las gentes de entonces. La finura con la que Dostoyevski se adelanta cien años a las modernas celebraciones sociales o la claridad con que nos muestra que, ya entonces, el ser humano cometía las mismas estupideces, y que por tanto, no hay evolución sino sólo contextos:
«Acaso lo de más peso fuera ese singular 𝘰𝘳𝘨𝘶𝘭𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝑝𝘰𝘣𝘳𝘦𝘴, debido al cual, cuando hay que cumplir con ciertas ceremonias sociales que la costumbre impone en todos y cada uno de nosotros, mucha gente pobre agota sus postreros recursos y malgasta sus últimos ochavos para “no quedar por bajo de otros”y para que esos otros “no los vean con malos ojos”».
Recuerda a las modernas celebraciones: bodas, bautizos y comuniones.
El castigo necesario. El pago por las consecuencias de los actos propios. Una idea moral latente de contrato social se respira en cada letra que plasmó Dostoyevski. Una novela que es literatura en estado puro, porque ayuda a entender mejor el mundo que habitamos.
Personaje: Rodión Raskólnikov
«Dadle a alguien lo inútil y quitadle lo necesario y el resultado será el golfillo». (1862) Víctor Hugo, Los miserables.
Esa reflexión aparece en “Los miserables”. Otra obra maestra, publicada en Francia por Víctor Hugo sólo cuatro años antes de “Crimen y castigo”.
Dostoyevski crea con Raskólnikov su golfillo de San Petersburgo. Lo que pasa, es que lo complica más. No se conforma con un simple argumento conductista, donde la menesterosidad desemboca en delincuencia. Admitiendo esto como precipitante, añade rasgos psicológicos trastornados a su personaje: egolatría, neurosis y delirios de grandeza se añaden al caldo, con lo que el guiso de este otro miserable, es mucho más trabado y espeso que el de Jean Valjean.
Raskólinikov es todo y nada. Mezcla pasajes de elocuencia, erudición a ratos, lucidez… con otros de verdadera desconexión con la realidad y enajenación.
Rodión Raskólnikov. El personaje central. Quien comete el crimen y sufre el castigo. Un hombre al que conocemos en un episodio vital complicado: neurótico (inestabilidad emocional) y psicótico (conducta social patológicamente alterada a pesar de tener intactas sus funciones perceptivas y mentales). Un hombre que no se produce acorde con la realidad que le rodea, sino de manera incoherente. Inadaptado, celoso, receloso, desconfiado, volátil… Un personaje complejo y desestabilizado. Es obsesivo, paranoico. Es un personaje tremendo. Extremo. Marca de la casa.
Por si esta caracterización fuera poco hay un arco dramático. «Un gran cambio en el modo de ver las cosas se estaba operando en el fondo de su ser» nos dirá el narrador al final de la segunda parte de esta novela.
Es un personaje con una relación filosófica con su crimen. Es capaz de justificarlo, creyéndose un ser extraordinario, un Napoleón, alguien cuya empresa tiene tal magnitud que bien vale el derramamiento de la sangre de quien se opone a su avance. Paradójicamente —lo cual hace realista al personaje— es un ser tremendamente severo en el juicio moral de las faltas de los demás, aun cuando éstas fueran leves en comparación con las propias.
Raskólnikov es un tipo contradictorio. Real, por tanto. Por ejemplo en su relación con las mujeres. Él, odia al pretendiente de su hermana Dunia, porque, aprovechando su ventajosa posición social, quiere basar su futurible matrimonio en una relación de dependencia por parte de ella que le coloque a él en una posición preeminente. Sin embargo el propio Raskólnikov se siente inclinado a Sonia, una mujer muy menesterosa que lo observa a él (que no es ningún ricachón) desde una posición de sumisa adoración:
«Le había escuchado con gesto suplicante, enlazadas las manos en una muda imploración, como si todo dependiera de él.»
Lo que más aprecia de Sonia: alimenta su ego.
Sonia es un personaje maldito, como Raskólnikov. Ella ha caído en la prostitución, como averiguamos apenas comienza el libro. Sin embargo, aunque Rodión Raskólnikov intenta hacerla caer en la cuenta de que son prácticamente almas gemelas, no lo son. La vida disoluta de Sonia obedece a un intento —fútil, inane, ineficaz—, bienintencionado de ganar algo de dinero para su padre, su madrastra y hermanastros a quienes inmerecidamente quiere.
Encuentro en Dostoyevski personajes arquetípicos. Un tanto extremos, eso también hay que decirlo, pero desde luego redondos en su concepción.
El estilo de un genio
Pronto descubrirás que estás ante la obra de un genio. Por ejemplo, en la prosopografía de uno de sus personajes, no sólo se anotan rasgos físicos sino una panoplia de epítetos psicológicos sobre ellos, que te dan una descripción del alma sin necesitar seis hojas para lograrlo. Valga un ejemplo con el funcionario, al que conocemos en el capítulo dos:
«Entre sus abultados párpados fulguraban dos ojillos encarnizados pero llenos de vivacidad. Lo que más asombraba de aquella fisonomía era la vehemencia que expresaba —y acaso también cierta finura y un resplandor de inteligencia—, pero por su mirada pasaban relámpagos de locura.»
La mera descripción de los ojos. Se utiliza aquí para decirnos que es una persona aguda y quizás un poco ida a primera vista.
¿Quién era la inspiración de un genio como Dostoyevski? En el capítulo cinco, de la primera parte de esta novela, se cita, para referirlos como genios, a Pushkin y Turguénev.
Dostoyevski, escribe este libro bastante rápido. Manda narices escribir semejante genialidad a velocidad de crucero. Es un superdotado. ¿Por qué? Pues porque por el entonces, el autor moscovita vivía agobiado por las deudas, como el propio Raskólnikov.
Es una novela que refleja muy bien su época. En todos los detalles. Es realista. Desde los usos sociales, los estilos de vida o incluso las modas:
«Una prenda para la cabeza es la pieza cardinal del atavío; el espaldarazo, como si dijéramos.»
Respecto al estilo formal, una obra propia de su siglo. Narrada en tercera persona, narrador omnisciente, Dostoyevski se permite opinar en muchos de los pasajes, algo distinto al narrador en tercera “tipo” al que acostumbra la literatura actual. Por ejemplo:
«Por otra parte, parecía más joven de lo que era, como suele ocurrir a las mujeres que saben conservar hasta las proximidades de la vejez un alma pura, un espíritu lúcido y un corazón inocente y lleno de ternura. Digamos entre paréntesis que no hay otro medio de conservarse hermosa hasta una edad avanzada.»
Esa observación que hace entre paréntesis, es opinativa.
“Crimen y castigo” es la unión de dos almas opuestas. Rodión y Sonia. Ególatra él y abnegada ella. Los dos —por motivaciones muy distintas— malditos. Proscritos y marginales. La unión que nace y crece en ese apartheid moral.
La edición que yo he leído
Yo he leído una edición de Alianza Editorial. Se trata de una reimpresión a 2022 de la edición de 1985. Pasta dura, tamaño de letra cómodo, una edición generosa con el lector y con el bibliófilo, con un diseño muy llamativo que evoca a todo un clásico de la literatura. Acierta. Me llama la atención además, el precio: la adquirí en La Casa del Libro por menos de quince euros, para mí es un verdadero chollo.
La traducción es de Juan López-Morillas. Como digo, data de 1985. Creo que envejece bien, a pesar de algunos términos ya caídos en desuso en el castellano más coloquial: botarate, atavío, pelafustán, etc. También anota algunos términos cultos o tal vez poco usados como pignorar.
La edición tiene un aparato crítico somero pero suficiente. Leer una novela rusa siempre es un follón, porque no existe método uniforme para transliterar ruso a español. Además, si la obra tiene bastantes personajes, se complica seguirla, porque usan nombre, patronímicos, apellidos y derivados del nombre. Total, que al mismo personaje te lo pueden nombrar de diez maneras distintas, lo cual te puede perder. Esto lo resuelve Alianza Editorial con un glosario de personajes —más sus variantes formales y familiares, cariñosas, etc.— y una explicación de esta realidad cultural al principio, para que puedas acudir al mismo y entender a quién se alude en cada momento.
En conclusión: una novela soberbia. Necesaria diría yo, a un tiempo editorial como el nuestro, donde el furor lector demanda novelas de crímenes explícitos en su descripción, para lanzarse a continuación en manos de un/a detective a reunir pesquisas que atrapen al criminal. Sin más reflexión sobre el hecho criminal; sin analizar las causas psicológicas del asesino, o al menos nunca en profundidad y en toda su complejidad; sin asomarse al debate moral interno en el asesino. Desde luego Crimen y castigo es una novela opuesta a esa narrativa del “te mato, te pillo” donde el crimen es apenas un juego de gato y ratón. Una obra donde acompañas al asesino en el remordimiento y la justificación; la soberbia y la duda; la responsabilidad y la impunidad; el amor y el nihilismo; la conexión con otros seres y la conducta asocial.
Una obra maestra.
La fotografía de cabecera corresponde a la obra de Mijaíl Petróvich Klodt: Ilustración de conversación entre Raskolnikov y Marmeladov en Crimen y castigo, 1874.
Me pareció excelente tu trabajo, seguiré leyendo lo que escribas. Leí hace mucho crimen y castigo,coi nacido plenamente con lo que dices. Muchas gracias neli
Muchas gracias. Ya sabes que te puedes suscribir y te llega un correo con cada nueva reseña. Gracias por pasarte.